Hace un par de meses comenzó a circular en librerías La sangre erguida (Seix Barral, 2010), de Enrique Serna (Ciudad de México, 1959). Desde su primera novela, Uno soñaba que era rey (1989), Serna se plantó como uno de los narradores más importantes de su generación, junto con David Martín del Campo (Ciudad de México, 1952) y Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), sitio en el cual se ha consolidado después de publicar obras imprescindibles de la narrativa contemporánea de nuestro país, como la novela histórica El seductor de la patria (1999) y Fruta verde (2006). De Enrique Serna también hay que leer, al menos, su antología de cuentos El orgasmógrafo (2001), la acidísima novela El miedo a los animales (1995) y la colección de ensayos Las caricaturas me hacen llorar (1996).
En el foco de La sangre erguida, la sexualidad genital masculina… En el siglo XVI, Michel de Montaigne alertaba: “Hacemos bien en tomar nota de la licencia y la desobediencia de este miembro que se empuja hacia delante muy a destiempo, cuando no lo quieres, y que tan inoportunamente nos traiciona cuando más lo necesitan, sin importar los imperiosamente concursos de la autoridad de nuestra voluntad; de este miembro que tercamente y con orgullo se niega a todas nuestras incitaciones, tanto de la mente y la mano”.
Uno de los tres protagonistas de la novela, Juan Luis Kerlow, un argentino capaz desde chamaco de controlar su pene a voluntad y que se ha ganado la vida como actor estrella de cine porno en Los Ángeles, escribe sus memorias y devela el tema central de toda la obra: “Miles de hombres pusilánimes… lloran sus penas. A mayor debilidad de carácter, mayor nivel de autonomía le atribuyen a su órgano viril, pues cuando su voluntad flaquea necesita crear un rival omnipotente para justificar su indolencia. De esa manera el hombre acobardado y fatalista se condena a tener dentro de su cuerpo una quinta columna o un caballo de Troya que puede traicionarlo de dos maneras: ya sea traicionando sus deseos más ardientes o bien atándolo a mujeres perversas con un atractivo sexual avasallador. Pero, ¿de verdad el pene es desobediente por naturaleza o lo hemos dejado insubordinarse por pereza mental?”
Una segunda historia, que terminará entramándose con las otras, es protagonizada por un solterón catalán, Ferrán Millares, quien doblegado por la impotencia transita casi la totalidad de su primer medio siglo de vida en una virginidad doliente, rencorosa: “… durante décadas tuve que padecer el oprobio de la compasión ajena. En una época de sensualidades exacerbadas, cuando todo quisqui persigue afanosamente el santo grial del orgasmo, un solterón inspira más lástima que un ciego o un paralítico… Nadie importuna a un cojo para obligar a caminar. La impotencia, en cambio, es una invalidez oculta que sólo descubre la gente perspicaz o malintencionada.” La pastilla azul saldrá al quite del pene de Ferrán y abrirá para él un ciclo desaforado de peripecias sexuales.
Completa la tercia Bulmaro Díaz, un mexicano que dejó familia, negocio y terruño en Veracruz por seguir la voluptuosidad caribeña Romelia, una mulata dominicana que lo prendó sexualmente. A lo largo de toda la novela, el connacional actúa “indefenso ante los caprichos autoritarios de su general”, esto es, de su órgano reproductor que, para colmo de males, a cada rato agarra el micrófono para marcarle los pasos a seguir, cualquier cosa con tal de alcanzar su única meta, el coito: “Pídele disculpas, ¿qué te cuesta? No seas orgulloso.’ Se hizo el sordo porque odiaba tener la personalidad dividida, pero el caudillo rapado repitió la orden con más firmeza: ‘Entra en ese cuarto y pídele perdón aunque te duela; más nos va a doler una noche de ayuno”.
Enrique Serna hace que se encuentren en Barcelona el ex mecánico veracruzano venido a traficante callejero de viagra pirata, el catalán insufrible que convertirá a su falo en un instrumento punitivo contra las mujeres, y el actor porno que experimentará sorpresivamente una “irreversible sesión de soberanía”. Tres hombres entrampados por la ingobernabilidad de su pene, que se erecta cuando no debe y permanece flácido cuando debería erguirse, obsesionados desde su respectivo drama en el monotema que les cuelga entre las piernas.
Probablemente concebida como un divertimento, quizá una de esas entregas comprometidas con la casa editorial, La sangre erguida es una novela bien escrita, divertidita, sin demasiadas pretensiones. No apto para ojos castos, seguramente escandaloso para buenas conciencias, el nuevo libro de Serna cierra las historias de una forma que me cuesta mucho no llamar moralista. Pero a ver que dice usted cuando lea la novela…