“Oye, recomiéndame un libro pa’ leer ‘ora en el puentezote del Bicentenario”, me pidió uno de los chales del Magiber. El Magiber porta un alias anacrónico y nos descubre vejetes a quienes así lo llamamos. Él y su banda se encargan de dar mantenimiento a todo lo imaginable en el lugar en donde trabajo, se organizan para jugar básquet de vez en cuando y, extraño, son lectores. A botepronto, le receté la última novela de Villoro: El testigo (Anagrama, 2004), Premio Herralde de Novela.
El protagonista de la más reciente novela de Juan Villoro acaba de regresar a México luego de vivir varios años en Europa. Además de compartir tal circunstancia, autor y protagonista, tienen las mismas iniciales, la misma edad, usan barba, en fin. Por supuesto, Juan no es tonto y tanto descaro debe leerse como una declaración: Villoro pone sus cartas sobre la mesa…: Julio Valdevieso, protagonista de El testigo, está plenamente autorizado por su creador para hacernos saber, por sus decires y sus actos, literariamente, la postura de aquel respecto a este enredo de país con el que llegamos al siglo XXI.
Después de vivir varios años en Europa, Julio Valdivieso, un intelectual especializado en literatura, regresa a la Suave Patria para encontrarse a sí mismo en un país, el suyo, que ha cambiado…: “Sí, pero cambió para atrás. En vez de un presidente patriarcal tenemos una confederación de autoritarismos: el viejo PRI, el PAN, los católicos recalcitrantes, el Opus, los narcos, los judiciales, la televisión. Los une la sangre, el culto de la muerte.”
El regreso de Valdevieso tiene mucho de rito iniciático: el descubrimiento de realidades ocultas tras el velo de la cotidianeidad, el recuerdo de omisiones y culpas, y su expiación; el diálogo con fantasmas que penan cargando un rosario de cuentas pendientes, y por ello mismo el retorno a México también es una caída en el purgatorio nuestro de todos los días: Julio Valdevieso regresa para ajustar cuentas: reencontrarse con los amigos de la juventud resulta no sólo la confrontación de proyectos con realidades, también la de recuerdos, porque las cosas jamás ocurrieron como pensábamos y, lo peor de todo, el porvenir no terminó siendo lo que habíamos soñado: “El futuro no trajo otra aventura que la reiteración, llegó como un confuso desgaste…”
En El testigo, Villoro hace suya una tesis que Carlos Fuentes ha defendido insistentemente: si no encaramos la reconstrucción de nuestro pasado no seremos capaces de imaginar y hacernos de un mejor futuro… Un verdadero cambio democrático, un verdadero proceso de inclusión ciudadana pasan, necesariamente, por el replanteamiento de nuestra historia, sobre todo la reciente. “Lo que el PRI institucionalizó no fue la Revolución sino el rencor”, le dice el siniestro Félix Ruvirosa a Valdevieso, un poco justificando la inercia de la violencia… Y es que el país probó las miles de la democracia pero nadie le avisó a los judiciales que las reglas del juego habían cambiado: la impunidad sigue y a Julio le darán una buena madrina… ¿Y quién o quiénes están atrás del ocurrido? Muy complicado saberlo con certeza, porque por más que apareciera el culpable, lo confesara y además aportara las pruebas necesarias, nosotros jamás creeremos que las cosas son como aparentan y mucho menos como nos dicen que son, porque aquí siempre hay mano negra, gato encerrado: “… en México las fabulaciones conspiratorias gozaban de mayo prestigio que las limitadas informaciones reales”.
Narcos mitificados en corridos que los niños cantan en las primarias oficiales, magnates näif que con el poder de la televisión pueden reescribir las leyendas que dan identidad a todo un pueblo, el poder de la Iglesia trepado en una motocicleta que recorre las casuchas regadas en la sierra o bien impulsando desde una suerte de filología teológica el proceso de canonización de Ramón López Velarde… Pero como “en México hay más grupos de protesta que problemas”, también, claro, era de esperarse el correspondiente grupo de resistencia trabajando desde la clandestinidad…
Julio Valdevieso se reencuentra con su origen: su país y su historia familiar, con México y con Los Cominos. El terruño de su estirpe está enclavado en el desierto, tan cerca de Comala y tan lejos de la selva —“Aquí nadie sabe conducirse con el agua. Una llovizna leve y florecen los pendejos. Somos gente de secas”—. Los Cominos, tierra de cristeros y de narcos, posible locación de la telenovela nacional, herida abierta del agrarismo, museo vivo, archivo maltrecho en donde mujeres como Ignacia comparten con un animal disecado la memoria…
Con su tercera novela, que en definitiva hay que leer, Juan Villoro confirma que el sitio que ha ganado en la literatura contemporánea de nuestro país no es gratuito: se trata sin duda de uno de los escritores más importantes de su generación.
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