Aquel año, la Historia tiró los dados cargados. Impelidos por un ideal nuevecito, apenitas recién aparecido en Occidente, el de la unidad nacional, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón dejaron caer el telón a ocho siglos de presencia árabe en España, al conquistar el último bastión moro en la península ibérica, el Reino nazarí de Granada. Ese mismo año, ellos mismos y deslumbrados por el mismo ideal, intolerante de origen, expulsaron a los judíos y a los moriscos. También en 1492, menos de cincuenta años después de que en Maguncia un tal Juan Gutenberg inventara la imprenta de tipos móviles, un nuevo lenguaje, el nuestro, estrenaba su primera Gramática, escrita por Antonio de Nebrija. Por si fuera poco, aquel año parteaguas, un oscuro marino genovés se topó con el Nuevo Mundo. El mundo se achicaba, el mundo se expandía. Aquel año de entrecruzamientos, el catolicismo estrenaba Sumo Pontífice: Alejandro VI (1431-1503), apelativo que tomó el segundo miembro de la familia Borgia (Borja) que lograba llegar a la silla de San Pedro: Rodrigo. El papado de Alejandro VI duró poco más de diez años (1492-1503), y se constituyó en el período de mayor fortaleza de la familia Borgia. Este mismo jerarca fue quien, casi cinco años después de la Reconquista de España, otorgara el título de Reyes Católicos a Isabel y Fernando.
No valenciano como los Borgia –Borja originalmente–, sino catalán, el espléndido escritor Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939 – Bangkok, 2003) plantó la mirada y toda su pericia literaria en aquellos años para escribir una novela histórica que hay que leer: O César o nada (Planeta, 1998). Vázquez Montalbán, también creador de la entrañable zaga de novelas negras protagonizadas por el ex agente de la CIA Pepe Carvalho, respalda su novela en un robusto trabajo de investigación historiográfica. El resultado es una pieza narrativa en la cual el apego a la historia no va en contra de la libertad imaginativa necesaria en cualquier discurso literario. Así, por ejemplo, desconozco si realmente Leonardo Da Vinci (1452-1519) y Maquiavelo (1469-1527) fueron amigos, pero no importa: como ocurre en O César o nada, pudieron serlo: “Gracias, Maquiavelo, acabo de descubrir el aspecto compasivo del lenguaje cuando enmascara la realidad… Yo sigo prefiriendo los sueños que son como estrellas en el firmamento interior. Nicolás, nunca se extraviará aquel que mira fijamente una estrella”. La verosimilitud que consigue Vázquez Montalbán es tanto literaria como histórica.
Difícil establecer cuál es el tema central de la novela, seguramente porque son varios y bien entrelazados. Uno de ellos, lo destaco, es la relación entre el sabio –intelectual diríamos hoy, aunque la palabreja ya más bien suena a vituperio– y el poder. La narración arranca cuando el florentino Nicolás de Maquiavelo es informado de la muerte de César Borgia, hijo de Alejandro VI, a quien años antes había asesorado y quien le serviría de modelo a la hora de escribir El Príncipe…
– Tenía razón César. Es usted uno de los pocos sabios que no parece tonto.
– En el futuro, los sabios sólo sobrevivirán si parecen tontos.
Al menos, sirva la respuesta de Maquiavelo de explicación o pretexto documentado al comportamiento de muchos conocidos nuestros. O César o nada nos propone un Da Vinci utilitario, pesimista, hedonista y cínico. Como Pepe Carvalho, el polímata por excelencia de Occidente cocina manjares aunque César le pague por inventar máquinas de guerra que le ayuden a conquistar los dominios feudales que se oponen a su proyecto de unificar políticamente Italia; usa al poderoso y permite que éste lo use a él. El humanismo renacentista y la poderosa influencia que en él tuvo la iglesia católica, la explosión intelectual que significó el rescate de la Antigüedad clásica, el deseo de poder y el poder del deseo, el dilema de si es la fuerza del destino o la fuerza de las voluntades lo que mueve al mundo, la cosa pública que se decide en las alcobas y los asuntos privados que se debaten en el ágora, son sólo algunos de los muchos planteamientos y conflictos que Manuel Vázquez Montalbán pone en juego a lo largo de las más de cuatrocientas páginas del libro. Intensa en cuanto a las ideas que se abordan, O César o nada es además, como nos tuvo acostumbrados el novelista, un rico compendio de historias interesantes, plagadas de momentos críticos y de misterio, que la hacen merecedora de una lectura apasionada…
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