El espíritu posmoderno es nostálgico, de modo que Nostálgicos y posmodernos resulta
prácticamente un pleonasmo. Sin embargo, no toda nostalgia es posmoderna…, para
serlo debe ser desencantada.
Se
dice, y me sumo, que el único acuerdo generalizado en nuestros días se reduce a
que no nos gusta nuestro pasado, que en verdad nos urge dejarlo atrás, tapiado
bajo toneladas de calendarios y almanaques, exiliado todo él en la memoria y al
mismo tiempo en el olvido: recordar es válido cuando el testimonio es crítica y
rechazo, olvidar es cuestión de vida o muerte cuando los espejos aún nos
retratan las heridas… ¿Quién puede digerir su pasado si todavía lo tenemos
atravesado en el gaznate?
Se
dice, y me sumo, que el ingrávido presente ahora pesa, que el fugaz presente
ahora no lo es tanto y más bien ha extendido sus dominios, que la velocidad de
los tiempos nos llevó demasiado rápido al futuro; tanto así, que al pobre lo
volvió presente, presente omnipresente, actualidad jaula de la historia. En
nuestra desesperada huida del pasado en el que fuimos ingenuos, metimos el
acelerador a fondo para llegar al ahora continuo, al imperio del gerundio en el
que nadie atina a plantear a dónde queremos llegar, simple y sencillamente
porque a cada rato estamos llegando, porque no paramos de llegar, de arribar a
sitios tan inmediatos y reconocibles que resulta imposible identificar en ellos
a nuestro futuro. El desencanto nos roba el futuro, la velocidad lo vuelve
accesible y petrifica su supuesto encanto.
Experimentos
históricos —quiero decir dados a conocer en la edición impresa del Wired de este mes—, muestran que el
tiempo mínimo necesario de respuesta de una computadora es de 70 milésimas de
segundo. Y desde que la fibra óptica nos cumple el caprichito de enviar
mensajes prácticamente a la velocidad de la luz, en 70 milésimas de segundo una
señal puede recorrer alrededor de 21 mil kilómetros. Curiosamente, la distancia
más lejana posible entre dos puntos ubicados en este planeta es de poco menos
de 21 mil kilómetros; es decir, la Tierra es perfecta para instaurar el reinado
del presente.
Naveguemos,
pues, por Internet e ingresemos a la jaula infinita de la que hablaba William
Gybson, pero ¡aguas!, hay que cuidarse las espaldas porque los demonios siguen
sueltos, porque el mal de ojo no puede desactivarse ni con el más potente
antivirus informático, porque el idiótico Bob Dylan no entiende que las
grabaciones digitales de sus éxitos no las puede superar ni él mismo, e insiste
en cantar en vivo y venir a restregarle en el rostro a toda la flower generation que la utopía se
marchitó y que todos nos volvimos viejos en el futuro, en este condenado futuro
al que llegamos demasiado pronto, sólo para sentir nostalgia de aquel otro: el
futuro que jamás tendremos lo suficientemente lejos como para anhelarlo.
Por
supuesto, no puedo asegurar que los cuentos que integran Nostálgicos y posmodernos encuentren referente en lo hasta aquí
dicho, de hecho lo he olvidado. Por ahora, podemos ir en paz, un efímero rito
más ha terminado.
* Texto leído durante la presentación del
libro de cuentos Nostálgicos y
posmodernos, de Germán Castro Ibarra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario