Y aunque el tono a emplear suene casi doctoral, juzgo necesario dar amplia y justa difusión a un pequeño compendio de reglas mínimas de etiqueta a seguir a la hora de enfrentarse al duro trance de presentar un libro.
1. En primer lugar, si a usted un autor lo invita a que le presente su más reciente libro, no sea haga: su deber es hablar no bien, sino puras chuladas de la citada obra, cuestión definitivamente obligada si el más reciente libro en cuestión es el primero de su cuate. Por favor haga de tripas corazón y no caiga en la tentación de plantarse en el papel del crítico de espíritu honesto, para salir con elegancias tales como arrancar su intervención diciendo que, afortunadamente, “el libro que hoy presentamos es biodegradable”.
2. Sé que es difícil pedirlo a un mortal, pero cuando le toque presentar un libro, por lo que más quiera, no utilice el acto como el mero pretexto para reescribir el libro en cuestión. En claro: más de cuatro cuartillas ya son groseras, ya implican que usted como presentador ha olvidado lo más importante de un acto de tales vuelos, esto es, el brindis de honor, o sea, los bocadillos, el parloteo, las copas de vino blanco...
3. Si bien es cierto que un buen presentador debe alabar a la obra y al autor (cfr. punto 1), tenga cuidado y mídase: evite, por ejemplo, comparar la belleza de los subtítulos del ensayo que está usted presentando con un poema de San Juan de la Cruz; no se refiera al escritor -que además suele acudir a las presentaciones de sus propios libros- como el Miguel de Cervantes que el fraccionamiento Ojocaliente estaba esperando, no tilde ni a su peor amigo o amiga de poeta o poetiza del pueblo, jamás declare –porque se va a equivocar- que el libro que están presentando será un bestseller. Sea mesurado y humildemente limítese a usar fórmulas tales como: “Fulanito es, sin duda alguna, el mejor escritor de cuentos en verso involuntario que ha producido en lo que va del siglo la Secundaria Técnica #123”. O mejor: “Es evidente en su obra que Sutanita Tal de la Cual estudió letras hispanas, dado que así se consigna en las solapas del libro”.
4. No le robe los poquitos lectores que en un descuido podría tener el libro que está usted presentando, resumiéndolo certeramente y tan a detalle que torne decididamente idiota leer la obra para quien lo escuche a usted. Más bien al contrario: cubra con un halo de misterio al libro recién nacido, refiérase, por ejemplo, a “la extraña sensación de ostracismo mediático borgiano que producen las páginas pares del volumen”, o a “las crípticas referencias que en él se pueden encontrar en torno a los últimos sucesos que mantienen con el alma en un hilo a todo el país”.
5. Muy importante: si es usted un presentador de libros consuetudinario y ya ha logrado el texto perfecto, universal, que permite presentar cualquier libro, recuerde al menos cómo se llama la obra y sustituya el título. Es muy feo, pongamos por caso, decir que el libro de poemas que su alumno le pidió presentar ante la sociedad es “una pieza indispensable en la geografía de la literatura científica de la comunidad”.
6. No utilice la presentación del libro para hablar de lo que a usted le dé la gana. Por ejemplo, se han dado casos: un docto presentador comienza -me refiero a las dos primeras líneas de su texto- hablando de la novela Los panuchos de guacamole de mi abuela, para a partir de ahí entrar en un sesuda disertación en torno a porque el candidato de PRI es el bueno.
7. Finalmente, jamás presente un libro con el puro propósito de demostrar públicamente que, desde su perspectiva, usted es más capaz, creativo e inteligente que el autor y que, por ello mismo, usted hubiera podido escribir mil veces mejor la obra que está presentando.
*originalmente publicado en Crisol, abril 1999.
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