la tendencia a vincular mestizaje y mexicanidad
responde esencialmente
a una búsqueda de identidad nacional.
Agustín Basave
El personaje aquel que en 1519 no tenía atributos de identidad suficientes ni siquiera para distinguirse de “los otros españoles” que junto con Jerónimo de Aguilar habían sido arrojados por el mar a las costas yucatecas en 1511, luego de casi quinientos años de ficción colectiva, se ha concretado. Gonzalo no solamente tiene nombre propio desde 1536, también ha conseguido pasar de marinero a guerrero (1542) y de ahí a tener un apellido (1552). En la actualidad, Gonzalo Guerrero incluso ostenta al menos dos datos que lo enclavan en el gran bastidor de la Historia: un lugar de origen y el nombre de su esposa maya.
A unos 25 kilómetros de Tulum, Quintana Roo, en la pequeña localidad también costera de Akumal se encuentra un conjunto escultórico realizado en 1974, en el que se muestra a un hombre barbado en taparrabos y guaraches, con aretes en ambas orejas, brazaletes, collar, pelo adornado a la usanza maya y en la mano izquierda una lanza. Un niño y una niña lo flanquean, y atrás, sentada en el suelo, una mujer amamanta a un bebé. La placa informa: Gonzalo Guerrero de Palos de Noguer, España, marinero quien en 1511 naufragó cerca de este lugar, casó con una noble maya de nombre Xzazil creando la primera familia del mestizaje nacional.
El relato del nacionalismo mexicano que se ha venido construyendo en torno al mestizaje encuentra en Gonzalo Guerrero una figura fundacional. No es poca cosa, toda vez que el nacionalismo mestizo, al menos desde la Reforma, se ha consolidado como el discurso hegemónico. En la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México hay una placa en la que puede leerse una síntesis de la tesis que sustenta dicha narrativa:
Si se parte del planteamiento de que un mexicano típico habla español, profesa un catolicismo permisivo, está sustancialmente influenciado por una o varias tradiciones indígenas y demuestra un fuerte arraigo a su entorno territorial, el primer mexicano simbólico sería Gonzalo Guerrero, y, claro, sus bonicos retoños, los primeros mestizos.
Como bien explica Agustín Basave (México mestizo; FCE, 1992), la aparición de Gonzalo Guerrero en el relato del nacionalismo mexicano, particularmente en el nacionalismo mestizo, curiosamente es fundacional y al mismo tiempo excepcional. “México emprendió su síntesis racial con una excepción: el matrimonio del náufrago Gonzalo Guerrero con la hija del cacique yucateco, alrededor de 1512, y la procreación de los primeros mestizos mexicanos… La parcial legitimidad de los hijos de Guerrero -legítimos para los indios, pero ilegítimos a los ojos de los españoles por ser fruto de un enlace pagano a la usanza indígena- se convirtió tras la Conquista en la total ilegitimidad de la inmensa mayoría de sus hermanos de sangre”.
Hace más de treinta años, Eugenio Aguirre (Ciudad de México, 1944) publicó Gonzalo Guerrero (UNAM, 1980), la mejor novela histórica de las muchas que hasta ahora ha inspirado el personaje. En 2012, editorial Planeta relanzó la obra, con una edición que llamó “conmemorativa del 500 Aniversario del Mestizaje en América”, y en cuyo prólogo, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma hace un bosquejo atinadísimo del personaje, desde la perspectiva del contraste respecto a Jerónimo Aguilar; vale la pena citarlo in extenso:
Al recrear la vida de Gonzalo Guerrero, el autor no pudo -e hizo bien-, hacer a un lado la otra cara de la moneda: Jerónimo de Aguilar. Ambos personajes forman un resumen de la Conquista. Por un lado la Iglesia, aparato ideológico del conquistador, inflexible, que ve demonios por todas partes y que está inmersa en la figura del frailuco que, con su libro de horas se escapa del mundo que lo rodea y dirige su vista al cielo. Por otro, Gonzalo, joven guerrero, marinero, militar, cogelón, que dirige su mirada a las bien torneadas pantorrillas de las hembras, sean castellanas… o mayas que se cruzan por su camino. Del primero no se puede esperar más de lo que fue. Del otro nació el primer mestizo.En 1542, Fernández de Oviedo cuenta que Gonzalo Guerrero no sólo se negó a ser rescatado por Cortés (1519), sino que además y por escrito se negó a volver con los españoles cuando el adelantado Montejo le ofreció cargos si dejaba de ayudar a los mayas (1528): “Señor, yo beso las manos de vuestra merced: e como soy esclavo, no tengo libertad, aunque soy casado e tengo mujer e hijos, e yo me acuerdo de Dios; e vos, señor, e los españoles, ternéis buen amigo en mí”. El mensaje que Fernández de Oviedo atribuye a Guerrero -claro, no hay rastro alguno de aquel manuscrito- encamina desde su patente ambigüedad los primeros pasos la dirección que seguirá el personaje: recordará al dios de los cristianos y se declarará amigo de sus paisanos…, pero seguirá guerreando en contra ellos. Por eso el historiador español vitupera a Gonzalo Guerrero: “convertido en indio, e muy peor que indio, e casado con una india e sacrificadas las orejas, e la lengua, e labrada la persona pintado como un indio, e con mujer e hijos”. El padre español de los primeros mestizos es peor que un indio, y de la bastardía no se escapa.
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