Coyoacán era pues parte de los dominios de la Triple Alianza cuando Hernán Cortés logró concretar la conquista del imperio Culhúa-Mexica, usando bergantines, caballos, perros, pólvora y unos cientos de soldados gachupines, pero sobre todo echando para ello al frente una marabunta embravecida de casi ciento cincuenta mil indígenas, todos ávidos de vengarse de sus opresores, los aztecas. Para 1521, había pasado ya casi una centuria de que tenochcas y texcocanos arrebataran la hegemonía del Anáhuac al señorío de Azcapotzalco. El capitán Malinche había encontrado aliados desde que desembarcó en el Golfo y también conforme fue acercándose a la ciudad gobernada en aquellos tiempos por Moctezuma Xocoyotzin. Coyoacán no fue la excepción, y además el sitio le gustaba mucho al extremeño, de tal forma que luego de la caída de México-Tenochtitlán para allá se fue con sus principales: “O sea que Coyoacán comienza a ser noticia de primera plana desde que Cortés la elige por residencia y cuartel general, mientras hace furiosamente destruir a México con el cuerdo objeto de hacerla furiosamente reconstruir. Entre una y otra acciones, pasan buenos dos años, mismos que el laborioso capitán emplea en solazarse en lo que considera su villa”. Los solaces a los que se refiere Novo “fueron de varios géneros. Muchos, del femenino”. En efecto, hasta allá y desde Cuba lo alcanzaría su primera esposa, doña Catalina Xuárez de Marcayada, quien reapareció en la vida de su cónyuge, aunque solamente por un breve período, porque, como se recordará, la pobre no pasaría viva la noche de Todos los Santos de 1522. Imposible saber qué hubiera sucedido si Xuárez no hubiera muerto —asesinada por el propio marido, según acusación de María de Marcayda—. Lo que sí se tiene por cierto es que en alguna de las habitaciones de la casona que Cortés dispuso en Coyoacán para doña Marina ambos, el conquistador y su lengua —su intérprete, se entiende—, debieron de haber concebido al mestizo por antonomasia, don Martín.
Sirva todo lo narrado hasta aquí nada más para echar cimientos a la siguiente afirmación: cuando en 1981 mandó poner en pleno zócalo de Coyoacán un conjunto escultórico que recordaba a Cortés, doña Marina y el niño Martín, puede que le haya fallado el tino político al entonces presidente de la República José López Portillo, pero nadie podrá alegar con razón que la decisión careciera de fundamento histórico. Con todo, no fue necesario que transcurrieran muchos días para que la realidad abofeteara el intento de lopezportillano de reivindicar la memoria de Cortés: tan pronto asumió la Presidencia, el nuevo tlatoani, Miguel de la Madrid, mandó quitar de la principal plaza coyoacanense el monumento en cuestión, declarando que era un despropósito honrar a un genocida. ¿Y a dónde fueron a parar? El destino del conjunto plástico es misterio que tengo ya resuelto. Quede para la próxima…
No hay comentarios:
Publicar un comentario