El mestizo —el primer mestizo—
es un ser tan extraño como un centauro…
Fernando Benítez
Al fin nigromante, Ignacio Ramírez (1818-1879), alias el ídem, vaticinó un rasgo sustancial del futuro de México: en 1872, ante la Sociedad de Geografía y Estadística, predijo: “el hombre de los siglos venideros no podrá lisonjearse de la unidad de su procedencia; su sangre será al mismo tiempo africana, esquimal, caucásica y azteca”. Más allá de que hoy puede acreditarse que el inminente pensador, inmaculado liberal y apóstol de la Reforma —como lo llamó su tocayo Altamirano— tuvo razón, y que para allá vamos todos, a la mezcolanza plena, valga subrayar que en su momento el Nigromante enriqueció una tradición que sin duda es hoy pilar del nacionalismo mexicano, la mestizofilia, esto es, conforme a la definición de Agustín Basave, “la idea de que el fenómeno del mestizaje —la mezcla de razas y/o culturas— es un hecho deseable”. Ciertamente, uno de los pocos atributos incuestionables del nacionalismo mexicano es su apuesta por el carácter híbrido de nuestra identidad nacional: no somos originarios ni de allá ni de aquí, ni españoles ni tampoco indígenas.
Los primeros mestizos mesoamericanos seguramente nacieron en la península de Yucatán. Y de allá hasta el altiplano central, los expedicionarios encabezados por Cortés fueron dejando una estela de indígenas en cinta en su marcha hacia Tenochtitlán, en las playas veracruzanas, muy probablemente en Cempoala, quizá en Cholula y con toda certeza en Tlaxcala… Y luego de la derrota de los aztecas, muchos españoles se amancebaron o incluso se casaron con mujeres de la nobleza mexica, texcocana y tlatelolca. No obstante, el hijo que procrearon doña Marina y Hernán Cortés, Martín, es sin duda el mestizo primigenio más famoso de México… ¿El primer mexicano simbólico? No es mi opinión, y no lo es porque Martín Cortés fue un mestizo totalmente atípico. Para empezar, fue un hombre que no se perdió en el anonimato. Pero hay más…
Fernando Benítez traza la estampa de los primeros hijos que procrearon los europeos y las americanas: “Con dolor viene al mundo el mestizo. Su madre es india siempre, su padre español. Este nuevo ser se crea al margen de la ley. Al principio se le engendra con violencia y sin alegría. Es fruto prohibido, vergonzante. Su padre, al menos en la primera mitad del siglo XVI, no lo reconoce. Su madre, desvalida, a la que tantos sufrimientos ha causado, trata de abandonarlo en las puertas de los conventos y de las iglesias, porque el mestizo era menos que un hijo natural y más que un remordimiento”. Nada que ver con la historia del primer Martín Cortés, el mestizo. Porque don Hernán no sólo se hizo cargo de la crianza de su primogénito, también dispuso importantes recursos para que el único que podía hacerlo, el Papa, remediara la bastardía del chamaco coyoacanense. Más: tres meses después de que Clemente VII dispensara la bula por medio de la cual se legitimó al hijo de la Malinche —abril de 1529—, el conquistador ordenó a sus personeros que se hicieran cargo de conseguir que su hijo mestizo fuera reconocido como Caballero de Santiago.
A principios del siglo pasado Manuel Romero de Terreros y Vinent publicó un pequeño libro a partir de sus investigaciones en el Archivo de las Órdenes Militares de España —Hernán Cortés, sus hijos y nietos. Caballeros de las órdenes militares (Librería de Pedro Robredo. México, 1919)—, en el cual relata cómo Cortés terminó por aceptarle a Carlos V una de las exiguas recompensas que le otorgó por la conquista de México-Tenochtitlán, la merced de hábito de Santiago. Aunque nunca se dignó a usarla ni en su escudo de armas ni en los retratos que se mandó hacer en tiempos venideros, efectivamente la solicitó y obtuvo en 1525, para lo cual tuvo que “probar la legitimidad, cristiandad y nobleza de su linaje”. Para ello, envió testigos ante el Consejo de las Órdenes que en su nombre contestaron preguntas sobre su edad y antecedentes familiares, “si era hijohidalgo, si tenía caballo y sí había participado en un reto”. La cuestión definitiva era, claro, si había o no en su ascendencia sangre judía o mora… El Consejo de Órdenes Militares aprobó todo, y se extendió el título de Caballero de la Orden de Santiago a Cortés. Cuatro años después, en julio de 1529, se presentaron en Toledo Juan de Buegos, Juan de Hinojosa, Diego de Ordaz y Alonso de Herrera para tramitar que el mismo título se hiciera extensivo a un morenito de unos siete años de edad. En su alegato, De Ordáz, el primer español que escaló el Popocatépetl en busca de azufre, declaró que el niño Martín era “hijo de don Hernando Cortés y de doña Marina, que es india de nación de indios, e natural de la provincia de Guasacualco, que es en la dicha Nueva España, a la cual este testigo conoce de nueve a diez años a esta parte, que yendo a descubrir tierra en la dicha Nueva España, la dieron al dicho Gobernador unas personas principales de la provincia del Río de Grisalva, e que dicha doña Marina… es habida e tenida por persona principal e buen casta e generación…” Después intervendría también Herrera para hablar de la “buena casta e generación de indios” de la Malinche, y al fin “despachósele merced de hábito a don Martín Cortés…, y tuvo siempre gran honor ser Caballero de Santiago”. Mestizo, efectivamente, pero hijo de padres de buenas naciones, india y extremeña.
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