Frente al sobresalto y la confusión, nada mejor que una buena teoría conspirativa.
— ¡No seas ingenuo, por favor!: atrás de la Aristegui está un grupo muy muy poderoso, gente con todo el billete del mundo que está decidida a tumbar a Peña, cueste lo que cueste.
Explica el politólogo norteamericano Michael Barku (1938) en su libro A Culture of Conspiracy (University of California Press, 2003): en un nivel, tales ideas bien pueden atribuirse simplemente a la ansiedad de personas profundamente sacudidas, desesperadas por encontrarle algún sentido a una determinada cadena de eventos desconcertantes.
— Si quieres saber quién es realmente el que está orquestando todo este desgarriate en todo el país, vas a tener que dirigir la mirada no a Guerrero, sino más al norte, a Sinaloa… ¿sí me hallas, verdad? ¿O te suena “Chapo”?
¿Qué hay que desbaratar un embrollo? Explícalo con ángeles y demonios, con buenos y malos: ¡bendito maniqueísmo esclarecedor!
— Así como antes se decía “piensa mal y acertarás”, desde hace décadas nomás piensa en la CIA y sabrás qué onda, magister.
En otro nivel —continúa el doctor Barku, profesor emérito del Maxwell School of Citizenship and Public Affairs de la Universidad de Siracusa— este tipo de creencias y otras similares nos alertan sobre la existencia de subculturas excéntricas, muy alejadas del mainstream.
— Mira, las cosas están mucho más complicadas de lo que crees. Los tejes y manejes son demasiado complejos para que tú creas que leyendo el periódico y a tus amiguitos de twitter vayas a poder entender lo que está pasando en México. Nomás te digo que ahora sí están actuando los que verdaderamente tienen el poder y a los que nosotros nunca vemos.
En la gran bolsa del conspiracionismo, de acuerdo a Michel Barku, caben todas las creencias que giran en torno a la idea de que el destino de una sociedad está manipulado por fuerzas poderosas, ocultas y en principio malvadas, o al menos contrarias al bien común.
— La gente no sabe, jamás puede saber. Por eso nomás le están haciendo el caldo gordo a una camarilla que está maquinando todo en lo oscurito para terminar comiéndose todo el pastel. Yo sé lo que te digo: nadie sabe para quién trabaja. Ahorita un sonorense se está relamiendo los bigotes que ya no tiene.
Ciertamente, en la esencia de toda teoría conspiracionista se encuentra siempre un intento de definir e incluso explicar el mal.
— Esto viene de muy lejos y está muy enmarañado, amigo. Pero algo sí está claro: de que son los mismos, son los mismos, los que mueven todo y nunca pierden.
Toda teoría conspiracionista conlleva la creencia de que existe una organización capaz de tramar el desarrollo de los hechos, y que ésta siempre actúa subrepticiamente.
— ¡Como relojito! Todo les ha salido como lo tenían planeado: ya ves, cuando pensábamos que ya se iban a calmar un ratito las aguas, ¡bolas!: el reportaje en el Washington Post.
Y por supuesto, para quienes echan mano de teorías conspiracionistas para entender el mundo, todo movimiento en el tablero sólo puede explicarse por el comportamiento del factótum tras bambalinas.
— La raza no se da tinta de por donde viene la jugada: le dicen por aquí, y por aquí; le dicen por acá, y por acá. Pura borregada, carne de cañón, contingente anónimo de las marchas.
— Yo le voy a decir qué es lo que está pasando: la pura verdad es que las reformas estructurales que impulsó el señor presidente de la República patearon el avispero, y ahí tiene usted los resultados.
Y claro, desde el pensamiento conspiracionista se podrán elucubrar las historias más disparatadas, pero siempre apelando a la racionalidad de un encadenamiento de causa-efecto en los hechos.
— ¿No leíste a García Soto el lunes? Pues ya salió el peine: ahora sí todo queda claro. Ebrad fue el que le preparó el expediente de la “casa blanca” a Carmen Aristegui. Una carambola de tres bandas: golpe letal a los chuchos, torpedo a la línea de flotación del gobierno federal y coscorrón a los morenos para que sepan de qué cuero salen más correas.
Nada ocurre pues al azar, las coincidencias no existen. El conspiracionismo establece que toda acción humana obedece a intencionalidades: cada hecho que sucede responde a una voluntad.
— ¿A poco no entendiste cómo estuvo? Si estuvo cantado, nomás hay que saber leer entre líneas: Peña tuvo que parar el contrato del tren ligero nomás porque el príncipe de Gales vino a decirle que o dejaba de coquetarle a los chinos o los servicios secretos ingleses destapaban la cloaca.
Tal como establece Michael Barku en A Culture of Conspiracy, cualquier teoría del complot que se respete asume de entrada que nada es como aparenta. Y, por supuesto, no hay apariencia más peligrosa que la que se muestra como inocente.
— … o a ver, ¿cómo explicas que toda la chamacada salga a marchar con las fotos de los normalistas? ¿De dónde las sacaron? ¿Con qué recursos se pagó la impresión de tanto retrato?
Finalmente, el mundo según el conspiracionista es un sistema en el cual todo está conectado entre sí. La búsqueda de la verdad, entonces, no es otra cosa que el esclarecimiento de los engarzamientos que unen los fenómenos. El destino está trazado.
— Ni le muevas: todo lo tienen planeado, hasta que haya gente como tú escribiendo articulitos dizque para tratar de entender las cosas.
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