Superman surcó por primera vez el cielo norteamericano el mismo año que, en Alemania, Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich, organizó el pogromo conocido como la Noche de los Cristales Rotos. En abril de 1938 salió a la venta el #1 de Actions Comics, en cuyas páginas debutó el superhéroe contemporáneo por antonomasia. En noviembre, dos días serían suficientes que para la furia nazi incendiara unas 250 sinagogas, saqueara más de siete mil negocios de la comunidad judía, asesinara a cientos y arrestara a cerca de 30 mil personas por el delito de ser judíos. Ese mismo año, el Vaticano otorga su bendición y reconocimiento al gobierno golpista de Francisco Franco, Hitler invade Austria y Mussolini exige a Francia el control de Túnez, Niza y Córcega. Europa se dispone a la conflagración. Desde su tumba, Nietzsche imposta la voz de Zaratustra: “La guerra y la valentía han hecho cosas más grandes que el amor al prójimo”.
Disonante respecto al fragor de sus tiempos, antagónico frente al pensamiento hegemónico, también en 1938, en la ciudad portuaria de Bari, en la Italia fascista, Benedetto Croce (1886-1952) publicó La storia come pensiero e come azione. Cuatro años después, en México, con el sello del Fondo de Cultura Económica, aparece la traducción al español, con un título mucho más atinado: La historia como hazaña de la libertad. Por supuesto, Croce era consciente de su postura discorde: “Nada más frecuente que oír en nuestros días el anuncio jubiloso o la admisión resignada o la lamentación desesperada de que la libertad ha desertado ya del mundo, de que su ideal ha traspuesto el horizonte de la historia, en un ocaso sin promesa ni aurora. Los que así hablan y escriben e imprimen, merecen el perdón motivado por las palabras de Jesús: porque no saben lo que dicen. Si lo supieran…, echarían de ver que el dar por muerta la libertad vale tanto como dar por muerta a la vida.” ¿Leería Vasili Grossman a Croce? No lo sé, pero estoy cierto de que ambos compartían la misma convicción sobre el rol de la libertad en la historia. El ensayo XII del libro de Croce condensa tal postura: “La historia como historia de la libertad”. El planteamiento no es el hegeliano, esto es, el de una historia que se remonte al alumbramiento de la libertad y que vendría a terminar con su destinada madurez. No es así ni para el narrador ucraniano ni para Benedetto Croce; el filósofo italiano sostiene que la libertad es “por un lado, principio explicativo del curso de la historia y, por otro, el ideal moral de la humanidad”. Por su parte, Grossman sostiene: “La historia de la humanidad es la historia de su libertad… El progreso es, en esencia, progreso de la libertad humana”. Grossman reflexiona así y exalta la libertad desde la perspectiva de Iván Grigórievich, el protagonista de Todo fluye (1955-1963), un hombre que ha pasado la mayor parte de su vida confinado en cárceles y campos de concentración.
También en 1938, en marzo, Nikolái Bujarin fue ejecutado por así convenir a la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, lo cual no significaba otra cosa que por órdenes de Stalin. Bujarin, como cientos de miles de soviéticos, fue víctima de la Gran Purga de 1937. El revolucionario moscovita, quien años atrás se había opuesto a la colectivización forzada del trabajo campesino, fue acusado de traición y de colaborar con una supuesta organización terrorista dirigida desde el extranjero por Trotski. Anna Lárina, esposa de Bujarin, también había sido arrestada; perdió la custodia de sus hijos y pasaría veinte años en un campo de trabajos forzados: “…la nieve cruje como vidrio bajo los zapatos de cientos de mujeres moscovitas, condenas a diez años de campo por no haber denunciado a sus maridos”, relata Grossman.
En Anatomía de la destructividad humana, Erich Fromm (1900-1980) se refiere a Stalin como un “caso clínico de sádico no sexual”. Efectivamente, oteador autócrata apostado en lo más alto de la pirámide de la burocracia soviética, el georgiano implantó el sadismo como política de Estado. La opresión se propagaba y Benedeto Croce lo tenía perfectamente claro: “Aun sin detenerse en los sucesos y las condiciones de la vida contemporánea por los cuales en muchos países los órdenes liberales… se derrumbaron, y en otros muchos se extiende el deseo de su derrumbe, la historia entera hace ver, con breves intervalos de inquieta, insegura y desordenada libertad, con escasos relámpagos de felicidad…, un apelotonarse de opresiones, invasiones, depredaciones, tiranías profanas y eclesiásticas, guerras entre pueblos y en pueblos mismos, persecuciones, destierros y patíbulos. Con este espectáculo ante los ojos, el dicho de que la historia es la historia de la libertad suena como una ironía o, afirmado en serio, como una estupidez”.
Pero Croce no se deja engañar —“la filosofía no está en el mundo para dejarse dormir por la realidad tal como se presenta, sino para interpretarla”—; Grossman tampoco. Y ambos apostaban por lo mismo: “el hombre que esclaviza a otro despierta en él la conciencia de sí y lo encamina a la libertad”.
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