We are storytelling creatures.
Jerome S. Bruner
Desnudos e inocentes, con los ojos cerrados, nacemos puestos para una historia arrebozada en una plétora de condiciones, algunas —seguramente apenas un modesto ramillete—, manifiestas: las coordenadas en el mapa y la fecha del alumbramiento, el nicho cultural y el entorno familiar en que cada recién parido viene a apersonarse, su sexo, alguna que otra característica más o menos evidente, más o menos mesurable… Pesó tanto, tenía poco pelo, lloró como un energúmeno… Son marbetes con que se dará pie a una biografía. Varón, hijo de Herman y Rose Bruner, una pareja de inmigrantes judíos polacos, Jerome Seymour llegó al mundo en la ciudad de Nueva York en los albores del siglo XX y nació ciego. ¿Hasta qué punto las condiciones se imponen como condicionantes de vida? El Diccionario panhispánico de dudas resuelve vía semántica el dilema filosófico: “es incorrecto el uso de condicionante como sinónimo de condición”. En este caso, seguramente muy pocos hubieran previsto un futuro promisorio para aquel pequeño, pero algún tiempo después, luego de un par de operaciones, aún siendo un niño, lograría ver… Desde entonces, siempre usó anteojos con lentes enormes. El jueves 1º de octubre de 2015, Jerome S. Bruner cumplió cien años de edad —falleció en junio de 2016—. La mayor parte de su siglo de vida se ha dedicado a estudiar y pensar, sobre todo a pensar sobre el pensamiento mismo. El doctor Bruner —en 1941obtuvo su Ph. D. Degree en Harvard—, es uno de los pioneros de la psicología cognitiva: más que atender la forma en la que el hombre consigue un conocimiento verdadero acerca del mundo, se enfoca en los procesos de construcción mental de la realidad, particularmente de la interacción humana. En 1991, Bruner publicó un texto que hoy es ya considerado como un clásico —“La construcción narrativa de la realidad”—; en él, parte de que los seres humanos “organizamos nuestra experiencia y memoria acerca de nuestro acontecer principalmente en forma narrativa: historias, excusas, mitos, motivos para hacer o no hacer, en fin…”, para entonces proponer diez principios sobre la forma en la que la narrativa “opera como un instrumento de la mente en el proceso de construcción de la realidad”.
Curiosamente, el primer libro que publicó el novelista norteamericano Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) no es una novela, es un libro de memorias: La invención de la soledad (1982). Varios años después, en una entrevista para The Paris Review, el periodista le recuerda al escritor una idea poderosa que en aquel libro aparece fraseada así: “La anécdota como un forma de conocimiento”. Entonces Auster comenta:
“Me han sucedido tantas cosas extrañas a lo largo de mi vida, tantos eventos inesperados e improbables, que ya no estoy muy seguro de qué es la realidad. Lo más que puedo hacer es hablar de la mecánica de la realidad, para reunir pruebas sobre lo que sucede en el mundo y tratar de grabarlo tan fielmente como pueda. He utilizado este enfoque en mis novelas. No es un método, más bien es un acto de fe: presentar las cosas como realmente suceden, no como se supone que deben suceder o como nos gustaría que sucedan. Las novelas son ficciones, por supuesto, y por lo tanto en ellas se cuentan mentiras (en el sentido más estricto del término), pero por medio de esas mentiras el novelista intenta decir la verdad sobre el mundo”.
En una ponencia de 2003, Life as Narrative, el doctor Jerome S. Bruner medita en torno a la forma en que la gente se cuenta a sí misma la historia de su propia vida, y a las manera en que tales relatos autobiográficos inciden en la construcción de la identidad. A lo largo de su argumentación hay una idea recurrente que encuentra su mejor expresión en palabras del novelista neoyorquino Henry James (1843-1916): “las historias les suceden a la gente que sabe cómo contarlas”.
Paul Auster ha publicado hasta ahora dieciséis novelas; la más reciente, hace ya cinco años, Sunset Park (la traducción al castellano fue editada el mismo año por Anagrama, 2010). En ella, uno de los personajes, el editor Morris Heller, agobiado por los sucesos, busca y encuentra refugio en el maravilloso orden que ofrece la narrativa: “… el único sedante en el que siempre se puede confiar…, el tirón de las historias, siempre las historias, los miles, los millones de narraciones; y sin embargo uno nunca se cansa de ellas, siempre hay espacio en el cerebro para una más, para otro libro, para otra película…” Uno de las razones del pesar del señor Morris es su hijo, Miles Heller, quien, por decirlo pronto, ha llegado desde hace tiempo a la vida adulta sin haber logrado tramar una historia verosímil para sí mismo, y sin ella apenas transcurre por el tiempo, le suceden cosas, no hace cosas… El doctor Bruner no se equivoca cuando sostiene que “la mente humana nunca se encuentra libre de compromisos. No existe el ojo inocente, nadie puede penetrar a la realidad cruda (aboriginal reality). En cambio, partimos de hipótesis, versiones, expectativa de determinados escenarios. Nuestra preconcepción acerca de la naturaleza de la vida es que es una historia”. Tampoco yerra Paul Auster cuando en el título de un libro autobiográfico incluye el sustantivo invención.