Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 9 de enero de 2016

Benedetto de Cornell

Hace unos días, apenas el 13 de diciembre del año pasado, falleció Benedict Richard O’Gorman Anderson. ¿Te suena? Ocurre que es uno de los científicos sociales contemporáneos más importantes, en particular por sus aportaciones al estudio del nacionalismo.

Poco fue conocido por su nombre completo, porque firmó todas sus obras con una versión acortada de su apelativo: Benedict Anderson —por cierto, igual procedió su hermano menor, el célebre historiador Perry Anderson, autor de clásicos como Transiciones de la antigüedad al feudalismo y Los fines de la historia—.

Quiero pensar que el nombre de pila se lo pusieron en honor a san Benedetto da Norcia (c. 480 – 545), fundador de la orden de los benedictinos, pero no tengo prueba documental, y pudo ser en cambio que sus padres tuviesen en mente a cualquier otro de los seis santos que en vida llevaron el mismo mote: Benedetto Crespi (¿? – 725), arzobispo de Milán; o Benoît d'Aniane (750-821), un monje benedictino que llegó al mundo en el seno de una familia visigoda y con otro nombre, Witiza; o Benedict Biscop (c. 628 – 690), fundador de la abadía doble de San Pedro y San Pablo de Monkwearmouth–Jarrow, monasterios situados ambos en Northumbria, un reino establecido en la isla de la Gran Bretaña por invasores germánicos, que no duró mucho, del 653 al 954, pero sí bastante más que lo que lleva de existencia nuestro país; o Benedict de Szkalka (¿? – c. 1033), oriundo de la ciudad eslovaca de Nitra, y quien tuvo a bien meterse en una cueva a penar y rezar; o San Bénézet de Aviñón (1165 –1184), a quien se atribuye el milagro de haber elevado “una piedra que ni 30 hombres la hubieran podido mover” para iniciar la construcción del puente de su ciudad natal; o el siciliano Benedetto da San Fratello (1526-1589), hijo de padres esclavos africanos, y por ello conocido también como El Negro, y reputado entre sus coetáneos por sus dotes como taumaturgo; o Benoît-Joseph Labre (1748-1783), un francés franciscano vagabundo que nomás por administrarse mortificación hizo voto de no bañarse, y a quien se le conoce como el patrono de los solteros, los homeless, los itinerantes y las personas inadaptadas… En fin, me parece que resultaría más apropiado que el nombre con el que trascendería como un gran estudioso de los nacionalismos, Benedict Anderson, le fuera conferido en recuerdo de Benedetto da Norcia, a quien hoy y desde 1964 (Carta Apostólica Pacis nuntius); se le venera como el santo patrono de toda Europa, eso sí, no solo, sino junto con otros cinco figurones del catolicismo: San Cirilo, San Metodio, Santa Catalina de Siena, Santa Brígida de Suecia y Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

El segundo nombre le venía de un antepasado decimonónico, Richard O’Gorman, quien fue uno de los líderes del Young Irelander Rebellion, el frustrado levantamiento independentista irlandés ocurrido en 1848. En cuanto al apellido, nótese que Benedict se afamó descartando el primero, O’Gormman,  y únicamente usando el segundo, Anderson, aunque ambos herencia de su padre, el irlandés James Carew O'Gorman Anderson, quien por cierto guardaba parentesco directo con Nicholas Purcell O'Gorman, prominente impulsor de la Sociedad de los Irlandeses Unidos, una organización independentista dieciochesca que luchó por reformas en favor de la autonomía política de Irlanda respecto al Reino Unido. 

Pese a sus antecedentes atados a Irlanda, no nació en la isla —hoy, territorio de dos países, Irlanda e Irlanda del Norte—, aunque eso sí, anduvo por la vida siendo ciudadano de la República de Irlanda. Benedict Anderson llegó al mundo en Kunmíng, capital de la provincia de Yunnan, en China, ciudad en la cual su papá trabajaba para el Aduana Marítima Imperial, la agencia británica encargada de supervisar el comercio con China y de luchar contra los tejes y manejes mercantiles sin restricciones entre países, también conocidos como contrabando.

Benedict, de niño, pasó algunos años en la tierra de su familia, pero desde 1941 se fue a vivir a Estados Unidos. Al finalizar la II Guerra Mundial, él y su familia regresaron a Europa, y en 1957, con honores, obtuvo su BA en la Universidad de Cambridge. Diez años después lograría el doctorado, ahora en la Universidad estadounidense de Cornell, con una tesis acerca del régimen del dictador Suharto, quien gobernó Indonesia hasta 1998. Y justo allá un infartó atajó la vida del doctor Anderson, en un hotel de la ciudad de Batu, en Java Oriental, Indonesia.

Fue Cornell en donde desarrolló su extraordinaria vida académica, hasta que se retiró en 2002, como profesor emérito en estudios internacionales. No llegaría a cumplir 80 años, pero la vida le alcanzó para conocer el mundo desde las ventanas de varios idiomas —además de dominar el inglés, podía leer sin problemas holandés, alemán, español, ruso y francés, y hablaba indonesio, javanés, tagalo y tailandés—. Benedict Anderson escribió varios libros, entre otros, Mythology and the Tolerance of the Javanese (1965), Religion and Social Ethos in Indonesia (1977), Language and Power: Exploring Political Cultures in Indonesia (1990), Debating World Literature (2004) y The Fate of Rural Hell: Asceticism and Desire in Buddhist Thailand (2012). Pero sin duda la obra de mayor influencia del doctor Anderson es Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, de 1983, cuya traducción al español —de Eduardo L. Suárez— fue publicada por el Fondo de Cultura Económica diez años más tarde. Benedict Anderson nos dejo un gran libro para entender el nacionalismo. También dejo dos hijos, ambos adoptivos, ambos nativos de Indonesia.

QDEP Benedict Anderson.

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