El megalómano y mega-anómalo, narcisista obcecado, mitómano desbocado, bocazas, gárrulo, patán, soez e incivil, zafio, golfo, vulgar, altanero, grotesco y ridículo, chabacano, desvergonzado, macarra, bravucón y pendenciero, depravado, sexista, machista, homófobo, racista, clasista, chovinista, retrógrado y prejuiciado, alevoso, fullero, autoritario y vil personaje que ocupa hoy el cargo de presidente de los Estados Unidos de América, míster Donald Trump-Ass, junto con su caterva de secuaces, su AssCo-mpany, en primerísimo lugar su asesora, la bruja mainstream Kellyanne Conway, seguida del pelmazo de su secretario de prensa, Sean Spicer, han logrado caldear un ambiente mediático espeluznante por entero. Por ejemplo, en su primer encuentro con los señoritos y damiselas de la CIA, míster Trump-etas Apocalípticas presumió ufano y con todas sus letras: I have a running war with the media, lo cual en la lengua de Cervantes se traduce: “Estoy en guerra con los medios de comunicación”. Uno o dos días después, en entrevista con Chuck Todd de la cadena NBC, la arpía Conway menospreció las mentiras descaradas que un día antes había proferido el cortesano Sean Sacos Grandes Spicer, y reveló a las claras el sello de sus estratagemas: Don’t be so overly dramatic about it, Chuck. What it-you’re saying it’s a falsehood… Sean Spicer, our press secretary, gave alternative facts to that. Parlamento que quizá Lope de Vega hubiera expresado en buen cristiano así: “Yo os conmino a que no dramaticéis en demasía, Chuck. Lo que vos proclamáis es un embuste. Sean Spicer, nuestro secretario de prensa, ofreció hechos alternativos”. Y luego, para cerrar la pinza, el propio cortesano Spicer aclaró que no es que él haya querido mentir cuando dijo que el evento de investidura presidencial de su jefe es el que más audiencia haya tenido jamás y punto (this was the largest audience to ever witness an inauguration, period), sino que a veces “pueden estar en desacuerdo con los hechos” (Sometimes we can disagree with facts). Estas tres perlas negras bastaron para que en la mediósfera -digo, porque en su casa, estimado lector, en mi casa, en Disneylandia, en el resto del Gabacho y en el orbe sigue casi todo más o menos igual que hace una semana- se respiraran aires patentemente orwellianos, sensación que ha provocado que cunda desde hace días una especie de déjà vu literario colectivo: ¡Jijos!, como que todo esto nos recuerda algo… ¿no?
1984, la novela de George Orwell (1903-1950), escrita hace casi setenta años, ha resurgido como un bestseller tanto en Estados Unidos como en varios países europeos. Si bien en ninguna parte del libro aparece literal la frase alternative facts, resulta evidente su cercanía semántica con el concepto doublethink -“el poder de mantener dos creencias contradictorias en la mente simultáneamente, y aceptar las dos”-. Desde el día de las funestas elecciones, noviembre 8 de 2016, se han vendido más de 47 mil ejemplares de la obra -en el mismo período el año pasado se colocaron apenas 11 mil-, de modo que Penguin Books ya mandó imprimir 75 mil copias de la novela distópica del británico. El viernes en la noche, 1984 ocupaba dos de los primeros lugares en la lista de bestsellers de Amazon: en el número 1, es decir, como el libro más vendido actualmente, aparece la edición de Signet Classics (Penguin), y en el puesto 4 se halla la edición de Brawley Press.
En el tramo final de la novela, el perverso O’Brien revela el porvenir al protagonista de la novela, Winston Smith: If you want a picture of the future, imagine a boot stamping on a human face-for ever.’ Una bota estampada en la cara del ser humano…, una figura que muy probablemente influenció al poeta quebequense Leonard Cohen (1934-2016) cuando escribió la letra de su canción The Future: Give me back the Berlin wall / give me Stalin and St Paul / I’ve seen the future, brother: / it is murder.
Apenas el viernes, Nikki Haley, la nueva embajadora de Estados Unidos en la ONU, en su primera conferencia con los medios acreditados ante el organismo internacional más importante del orbe, mostró el dragón que trae en la lengua: “Tenemos que respaldar a nuestros aliados y asegurarnos de que nuestros aliados nos respaldan. Y quienes no nos respalden, que sepan que vamos a apuntar sus nombres, y vamos a responder como corresponda”. ¿Qué tal, eh? Esta sola declaración amenazante y ruda corrobora muchos de los adjetivos que enjareté en el íncipit de este texto a Donald Trump -en sus orígenes Drumpf, ya que el abuelo del hoy presidente gringo, quien inmigró de Alemania en 1885 y no se hizo ciudadano norteamericano sino 1892, en realidad se llamaba Frederick Drumpf, pero cambió la fonética de su apellido para esquivar la actitud germanófoba que a principios del siglo pasado había en Gringolandia-. Sin embargo, conviene subrayar que al optar por Nikki Haley, Trump-Drumpf colocó no sólo a una mujer en la ONU, sino a una mujer hija de inmigrantes: la señora Haley, quien fuera gobernadora de Carolina del Sur, en realidad se llama Nimrata Nikki Randhawa Haley y es hija de Ajit Singh Randhawa y Raj Kaur Randhawa, quienes llegaron a Estados Unidos procedentes de la India apenas en 1969. ¿Entonces? ¿En qué quedamos, míster?
Las apocalíticas Trump-etAss orwellianas que han rugido sobre todo desde Twitter han logrado una resonancia bárbara en la mediósfera. ¿Por qué? En buena medida por la misma razón por la cual el tipejo logró tanta cobertura gratuita durante su campaña: porque es un payaso divertido, porque acicata el morbo de saber hasta dónde será capaz de llegar, qué será capaz de decir… Trump es un personaje -y quizá ya no quede mucho de una persona bajo su piel- que ofrece una variedad de “hechos alternativos”. Su ascenso en una sociedad aburrida más que por cuestiones ideológicas puede explicarse en términos de rating.
No hay comentarios:
Publicar un comentario