El domingo 27 de enero, en Mocorito,
Sinaloa, el gobierno federal entrante presentó la Estrategia Nacional de
Lectura. El evento me emocionó hasta la médula, entre otras cosas porque el
discurso de Beatriz Gutiérrez y la presencia del presidente de la República
permiten suponer que el asunto será tratado por fin como una prioridad nacional.
También podía considerarse relevante el simbolismo del sitio —enclavado en el
llamado Triángulo Dorado del narcotráfico mexicano— y la fecha, días previos a
que concluyera el primer mes del año, segundo mes de la administración, y mucho
antes incluso de que se presentara el Plan Nacional de Desarrollo… La
intervención de Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica —pero,
sobre todo, figura protagónica en el movimiento que llevó a López Obrador al
poder— fue también alentadora. Sus palabras suelen ser apasionadas,
incendiarias incluso, y en aquella ocasión, en la tierra de los Tigres del
Norte, el novelista y promotor cultural no se contuvo…, y qué bueno. Sintético,
sostuvo que el objetivo de la Estrategia es “construir una gran república de
lectores”. Muy bien… Bueno, pero ahora… ¿cómo? Ese día no se detalló gran cosa,
de hecho, más allá de los discursos, no se presentó documento alguno. Si acaso,
Paco enunció los tres ejes que tendrá la estrategia: el formal (irá de la mano
con la nueva política educativa), la disponibilidad de libros y el comunicacional
(“posicionar que el acto de lectura es una habilidad extraordinaria, puesto que
permite entender, sentir y pensar mucho más allá de lo inmediato”). Y de inmediato,
malquerientes obsesivos y descreídos consuetudinarios, pejefóbicos de cepa y alguno
que otro crítico reflexivo señalaron que lo sucedido en Mocorito fue más una
especie de episodio anacrónico de campaña que un acto de gobierno… Entre los
esperanzados y optimistas, algunos pensamos que estuvo más que bien lo dicho y
hecho en Sinaloa, y que más allá de la presentación de la postura del gobierno,
de su intención última, habría que esperar que las consabidas instancias competentes
germinaran y escribieran el documento formal, con la definición precisa de la
política pública… Han pasado más de tres meses.
Sé que las susodichas instancias competentes
están trabajando en la delimitación de las líneas de acción específicas de la
Estrategia Nacional de Lectura. Deben de andar muy ocupadas en el estire y
afloje, definiendo qué debe ser la Estrategia, redactando impecablemente el
texto —que los también ya mentados pejefóbicos y malquerientes revisarán con
lupa—…, así que, supongo, poco margen tendrán para dedicar tiempo y esfuerzos a
especificar contundentemente que NO debe ser la Estrategia Nacional de Lectura
(ENL). Aquí es donde encuentro un pequeño resquicio en el cual, creo
sinceramente, algo puedo aportar.
1. La ENL no debe ser un diagnóstico. Todos ya sabemos que se lee
menos de lo que se quiere que sea. No es necesario dedicar hojas y hojas del
documento a un circo de gráficas y porcentajes... Nadie necesita revisar los
resultados de ninguna encuesta para saber que los libros no son parte fundamental,
como la tele y los teléfonos celulares, de la vida cotidiana de la mayor parte
de la gente. Además, ya se dio la instrucción presidencial: hay que echar a
andar una ENL. Por supuesto, habrá quienes saquen a cuento la bonita jaculatoria
tecnócrata que ha dado tanta chamba a ejércitos de asesores y a embarnecidas
estructuras burocráticas: “¡Momento!, no se puede corregir lo que no se tiene
bien evaluado”. Para apurar las cosas me permito una analogía: el lector en
México es un joven que tiene clavado un puñal en la espalda y vidrios en los
dedos, llegó a urgencias deshidratado, con gas pimienta en los ojos, flemas en
la tráquea y una arritmia cardiaca terrible… ¿Lo pasamos a estudios clínicos a
que le saquen unas muestras de sangre y revisamos puntualmente su historial
médico o intervenimos cuanto antes? Por lo demás, me temo que las cosas están
tan mal que todo lo que se pueda hacer en el corto plazo será insuficiente para
remontar la situación… a corto plazo, pero urge parar la caída cuanto antes.
2. La ENL no debe ser diseñada como la respuesta a un problema que
aqueja sólo a México. El mal que se enfrenta no es nacional, es global. Giovanni
Sartori lo perfiló certeramente desde 1997, cuando publicó uno de los ensayos
más pesimistas y lúcidos que he leído en mi vida: Homo videns. La sociedad teledirigida. Lo que está en juego es la
capacidad de pensamiento abstracto de la mayoría de los seres humanos; la
polarización de la riqueza —ese 1% de los más ricos que acapara más del 82% de
la riqueza— tiene su expresión en el desarrollo cognitivo de la humanidad, y
esa expresión se escribe fácil: involución. El fenómeno no es “otro de los
males mexicanos”, es una encrucijada civilizatoria. México no está aislado: el
dilema ¿horas y horas de series en Netflix o Los bandidos de Río Frío? no puede enfrentarse desde el prejuicio
malinchista que suspira quejándose: ¡Ay,
es que el mexicano no lee…!
3. La ENL no debe ser entendida
como un esfuerzo de alfabetización masiva. Sé que sonará excesivo subrayarlo, pero
más vale: una estrategia dirigida a impulsar a la gente a que lea parte del
presupuesto de que la gente ya sabe hacerlo, y la que no sabe hacerlo no es
población objetivo de dicha estrategia. En el Censo de Población de 2010 se cuestionó
a las personas de seis años y más si sabían leer y escribir un recado, y la
misma pregunta se realizó en 2015 en la Encuesta Intercensal: 9 de cada 10
respondieron afirmativamente. Esa es la población objetivo de la ENL. Claro,
sería absurdo invitar a la gente que apenas puede leer un recado a que lea a
Kierkegaard por las tardes, pero también sería absurdo no preparar materiales
de lectura adecuados para que esas mismas personas superen pronto el nivel
necesario de lectura para comprender un recado. Por lo demás, el soporte
estadístico es bastante para saber qué tanto se requieren libros para lectores
iniciales…, iniciales, aunque la enorme mayoría de ellos, vale la pena no
olvidarlo, es capaz de leer los subtítulos de cualquier churro hollywoodense.
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bis. En contrapartida, la ENL no debe ser
proyectada como un enorme club de lectores. Los lectores empedernidos podemos y
debemos echar la mano, meter el hombro, pero no somos la población objetivo de
la ENL. Un seminario para discutir la hipertextualidad entre la generación de
la Literatura de la Onda y la picaresca del Siglo de Oro Español puede reportar
un divertido encuentro y muchas fotos lucidoras, pero no va a producir nuevos
lectores. Por lo demás, sabemos sobradamente lo que ocurre cuando se
institucionaliza el apapacho gubernamental a las élites.
4. La ENL no debe ser un programa sectorial, no al menos en el
sentido de que cada dependencia pública “sume” a ella, nada más para embarnecerla,
las acciones que desde antes ya hacía o iba a hacer. Proceder así podría
asegurar un documento rollizo y apantallante, pero ineficaz puesto que seguiría
pasando lo que hasta ahora pasa. En la nomenclatura tecnócrata se veneran
fórmulas verbales como “acciones transversales”, al tiempo que se usa como
denuesto lo que se califica como “acciones aisladas”; el problema de ello, como
ocurre con cualquier ideología, es que se actúa sin pensar: muchas veces lo que
se requiere es una acción específica y no la suma de acciones concurrentes que
a la mera hora nomás no concurren en nada. En esa misma jerga está muy bien
visto hablar de “alinear la estrategia con” tal o cual programa o eje o plan…,
a partir de lo cual lo que muchas veces ocurre es que la dichosa estrategia
termina siendo una rebaba inútil. En el caso de la ENL esto puede ser
especialmente peligroso tomando en cuenta el primer eje mentado, el formal: si
apenas se está en la definición a detalle de la nueva política educativa de
este país, cómo “alinear” la estrategia a algo todavía brumoso. Más incluso: “ir
de la mano de la nueva política educativa” está bien como metáfora, mientras no
signifique que la ENL tendrá que avanzar al ritmo de la política aludida o,
peor, depender de la plena puesta en marcha de la misma.
5. La ENL no debe ser un programa de producción editorial. Visto
desde la perspectiva del conocidísimo ciclo del libro, la estrategia debe
incidir sobre todo en la distribución y en la lectura. Si se parte de la creencia
de que se lee poco en México porque faltan libros, se estará olvidando que
abundan bibliotecas vacías de lectores y bodegas repletas de libros que nadie
lee, por no hablar de los terabytes de excelente literatura que puede
descargarse de manera legal y gratuita de internet. Esto no quiere decir que
uno crea que el FCE deba detener su reciente producción de ediciones masivas de
bajo costo, mucho menos frenar las ventas de títulos baratos. La cuestión es
que la ENL debe salvar la distancia que existe entre los lectores potenciales y
los libros y demás materiales de lectura que ya existen, y además propiciar que
cuando el lector tenga un libro en las manos proceda en feliz consecuencia, es
decir, que lea, lo cual, claro, se dice fácil, pero es lo más difícil de todo.
6. La ENL no debe ser un mecanismo de reparación de daños frente a
los pueblos originarios de México, aunque, en caso de resultar exitosa, a eso
precisamente ayudaría.
7. La ENL no debe ser un artilugio de adoctrinamiento, ni siquiera
en favor de las mejores causas. Leer no hace a la gente mejores personas, ni
más buenas ni necesariamente más informadas. Leer aceita el pensamiento
abstracto y provee de herramientas cognitivas, las palabras, la sintaxis, el
universo conceptual. ¿Para qué? Sobre todo para responder acertadamente al
cambio. Y los tiempos que hoy vivimos, perdón por la perogrullada, son ante
todo tiempos de cambios acelerados. Estimular que los mexicanos y las mexicanas
lean fortalecerá el recurso más importante con que contamos, nosotros mismos.
Coda
(nomás para no llegar al 8)
La ENL no tiene que propagarse con un
discurso positivo ni indulgente; ya se ha apostado por todos esos mensajes
amigables y se ha fracasado: es divertido, te ayuda a crecer, cultiva, te
informa, es maravilloso…, aunque sea 20 minutos, no duele, ándale, lee… No, más
bien urge alertar:
Desconéctate y lee.
Si estás leyendo esto y lo entiendes,
aún podrías salvarte.