Se está como
en otoño
sobre los árboles
las hojas.
Giuseppe Ungaretti, Soldados.
Cuarenta kilómetros al noreste de Atenas,
el sol horada la bahía de Maratón. Atascados en una quietud tirante, unos
frente a otros, recelosos, miles de hoplitas griegos y de soldados persas se observan.
Bastará avanzar unas zancadas para masacrarse. Aquella mañana de agosto del 490
a. C. se aproxima al cenit. Hace cinco días, los invasores desembarcaron: cerca
de treinta mil guerreros vienen de saquear Eretria, en la isla de Eubea, cumpliendo
así la orden de Darío: someter a las ciudades griegas que se atrevieron a
apoyar la revuelta jónica. Del lado heleno, unos diez mil atenienses y un
millar de plateos aguardan la decisión de sus cabecillas. Heródoto (c. 484 a. C. – c. 425 a. C.) contará que en el comando griego los estrategos están
divididos: una mitad quiere pelear cuanto antes, la otra se opone. Calímaco, el
polemarco —cargo de mando que se sorteaba—, tiene la última palabra; a él se
dirige Milcíades el Joven, uno de los generales: “… en tus manos está sumir a Atenas
en la esclavitud o bien conservar su libertad… No hay duda de que ahora los
atenienses se encuentran en el momento más crítico de su existencia”. Milcíades
argumenta que, si no toman la iniciativa, cundirá el desánimo entre los griegos,
pero “… si tú te adhieres a mi opinión, tu patria conservará su libertad y tu
ciudad se convertirá en la más importante de Grecia” (Historia; VI, 109-110).
Milcíades persuadió a Calímaco, los griegos acometieron y ahí terminó la
primera guerra médica.
En Maratón, Atenas derrotó al imperio aqueménida,
Calímaco pereció en la batalla, y Milcíades resultó el héroe indiscutible. Al año
siguiente intentaría conquistar Paros… Fracasó. Cornelio Nepote (c. 100 a. C. – 25 a. C.) informa que “a Milcíades, quien había
salvado a Atenas y a toda Grecia, sólo se le concedió el honor de que cuando se
pintó la batalla de Maratón en el pórtico Pisianacte,
su figura fue colocada en primer lugar de los diez comandantes, como alentando
a sus hombres para comenzar la pelea" (De viris ilustribus). Pero los atenienses no
perdonaron el yerro de Paros: Milcíades libró la pena máxima, pero no podría
pagar la multa que le impusieron —50 talentos—. Murió en 488 a. C., arruinado y
en la cárcel.
Perdura rastro de tres hijos de Milcíades.
Metíoco, el mayor —procreado con su primera esposa—, tuvo un insólito destino:
después de haber sido capturado por una escuadra fenicia en el golfo de Melas,
fue conducido a Susa, en donde Darío “no le hizo daño alguno, sino que lo colmó
de bienes, pues le dio una casa, un patrimonio y una mujer persa, con la que tuvo
hijos que fueron considerados persas plenos” (Heródoto. Historia; VII, 41). Con su segunda consorte, Hegesípila, hija del
rey Óloro de Tarcia, Milcíades tuvo a una niña, Elpinice, y a un niño, Cimón
(510 a. C. – 450 a. C).
Estesímbroto de Tasos (c. 470 a. C. - 420 a. C.) cuenta que
Cimón era un hombre “inculto, franco, y en lo grande, grande”. Tosco, “no
aprendió ni música ni ninguna otra de las artes…”, pero Plutarco (46 – 127) juzga
que “en todo lo demás, las costumbres de Cimón eran… dignas de aprecio, porque
ni en valor era inferior a Milcíades, ni en seso y prudencia a Temístocles,
siendo más justo que ambos; no cediendo a éstos en nada en las virtudes
militares, es indecible cuánto los aventajaba en las políticas…” (Vidas paralelas, IV). Si su papá
protagonizó la batalla decisiva de la primera guerra médica, él participó en la
que concluyó la segunda: en 480 a. C. apoyó el plan de Temístocles de evacuar Atenas
para enfrentar a los persas en el mar. Los invasores destruirían la polis, pero
días después serían derrotados en Salamina. Cimón, “habiéndose mostrado en el
combate denodado y valiente…, se ganó la opinión y amor de sus conciudadanos…”;
se adhirió a los conservadores dirigidos por Arístides, y, “cuando aspiró al
gobierno, el pueblo lo admitió con placer…” En 476 a. C., fue elegido estratego
de toda la flota de la Liga de Delos. Su primer gran éxito militar consistió en
expulsar de Bizancio a Pausanias, quien confabulaba con los aqueménidas en
contra de su propia ciudad, Esparta. También arrebató Eyón a los persas, y
conquistó Ciros. Plutarco no exagera cuando escribe que “ninguno entre los griegos
llevó tan lejos la guerra antes de Cimón”. Consecuentemente, fue aclamado como
un héroe. Regresó acaudalado: “los viáticos de la guerra, que se los hizo pagar
muy bien a los enemigos, los gastaba mejor con sus conciudadanos, porque quitó
las cercas de sus posesiones para que los necesitados pudieran tomar libremente
de los frutos…” En 466 a. C., después de imponer a los persas la paz de Calias,
Cimón personalmente costeó en Atenas la construcción de lujosos edificios y
jardines, desecó pantanos, elevó murallas, plantó árboles… Claro, demasiado
desafío para Némesis…
Cuando Esparta veía con mayor desconfianza
el expansionismo ateniense, se vio obligada a pedir su ayuda: en 464 a. C., en
medio del desconcierto provocado por un devastador terremoto, hordas de hilotas
se rebelaron. Cimón convenció a los atenienses de la conveniencia de socorrer a
los espartanos, y al frente de cuatro mil hoplitas acudió, pero cuando llegó a
Esparta los lacedemonios, quienes ya controlaban la situación, lo despidieron
con insolencia. Humillado, de vuelta en Atenas, Cimón fue condenado al
ostracismo. Regresaría años después, de nuevo a tomar las armas para engrandecer
Atenas. La muerte lo encontró en Egipto, y ni así descansó: “ocultando su
fallecimiento…, no habiéndolo sabido ni los enemigos ni los aliados, [los
atenienses] hicieron con seguridad su regreso, acaudillados… por Cimón, que
hacía treinta días estaba muerto”.
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