Hasta hace unos meses, fífí era un vocablo que apenas
permanecía mortecino en las páginas de algunos libros —por ejemplo, en novelita
La luciérnaga de Mariano Azuela
(1932)— y en las hemerotecas. No era más que un curioso arcaísmo en desuso, un
elemento lingüístico cuya forma o significado, o ambos a la vez, resultan
anticuados en relación con un momento determinado, en este caso, el actual —Ngram
de Google informa que cuando más apareció fifí
en publicaciones impresas en nuestro idioma fue entre 1928 y 1938, como puede
verificarse aquí—.
Sin embargo, desde el inicio de su tercera campaña por la Presidencia de la
República, Andrés Manuel López Obrador rescató el vocablo —“Yo no inventé lo de
‘fifí”—, lo desempolvó y lo puso de nuevo en circulación. Pero nada, ni las
palabras reviven tal cual, como si no hubieran estado ya cerca de la nada significativa.
En nuestros días fifí es un vocablo
que está más vivo que nunca, aunque su contenido semántico está en disputa y
por tanto construcción.
Según el propio AMLO, como bien se sabe, el
vocablo lo retomó de su uso en México a principios del siglo XX —por supuesto,
hay usos anteriores; de hecho la palabra es de origen galo—, particularmente de
su empleo en la jerga política. El 26 de marzo pasado lo explicó así:
“Se usó para caracterizar a quienes se opusieron al presidente Madero. Los
fifís fueron los que quemaron la casa de los Madero, los fifís fueron los que
hicieron una celebración en las calles cuando asesinaron atrozmente a Gustavo
Madero, cuando los militares lo sacrificaron, que es una de las cosas más
horrendas y vergonzosas que ha pasado en la historia de nuestro país, salieron
los fifís a las calles a celebrarlo y había toda una prensa que apoyaba esas
posturas.”
Uno puede preguntarse qué significa la
palabra fifí, y para responder a ello
basta consultar un diccionario. A la letra la RAE define: “persona presumida y
que se ocupa de seguir las modas”. Pero eso es lo de menos porque eso es lo que
era y era muy poco. En cambio, lo pertinente es saber, de entrada, si eso es lo
que denota el presidente al llamar así a alguien. En la misma conferencia de
prensa de marzo abundó: “¿Qué son, al final, los fifís? Son fantoches,
conservadores, sabelotodo, hipócritas, doble cara.” Ya antes, a finales de
noviembre de 2018, siendo presidente electo, en entrevista con Carmen Aristegui,
había dicho que un fifí es “un junior de nuestro tiempo, un conservador.
Alguien que no quiere el cambio, que está a favor del régimen autoritario y que
simula, que finge ser liberal.”
Con tanta carga, de arcaísmo moribundo
pasó pronto a palabreja —palabra de escasa importancia o interés en el
discurso—, pero fue estancia efímera porque desde los primeros meses del
sexenio el presidente y la gente, el uso social, fue esculpiendo su nuevo significado,
un significado ambiguo, pero de uso extendido en el ágora mexicana
contemporánea. El 2 de enero el López Obrador se refirió a la prensa
“conservadora y fifí” y el significado del vocablo creció. En la consolidación
del nuevo significado colaboró mucho la panda de comentócratas —Sarmiento, por
ejemplo— y cabecillas de partidos políticos antagónicos al gobierno —como el
perredista Fernando Belaunzarán— que, carentes de cualquier otra direccionalidad
política común más allá que estar en contra de AMLO, decidieron tomarle la
palabra —literalmente— para definirse a sí mismos como fifís. El acuerdo
semántico se consolidaba: para los que se asumen como tales, un fifí es un
opositor del Peje y del populismo y, por extensión, de lo populachero y si me
apuran incluso de lo popular. En última instancia, un fifí es un reaccionario:
en sentido negativo para quienes los denuestan, pero en sentido positivo para
ellos mismos: están reaccionando en contra de un régimen con el cual no están
de acuerdo. Pero además de reaccionario, la palabra se quedó con el halo de
adinerado, pudiente, de clase media alta para arriba…, así que, entre fifís,
nada mejor visto que un fifí. De ahí, enseguida fifí se ubicó como antónimo de
chairo.
Los chairos se asumen como chairos sin
problema, aunque los fifís los llamen así para denigrarlos… Y del otro lado igual:
los chairos pretenden infamar a los fifís con tal etiqueta, mientras que los
aludidos se sienten de lo más felices portándola. Para quienes se asumen fifís
o quieren pasar como tales, fifí es cualquier
cosa menos una buldería, es decir, una palabra de injuria o denuesto.
El
domingo de la semana pasada, entre las poco más siete mil personas que se
congregaron en el Ángel de la Independencia para marchar y expresar así su
inconformidad con el gobierno de AMLO, algunos autodenominados fifís llevaban una
camiseta en la que, en la espalda, aparecía impreso un decálogo, “10 razones
para ser fifí”:
1.
Decido trabajar.
2.
Satisfago mis necesidades.
3.
Soy ambicioso.
4.
Me levanto temprano.
5.
Lucho por mis metas.
6.
Disfruto de las cosas buenas.
7.
Soy exigente.
8.
Provoco los cambios.
9. Estoy orgulloso de mí mismo.
10.
Soy feliz.
Si bien tales sentencias, ciertas o no, no
alcanzan para armar un ideario político, sí que perfilan socioculturalmente a
quienes las enarbolan. Gente que asume el trabajo como una afrenta cuando se
tiene que realizar por necesidad, que reduce la ética capitalista a la ambición
y sobre todo que sufre un exiguo aspiracionismo de libritos de autoayuda… El
punto ocho, “provoco los cambios”, es de calle el más ambiguo y contradictorio
de todos. En fin, seguramente no importa, porque, contra todas las apariencias,
ya ven, el fifí es feliz.
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