En esta misma columna, justo hace cinco
años, señalé que la OCDE, encabezada ya desde entonces por el paisano José
Ángel Gurría, nada más andaba tratado de marearnos con un documento —Estudios económicos de la OCDE. México—,
un documento que, por más plagado que estuviera de números y gráficas
estadísticas, en realidad no era más que una depurada expresión del pensamiento
mágico contemporáneo. Agorero, Gurría había venido en 2015 a cantar la nueva:
las llamadas reformas estructurales impulsadas por Peña Nieto estaban a punto
de llevarnos al primer mundo. Por supuesto, no me equivoqué: todas las
predicciones que hacía la OCDE fallaron. En ese mismo texto —El pensamiento mágico de la OCDE—,
yo proponía un neologismo: datamancia.
Desarrollaría el concepto de datamancia en un ensayo publicado un par
de años más tarde: “Datamancia,
una superstición superdotada” (Nexos;
febrero, 2017). En corto, defino la datamancia como la técnica de adivinación a
partir de datos, sobre todo de números y de estadísticas. Una técnica de adivinación,
esto es, una superstición. Y explicaba entonces: “Es un despropósito entender
la estadística y ahora el dichoso Big
Data como instrumentos para predecir el futuro. En realidad, atrás de la
datamancia se oculta un fatalismo primitivo, desde el cual el individuo se
pregunta qué va a pasar en lugar de qué debo hacer. Como la astrología,
igual que las artes de los augures romanos o el de las gitanas que leen las
cartas, la datamancia es una superstición… Claro, una superstición
extraordinariamente bien dotada. Sin embargo, como las más antiguas, se
fundamenta en el pensamiento mágico y en la misma ingenuidad: creer que el
futuro existe. Termino pregonando con Perogrullo: el futuro no existe, si acaso
existirá”.
Muy cercano al concepto de datamancia, me
topé hace unos días con la noción de metric
fixation. Jerry Z. Muller, profesor de historia en la Universidad Católica
de América de Washington, quien acuñó el término, firma un pequeño ensayo
publicado en la revista digital aeon: Against
metrics: how measuring performance by numbers backfires (Contra la métrica:
cómo es que medir el rendimiento con números fracasa), en el que explica
—traduzco—: “Los componentes clave de la fijación métrica (metric fixation) son la creencia de que es posible, y deseable,
reemplazar el juicio profesional (adquirido a través de la experiencia personal
y el talento) con indicadores numéricos de desempeño comparativo basados en
datos estandarizados (métricas), y que la mejor manera de motivar a las
personas dentro de las organizaciones es otorgando recompensas o sanciones a su
desempeño medido”. Claro, hasta aquí podría pensarse que quizá convendría mejor
no traducir fixation como fijación, sino como obsesión. Opto por usar fijación
considerando que la segunda acepción que aporta el diccionario de la RAE del
vocablo es precisamente “obsesión o idea fija”. Además, valga recordar que, de
acuerdo a la teoría psicoanalítica, la proyección de la libido puede provocar
una fijación, esto es, una
dependencia emocional, generalmente con connotaciones erótico-sexuales, hacia algo.
Así, en un sentido existencial se entiende una fijación como “una adhesión
incondicional a un ideal, que ya no permite adherirse al flujo normal de la
experiencia, sino que requiere que ésta se incline ante las exigencias
establecidas por el ideal fijado” (Diccionario
de Psicología. Plethora).
La fijación
métrica a la que se refiere Jerry Z. Muller está ligada a recompensas por
el desempeño. Tales recompensas pueden ser ya sea económicas —en forma de pago de
bonos o aumentos, por ejemplo—, o simbólicas —premios, difusión de resultados
para acrecentar la reputación de un trabajador en la empresa—, o en forma de calificaciones
y clasificaciones universitarias, puntajes hospitalarias y quirúrgicas,
etcétera.
Establecido el concepto, Jerry Z. Muller
alerta: “… el efecto negativo más dramático de la fijación de métricas es su
propensión a incentivar el gaming: es
decir, alentar a los profesionales a maximizar sus métricas de manera que estén
en desacuerdo con el propósito más amplio de la organización”.
Desafortunadamente, algunos de los ejemplos que pone el autor nos resultan bien
conocidos en México: “Si la tasa de delitos graves en un distrito se convierte
en la métrica según la cual se promueve a los oficiales de policía, entonces
algunos oficiales responderán simplemente no registrando delitos o rebajándolos
de delitos mayores a delitos menores. O tome el caso de los cirujanos. Cuando
las métricas de éxito y fracaso se hacen públicas, lo que afecta su reputación
e ingresos, algunos cirujanos mejorarán sus puntajes métricos al negarse a
operar a pacientes con problemas más complejos, cuyos resultados quirúrgicos
son más propensos a ser negativos. ¿Quién sufre? Los pacientes que no son
operados”. Según Muller, cuando la recompensa se vincula al rendimiento medido,
la fijación métrica incentiva este tipo de juegos. “Pero la fijación métrica
también conduce a una variedad de consecuencias negativas no intencionales más
sutiles”. En concreto, el desplazamiento de objetivos. Cuando el rendimiento se
juzga sólo por determinadas medidas y hay mucho en juego —mantener el empleo,
obtener un aumento de sueldo, en fin—, “las personas se enfocan en satisfacer
esas medidas, a menudo a expensas de otras metas organizacionales más
importantes que no se miden. El ejemplo más conocido es ‘enseñar a la prueba’,
un fenómeno generalizado que ha distorsionado la educación…”
La fijación métrica, además, fomenta la
perversión social que el sociólogo Robert K. Merton llamó en 1936 “la imperiosa
inmediatez de los intereses”, esto es, el actor se preocupa nada más por las
consecuencias inmediatas previstas, y deja de ver cualquier otra. Una miopía
que hoy por hoy cunde…