Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

jueves, 24 de marzo de 2022

El detalle

  

 

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Bien a bien nadie sabe quién fue primero, si Homero o Hesíodo, si Hesíodo u Homero. En cualquier caso, la vida de ambos debió de haber sucedido hace unas veintinueve centurias, en el siglo VIII antes de nuestra era. En el caso del aedo a quien atribuimos la Ilíada y la Odisea, ni siquiera sabemos con certeza si realmente existió un hombre de carne y hueso llamado Homero. Haya existido o no, sin esas dos epopeyas el espíritu antiguo griego no habría existido. Harold Bloom (Nueva York, 1930-2019) sostiene que, a lo largo de más de trescientos años, “Homero se había convertido en libro de texto en todos los temas”, hasta que un tal Platón (429-347 a. C.) llegó a disputarle el título. Imposible discutirlo…, pero Bloom no menciona al otro autor originario imprescindible de la Antigüedad griega: Hesíodo. En su Teogonía el poeta de Ascra estructuró la genealogía del complejo panteón mitológico griego, y en Trabajos y días realizó el primer compendio de la moral del buen ciudadano, no sólo de Grecia, sino de la tradición occidental.

 

Ya en Trabajos y días encontramos un motivo de la moral occidental que habrá de perdurar hasta nuestros días: actuar mal es fácil y actuar bien es difícil; ser una buena persona requiere esfuerzo, mientras que para ser mala persona basta dejarse llevar: “De la maldad puedes coger fácilmente cuanto quieras; llano es su camino y vive muy cerca. De la virtud, en cambio, sudor pusieron delante los dioses inmortales: largo y empinado es el sendero hacia ella y áspero al comienzo…”

 

Hace casi tres mil años, Hesíodo dejó por escrito la conceptualización del trabajo con la que las buenas gentes de Occidente, al menos hasta mi generación, hemos sido formadas: “… trabaja para que te aborrezca el Hambre y te quiera la venerable Deméter… y te llene de alimento tu cabaña…” Voltaire (1694-1778), una de las figuras imprescindibles de la Ilustración, escribe en su Cándido o El optimismo (1759): “… el trabajo nos libra de tres insufribles calamidades, el aburrimiento, el vicio, y la necesidad”.

 

— ¡Levántense! —recuerdo así el campanazo de los sábados y domingo a las siete de la mañana— ¡Ya amaneció, levántense a hacer algo productivo!

 

“Los dioses y los hombres se indignan contra el que vive sin hacer nada, semejante en carácter a los zánganos sin aguijón comiendo sin trabajar…” Claro, las abejas industriosas y los zánganos desvergonzados, un tropo empleado durante milenios por los fabulistas… Según el refrán, quien te dio la hiel, te dará la miel, una idea que Hesíodo compartía: “… tú preocúpate por disponer las faenas a su tiempo para que te llenen los granos con el sazonado sustento.” El trabajo es virtuoso, y “…si trabajas te apreciarán mucho más los Inmortales (y los mortales, pues aborrecen en gran manera a los holgazanes)”. A Dios rogando, y con el mazo dando.

 

 

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Con guion de Humberto Gómez Landero y Juan Bustillos Oro, quien también la dirigió, en 1940 se estrenó la película Ahí está el detalle. En una de las primeras escenas, Cantinflas —en su primer rol protagónico— está echándose un pollito de gorra en la cocina de la mansión de don Cayetano Lastre (Joaquín Pardavé), gracias a su novia, Paz (Dolores Camarillo), quien trabaja como doméstica ahí:

 

— ¡Cínico! ¡Sinvergüenza! —le grita ella— ¡Descarado! ¡Tragón!

 

— Nomás no ofenda, jovencita, que aquí también hay dignidad —se defiende el pelado.

 

— Y si la tienes, ¿por qué no trabajas? —y luego, como si citara al mismísimo Hesíodo:— No hay nada más noble y ni que dignifique más al hombre ni que sea mejor que el trabajo.

 

— ¡Qué va, chiquita! Mira, nomás te voy a decir una cosa… ¿Trabajan los ricos? A que no… —Paz se queda callada— Entonces, si el trabajo fuera bueno, ya lo tendrían acaparado los ricos y entonces nada más ellos trabajarían.

 

 

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Recuerda Noam Chomsky que, durante los albores del movimiento obrero, al inicio del siglo XIX, su tema principal giraba en torno a la noción de que tener un trabajo, un empleo, es un ataque terrible a los derechos humanos de la persona. “Tener un trabajo no es algo que anheles, es algo que a lo que te ves obligado, pero es un ataque a tu dignidad como ser humano, a tus derechos como persona libre. Tener un trabajo significa vivir bajo las órdenes de un patrón durante la mayor parte de tu vida en vigilia. Nothing wonderful about that.” En una entrevista realizada hace tres años, el académico explicaba: “Piénsenlo por un momento… Casi todo mundo pasa la mayor parte de su vida en un sistema totalitario. Ese sistema totalitario se llama ‘tener un trabajo’”. Cuando tienes la suerte de tener un trabajo, te encuentras bajo el control de tu jefe o de tu patrón. “Ellos determinan cómo debes o no debes vestirte, cuando puedes ir al baño, qué tienes que hacer… La idea central de un contrato de trabajo asalariado es venderse a uno mismo como servidumbre. Se trata de ‘gobiernos privados’, que son más totalitarios que cualquier gobierno. Pueden controlar todo lo que haces”. ¿No te gusta? Entonces, claro, tienes la libertad de botar el trabajo… “Tienes la opción de morir de hambre o venderte a una tiranía. Very libertarian”.

 

 

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En sus Escritos económicos-filosóficos de 1844, Carlos Marx sostiene que el trabajo asalariado no sólo produce mercancías, sino que también se produce a sí mismo y produce al trabajador como una mercancía…, y ahí está el detalle.

1 comentario:

Unknown dijo...

Cada capitulito es una vuelta de tuerca al asunto central. Me recordó lo dicho por Chomsky a una idea de Boltvinik sobre el derecho a no ser explotado mediante un trabajo.