Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

lunes, 27 de enero de 2025

Tacos, faldas y bloqueos

 

Tacos

 

Hace unos días tuve la enorme fortuna de comer unos ricos tacos en Liverpool. Los tacos eran de chistorra y de chorizo argentino, y el puesto estaba en la calle, en la calle de Liverpool, casi esquina con Dinamarca, en la colonia Juárez de la Ciudad de México. Mientras comía -fueron tres, uno y dos-, vi pasar por la acera de enfrente, rumbo a Insurgentes, al menos dos nutridos y muy animados grupos de turistas extranjeros, al parecer norteamericanos.

 

– Órale, está bien cargada la gringada.

 

– Y así es todo el santo día, jefe -comentó el taquero, sin dejar de atender su parrilla-, y no sólo gringos, oiga…

 

– ¿No?

 

– No, también pasan chinos y franchutes y argentinos…, bueno hasta grupitos de hindús.

 

– ¡Indios, pendejo! -pedagógico, corrigió al señor taquero el chalán que le ayuda a repartir los refrescos y cobrar-.

 

– Indios o hindús, de la India, pa’ que me entiendas, o sea, no inditos. 

 

– India, no la India –lo aleccionó el culto pinche–. Y no son inditos, güey, son indígenas.

 

– ¿Pues no que está muy mal la seguridad? -intenté terciar.

 

– ¡Tlác! -el taquero tronó la boca:- ¿Usted cree, jefe? Pues yo creo que los turistas no.

 

– Será porque no ven la tele de aquí -metió cuchara el avispado ayudante.

 

 

Pantalones

 

Temprano, el licenciado P. J. Gioser entró a mi oficina casi exultante:

 

– Nomás una pregunta, doctor -y se sentó en una de las dos sillas que están frente a mi escritorio-. Dime, pero dime sí o no, sin rollo… De verdad, de verdad, ¿tú crees que Claudia tenga los pantalones suficientes para enfrentarse a Trump?

 

– ¿Qué Claudia?

 

– Cómo qué Claudia, pues la Sheinbaum.

 

– Ah, te refieres a nuestra presidenta, la presidenta Constitucional de este país, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo.

 

– Sí, sí, ella… ¿Tendrá los pantalones? 

 

– Pues no, los pantalones, no…

 

-… el licenciado P. J. Gioser pintó ipso facto una plácida sonrisa de conformidad en su rostro y su mirada se encendió.

 

– Los pantalones, no…, las faldas, las faldas y los pantalones. 

 

Y al licenciado P. J. Gioser, también ipso facto, se le congeló la risita.

 

 

Haití

 

Estoy preocupada y tristona…, y apenas van tres días escribe MC desde una gran ciudad centroeuropea; de nacionalidad mexicana, ella radica allá desde hace unos cinco años-.

 

El mensaje vuela, cruza el Atlántico y, casi al instante, se despliega en el teléfono de YM, en la Ciudad de México:

 

-Contestó él de inmediato: send y los dos caracteres volaron-, pero la respuesta le llegó también en cuestión de nada, no de Europa sino de sí mismo: Ya sé, te refieres al Trump et Ass, ¿verdad?

 

– Claro. Acá hay mucha preocupación, pero me apura más México. Escucha lo que dice Wolff… –respondió MC y envió una liga a un video.

 

– ¿Que ahí viene el lobo? –pensó contestar YM, pero se abstuvo. 

 

El enlace que mandó MC iba directo al minuto 52 de la conferencia que ofreció hace unos días el profesor Richard Wolff para Democracy at Work and The Left Forum: What Trump 2.0 Means

 

– If he actually does it… -traduzco textual, desde unos segundos atrás:- … La influencia de míster Trump en su primer período presidencial fue marginal. La mayoría de las cosas de las que se jactaba, no pudo hacerlas. Construyó un muro a lo largo de la frontera con México… ¡Más mexicanos llegaron, no menos! ¡Un fracaso total! Ahora él dice, como probablemente ustedes saben, que el ICE (siglas en inglés de Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) va a realizar redadas en todas las ciudades de Estados Unidos y a deportar mucha gente a México. Bueno, quizá haga algo de eso, quizá mucho, quién sabe, ya saben, el hombre habla dependiendo de cómo se sienta en cada momento, como ciertos idiotas que todos conocemos, ¿verdad? Entonces, qué importa… Si él realmente lo hace, si realmente echa a diez, quince millones de inmigrantes y los manda a México, tendremos conferencias como esta, pero serán acerca de México —Wolff agrió entonces aún más la expresión de su gesto:– México depende de las remesas, el dinero que ganan aquí los mexicanos y les envían a sus madres, sus padres, sus hijos que están allá en México. Y ese dinero es una bendición… Imaginen que eso se detiene de pronto, porque la gente perdió aquí su trabajo y fueron deportados. Pero la situación empeora. Estarán llegando a México en el momento en el que míster Trump está amenazando con imponer aranceles, lo cual demolerá el mercado que México tiene aquí en Estados Unidos… Eso provocará despidos en México y mucho desempleo. ¿Saben en qué se va a convertir México? En un desastre que a los ojos de cualquiera nos recordará tristemente a un país…, Haití.

 

YM deetuvo el video, suspiró y no tecleó nada. Cliqueó el pequeño icono del teléfono…

 

– ¿Lo viste?

 

– ¿Haití? ¿De veras, MC? Mira, suelo estar de acuerdo con Wolff, me parece un tipo bienintencionado, informado y brillante…, pero en este caso se pasó de tueste, y demasiado.

 

– Pero…

 

– Nada más considera esto: Cuba ni de cerca está tan amolada como Haití, y Cuba lleva sufriendo el bloqueo económico, comercial y financiero que Estados Unidos le impuso más de sesenta años.

 

– ¡Tanto!

 

– El bloqueo fue instaurado oficialmente en febrero de 1962 por Kennedy.

 

– …

 

– Y México es hoy mucho más fuerte que Cuba hace sesenta años, ¿no crees?

 

– Tienes razón. Además Estados Unidos está hoy muchísimo más débil que hace sesenta años.

 

– Luego: calmantes montes, alicantes pintos.

domingo, 19 de enero de 2025

La linealidad del ciclo

  

…no está vedado concebir una época, no muy lejana,

en que la humanidad, para asegurarse la supervivencia,

se vea obligada a dejar de “seguir” haciendo la “historia”.

Mircea Eliade, El mito del eterno retorno.

 

 

Todo se decidió en menos de nueve horas: el lunes 14 de octubre de 1806, la victoria de Francia en Jena-Auerstedt marcó el punto de quiebre en la guerra contra la Cuarta Coalición —Prusia, Rusia, Gran Bretaña, Suecia, Sajonia y España—. Los prusianos sufrieron veinticinco mil bajas; los galos, unas diez mil. Unos días después caería Berlín. Un profesor universitario, un tal Georg Wilhelm Friedrich Hegel, presenció el paso de Napoleón Bonaparte por Jena: “He visto el alma del mundo a caballo”, escribiría a Niethammer. Un año después, Hegel publicaría Fenomenología del espíritu. 

Napoléon entre à Berlin à la tête de ses troupes. Charles Meynier, 1810.

*

 

El comienzo de la historia, de la era histórica, quiero decir, el fin de la prehistoria, ocurrió hace unos diez mil años. El hecho, en términos de la escala humana, de la vida de un ser humano, no se dio de golpe y porrazo, sino paulatinamente, muy paso a pasito. Sin embargo, ampliando la perspectiva, tomando distancia, digamos que desde la escala no histórica sino de la especie, fue un parteaguas muy puntual: basta considerar que los sapiens llevábamos más de 250 mil años por este barrio cósmico, sin preocuparnos por hacer casi nada más allá que sobrevivir, sin preocuparnos por modificar casi nada y mucho menos por escribir historia, y de pronto comenzamos a hacerlo. Primero en algunas contadas comunidades apenas y a penas, luego prácticamente todos, toda la humanidad y a paso veloz. Una de las consecuencias de esto fue una revolución de conciencia: salimos del tiempo cíclico y entramos de lleno a la vorágine del tiempo histórico. Las cosmovisiones que tenían su piedra angular en el mito del eterno retorno —con el que “la humanidad arcaica se defendía como podía de todo lo que la historia comportaba de nuevo y de irreversible”, explica Eliade— fueron quedando en desuso y, a cambio, desde entonces, a todo nuestro transitar a través de los años le tratamos de dar explicaciones históricas. La Historia surge para imponer el movimiento secuencial y cancelar el tiempo cíclico. El “antes de” y el “después de” se posicionaron como herramientas de pensamiento indispensables para entender nuestro paso por la vida. La historia, parafraseando a Hegel, se posicionó en nuestras mentes como el esfuerzo del espíritu humano por alcanzar algo. Ese algo, la gran meta del género humano, para algunos es la verdad, según Hegel es la libertad, y quizá hoy para la mayoría, y ello a partir del Siglo de las Luces y la Ilustración, todavía es el ideal de progreso —inalcanzable por definición: incluso para el filósofo prusiano, el progreso es un proceso continuo, nunca completamente realizado en un sentido final, pues cada logro histórico trae consigo nuevas necesidades, tensiones…—. Como sea que definamos la estrella, si queremos movernos hacia determinada dirección, y vivimos marcados por esa noción, es necesario, obligado, tener conciencia de nuestro devenir histórico. El historicismo ha permeado a toda la cosmovisión. Apostamos casi todas nuestras canicas epistemológicas al saber histórico.

 

Así que ha pasado muchísimo tiempo desde que comenzó el tiempo histórico. Ha pasado, obvio, toda la historia. Pero simultáneamente, de nuevo, también podemos decir que, desde la perspectiva de nuestra existencia como especie, fue hace muy muy poco que comenzamos a pensar históricamente. Tan poco, que toda la historia humana no llega al cuatro por ciento del total de tiempo que llevamos plagando la Tierra. Por eso, claro, enclavados en las profundidades de nuestros aparatos psíquicos perduran explicaciones del mundo antiquísimas, primitivas, prehistóricas. Entre ellas, por supuesto, la comprensión de la realidad a partir del mito del eterno retorno.

Por más que algunas personas sigan diciendo que las diferencias climatológicas entre las distintas estaciones del año se están deslavando, en realidad, y seguramente a causa del cambio climático, es al contrario: las condiciones se están presentando cada vez más extremosas. Piénsalo: 2024 fue el año más caliente de la historia, de la historia de la Humanidad, rebasamos el límite fatídico de 1.5 grados centígrados, y ahora mismo, el hemisferio norte está siendo azotado por la temporada de nevadas más drástica de la última década. Pero independientemente del ciclo natural al que llamamos año, una vuelta completa de nuestro planeta en torno al Sol, los ciclos del año civil nos reactivan…, cíclicamente, el pensamiento mitológico.

 

La historia se despliega como una trama de eventos traslapados y secuenciales que a menudo tratamos de asimilar a través de la ilusión de los ciclos que nos resultan familiares a escala humana. Las estaciones se suceden con una regularidad casi reconfortante, evocando la sensación de un tiempo cíclico que parece perpetuarse. Solemos olvidar que cada ciclo es único y en esa medida también histórico.

 

*

 

En 1831, tan sólo en Berlín, un bicho unicelular, la Vibrio cholerae, mató a unas mil quinientas personas. La epidemia se había originado en el delta del Ganges, en la India, y luego se extendió a través de rutas comerciales hacia Europa y otras partes del mundo. Al Reino de Prusia la cólera llegó a través de Rusia, seguramente transportada por soldados, comerciantes y migrantes. El filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel se enfrentó a la llamada muerte azul y perdió: falleció a los 61 años el 14 de noviembre de 1831. Recluido en Santa Elena, una isla atlántica localizada a medio camino entre África y Sudamérica, diez años antes “el alma del mundo” había muerto. 


 

domingo, 12 de enero de 2025

¿Qué fue primero, sadismo o masoquismo?

  

 

El león no es como lo pintan

… el simbolismo que atribuye la piel al poder y a la belleza.

Por eso, desde las primeras edades del mundo

las adoptaron los reyes.

Severin von Kusiemski

 

El clérigo y artista barroco Dolynsky Luka pintó el retrato más conocido de Lev Danýlovych, León I de Galitzia. El óleo —parte de la colección de la Biblioteca Científica Nacional ucraniana— presenta a León enfundado en una refinada armadura metálica. Viste una majestuosa capa carmesí, rematada con un borde de piel moteada, quizá de un gran felino. Porta un collar de eslabones ornamentados con brillantes, del que cuelga un crucifijo ingente. La postura garbosa y el rostro adusto y barbado reflejan autoridad. Lleva una corona ornamentada con piedras preciosas. El cetro que sostiene y la espada a la cintura insinúan su liderazgo decidido. ¿Realmente fue esa la apariencia del monarca? Difícilmente: casi medio milenio separa las vidas del retratista (1745–1824) y de León I (c. 1228–1301).




 

 

La ciudad del león masoquista

¡Qué placer para mí cuando, arrodillado ante ella,

me atreví a besar las mismas manos que me habían castigado!

Severino von Kusiemski

 

A espaldas del rey, la ciudad medieval. En la parte superior del cuadro, la leyenda: “LEO PRINCIPS RUSSIAE FVNDATOR URBIS LEOPOLIS”. Львів, romanizado Lviv, latinizado Leopolis, está en Ucrania occidental. Llamada así en honor a León I, la ciudad, según iba siendo conquistada, ha ido nombrándose en distintas lenguas durante casi ochocientos años de existencia, siempre con el mismo significado. El origen geográfico del vocablo masoquismo puede ubicarse ahí, en la polis de León.

 

Justo en Leópolis, el 27 de enero de 1836, llegó al mundo Leopold Ritter von Sacher-Masoch. Entonces la ciudad era parte del Imperio Austro-Húngaro, al igual que Příbor, la pequeña urbe en la que veinte años después nacería Freud (1856-1939). En 1870, Leopold publicó la novela que más fama le redituaría, Venus im Pelz, y menos de veinte años después, el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), su libro Psychopathia sexualis (1886), en el que por vez primera aparece una palabra acuñada por él: masoquismo. Von Krafft-Ebing creó el vocablo a partir del apellido del escritor leopolitano —Masoch–ismus—; lo hizo considerando la relación de Severino von Kusiemski con Wanda von Dunajew, pareja protagonista de La Venus de las pieles. En la célebre novela, Severino establece un contrato con Wanda, mediante el cual cede a ella toda su voluntad: “El señor Severino von Kusiemski quiere, desde el día de hoy, ser el prometido de la señora Wanda von Dunajew, renunciando a todos sus derechos de amante y obligándose, bajo palabra de honor y caballero, a ser su esclavo…”




 

 

Sadismo

La destrucción, como la creación,

es uno de los mandamientos de la Naturaleza.

Marqués de Sade, La filosofía en el tocador.

 

Según Richard von Krafft-Ebing, las llamadas desviaciones sexuales tienen que ser entendidas como patologías y podían ser de cuatro tipos: paradoxias, anestesias, hiperestesias y parestesias. En el primer grupo embolsó cualquier expresión de deseos sexuales que se presentan a destiempo, es decir, en etapas de la vida que entonces la moral y la ciencia catalogaban como inadecuadas —en concreto, la infancia y la vejez—. Las anestesias se refieren a la insuficiencia o falta total de deseo sexual, mientras que las hiperestesias son su antípoda: se caracterizan por un deseo excesivo, desenfrenado. Finalmente, en las parestesias, el deseo sexual se dirige hacia objetos o prácticas considerados “equivocados” —el objeto y la meta del deseo distintos de lo tradicionalmente normativo, esto es, heterosexual y reproductiva—, de tal suerte que en esta categoría incluyó la homosexualidad, el fetichismo, y la búsqueda de placer a través del sufrimiento. Si el goce se consigue sometiendo, humillando o causando dolor psicológico o físico a la pareja sexual, el psiquiatra echó mano del término sadismo. Como todos sabemos, la palabra alude a la obra del marqués de Sade, Donatien Alphonse François (1740-1814). El adjetivo sádico tiene el mismo origen y se usaba en Francia desde la primera mitad del siglo XIX. Por ejemplo, 1834 el Dictionnaire Universel de Boiste incorporaba ya el término sadeísmo —sadisme en francés—, para describir prácticas en las que existe una conexión entre el placer sexual y la crueldad. Incluso, antes de Krafft-Ebing, algunos médicos y psiquiatras franceses usaron sadisme en discusiones sobre conductas sexuales fuera de norma. Con todo, sadismo, como término en el ámbito médico y psicológico, fue incorporado plenamente hasta la publicación del libro de Richard von Krafft-Ebing.

 

 

Masoquismo

 

Si me amas, se cruel para mí.

Severino von Kusiemski

 

Para mentar las prácticas sexuales en las que se logra placer a través del sufrimiento propio, Richard von Krafft-Ebing acuñó la palabra masoquismo. ¿Y por qué el psiquiatra no las llamó mejor kusiemskismo, en alusión directa al personaje de La Venus de las pieles? Pudo hacerlo, pero masoquismo no deja de ser acertado, y por vía doble… Ocurre que Leopold von Sacher-Masoch efectivamente había acordado un contrato de absoluta sumisión con su amante Fanny Pistor, una escritora y aristócrata vienesa, al igual que lo haría Severino von Kusiemski con Wanda von Dunajew en la novela. El contrato con Fanny Pistor fue evidente fuente de inspiración de La Venus de las pieles, en la que los temas de poder, deseo y humillación se entrelazan profundamente. La relación de Leopold y Fanny fue intensa, pero no culminaría en matrimonio. Más tarde el novelista se casó con Aurora von Rümelin (1845-1933), quien adoptó el nombre de Baronesa Anna von Sacher-Masoch, y a menudo publicó bajo el pseudónimo Wanda von Dunajew.

 

Seguramente cuando León I de Galitzia murió, más que una ciudad, Leópolis era apenas un sueño. En cambio, cuando Leopold von Sacher-Masoch dejó este mundo —falleció el 9 de marzo de 1895 en un asilo psiquiátrico en Lindheim, afectado por algún tipo de demencia—, el término masoquismo se había ya extendido no sólo en alemán. Diez años más tarde, Freud reflexionaría en torno al par sadismo-masoquismo en Tres ensayos sobre la teoría sexual, y en 1924 publicaría el ensayo El problema económico del masoquismo.


Leopold von Sacher-Masoch con Fanny von Pistor

domingo, 5 de enero de 2025

Pantagargantuélicos

 

 

One day I will find the right words, and they will be simple.

Jack Kerouac, The Dharma Bums.

 

 

 

Supongamos que uno le larga a alguien que percibe y aprecia en él, o en ella o en elle, que para el caso resultaría lo mismo, un talante rafez. Resulta entonces que uno le estará diciendo a esa persona que le encuentra una manera de actuar ordinaria, vil, baja, despreciable o al menos de escasa valía. Igual, bien podría usted dirigirle un tuit —porque seguimos diciendo y entendiendo tuit y tuitear, aunque Twitter ya se denomine X— a cierta senadora de la República diciéndole que su intervención —cualquiera— en la Cámara Alta fue alocada, histriónica y sumamente rafez. La palabra no la acabo de inventar; de hecho, es muy antigua, tanto que ya la empleaba Alfonso X el Sabio a mediados del siglo XIII:

Miercoles de quaresma descalços y uestidos de panno de lana que sea uil y rafez.

Prim. partida, fol. 7v.

Ahí tiene: vil y rafez. Ahora, tampoco vaya usted a quedarse con la idea de que rafez es una unidad lingüística fantasmal o una curiosidad arqueológica. Yo, usted o cualquier otro semejante nuestro que se interese podrá encontrar la palabreja en la edición más reciente del Diccionario de la Lengua Española de la RAE, y si bien en él se advierte que es un adjetivo desusado, perdura en los diccionarios de nuestro idioma al menos desde 1611 y mantiene giros idiomáticos como de rafez, por “con poco esfuerzo, con facilidad.”

 

Otra muestra: poca gente profiere la palabra añagaza, pero existe y es muy precisa. Tiene dos acepciones, por lo demás muy próximas entre sí: “artificio para atraer con engaño” y “señuelo para coger aves, comúnmente constituido por un pájaro de la especie de los que se trata de cazar” (el aludido pájaro-anzuelo, se entiende, es fingido). Menos se escucha y se lee la variante ñagaza, de la cual también da cuenta la RAE en su diccionario. Sin embargo, ahí están, con una discreta existencia, pero vivas.

 

Como este par, rafez añagaza, existen un montonal de palabras que se usan muy esporádicamente o apenas por un puñado de individuos. Dimensionemos: aunque no posible llegar a una cifra exacta y definitiva, se estima que el vocabulario activo de una persona adulta abarca entre mil y tres mil vocablos, pero es un hecho que nadie utiliza —echa legua— todo su vocabulario en una conversación diaria, sino que apenas emplea sólo una fracción. Según se estima, un adulto hispanoparlante promedio utiliza entre trescientas y quinientas palabras diferentes en las conversaciones cotidianas, de las cuales, además, algunas, muy poquitas —pronombres, artículos, interjecciones, términos de cortesía, preposiciones…—, repite y repite muchísimas veces a lo largo del día:

 

— Sí, güey, literal. 

 

¿Y cuántas palabras incluye una persona culta en su comunicación cotidiana? Pensemos no sólo en las que dice, sino también en las que escucha, piensa, escribe y lee. ¿El doble, unas mil? ¿El triple, mil quinientas?


Aunque no habría manera de tener datos exactos, se puede decir que un hablante culto, por su mayor exposición a lo textual, al pensamiento crítico y a la conversación reflexiva, usará alrededor de dos mil palabras diferentes en una conversación diaria promedio. Supongamos dos mil quinientas, pero de cuántas que podría usar.

 

Es imposible determinar cuántas palabras tiene hoy exactamente nuestro idioma —por cierto, el segundo con más hablantes de origen en todo el mundo, casi medio millardo—. La 23ª edición del Diccionario de la Lengua Española de la RAE alberga 93,111 entradas, para las cuales considera poco más de 195.4 mil acepciones, y claro, cada año va incorporando nuevas —al cierre de 2024, añadió a su versión electrónica varios vocablos, como espólierbaristablusero,wasabi…—. De cualquier manera, sea cual sea el número de palabras que uno puede hallar en el diccionario, éste es tremendamente inferior a todos los vocablos que existen en uso. Por ejemplo, en el diccionario de la RAE, aunque sí encontramos chamico —un arbusto de la familia de las solanáceas— y chamuyo —palabrería que se espeta con el propósito de impresionar o convencer—, no aparece el vocablo chamuco, lo cual no impide que usted y yo y seguramente la inmensa mayoría de habitantes de este país —México es la nación con más hispanoparlantes del orbe— sepamos perfectamente qué es un chamuco.


De hecho, el Diccionario del Español de México elaborado por el Colmex informa quechamuco, además de ser el diablo, en Puebla es una bebida tradicional hecha a base de ciruelas u otra fruta fermentada, agua y piloncillo, mientras que en Toluca un chamuco es un pan dulce hecho a base de huevo, y en lares hidalguenses un nopal de poca altura que da unas tunas no comestibles. Agregue usted un titipuchal de regionalismos —verbigracia: en Tabasco un machuchón es un mandamás y mastrujar significa ablandar con la mano o de plano manosear, mientras que en Jalisco un asquilín es una hormiga pequeñita y muy brava y en Oaxaca ser cuche es andar sucio o hacer trampas—, la nomenclatura de las diversas disciplinas —así como Durkheim acuñó anomia para mentar la condición de rompimiento del contrato social que pueden experimentar algunos individuos y llevarlos incluso al suicidio, Freud inventó abreacción, la descarga emocional por medio de la cual un individuo se libera del afecto ligado al recuerdo de un evento traumático, y contratranferencia, el cúmulo de reacciones emocionales del terapeuta hacia el paciente en respuesta a la transferencia—, tecnicismos —botones de muestra: un cúbit es la unidad básica de información en campo de la computación cuántica y un gimbal es un dispositivo que permite estabilizar objetos, especialmente cámaras, en múltiples ejes—, modismos —v. g.: si te tildan como un nub te están diciendo poco habilidoso o amateur—, siglas vueltas palabras —por ejemplo, dana, la palabra del año 2024 para la Fundación del Español Urgente, corresponde a las letras iniciales de “depresión aislada en niveles altos”—, topónimos, marcas, nombres emergentes, en fin…

 

Pregunté a algunos agentes de inteligencia artificial cuántas palabras en total integran actualmente el español que se habla en el planeta. Grok de X respondió: “Considerando las palabras especializadas, regionalismos, y neologismos, el número total de palabras en español podría superar las 100,000, aunque no hay una cifra universalmente aceptada”. ChatGPTestima el doble: “Si se consideran todas las palabras usadas en todos los contextos, dialectos y regiones, el número podría superar las 200 mil palabras, aunque muchas de ellas son de uso muy limitado o específico.” Assistant calcula más: “… considerando todas sus variantes dialectales, jergas, neologismos y vocabulario técnico, podría tener entre 250 mil y 500 mil palabras.” Por su parte, Perplexity apunta un dato intermedio entre las cifras anteriores: “Se calcula que el español podría tener más de 300 mil palabras en total, incluyendo términos técnicos, regionalismos y neologismos que no están necesariamente recogidos en el diccionario oficial”. Y Gemini de Google se va a lo grande: “Es muy difícil dar un número concreto, pero algunos lingüistas estiman que el léxico del español podría superar fácilmente el millón de palabras.” Cualquiera que sea la cifra, es colosal, y, sobre todo, desproporcionadamente mayor respecto al uso que le damos las mujeres y los hombres comunes y corrientes. 

 

Dicho todo lo anterior, espero que resulte ya imposible que suene exagerada la siguiente afirmación: la cantidad de palabras que tiene el español es pantagruélica. 

            

Pantagruélico, como usted quizá tenga noticia, significa opíparo, pletórico, colosal, copioso, morrocotudo, desmesurado, mastodóntico… Aunque para la RAE el vocablo se refiere específicamente a la comida, desde hace mucho que en nuestro idioma se amplió su espectro semántico y con él adjetivamos a cualquier cosa que se quiere calificar como excesiva: la estupidez humana es pantagruélica, por caso. Pantagruélico nos viene directamente de la literatura. Pantagruel, personaje literario creado por el humanista galo François Rabelais —nació en Chinon, pequeña localidad situada en la región de Touraine, en el centro de Francia, alrededor de 1494—, es uno de los dos protagonistas de la saga de novelas Gargantúa y Pantagruel (1532). Cómicas y grotescas, las aventuras de este par le sirven a Rabelais para explorar temas filosóficos, sociales y políticos. Pantagruel, hijo de Gargantúa, es un gigante de fuerza y apetito descomunales, de carácter jubiloso y sagaz y afecto a la sátira. Cuando François Rabelais escribió sus libros Pantagruel no era un apelativo usual, aunque ya existía, y seguramente lo sacó también de la literatura: en el Mystère des Actes des Apôtres de Simón Greban, escrito por encargo del rey René d’Anjou alrededor de 1465, se menciona a un diablillo marino llamado Pantagruel, a quien le divertía secar con sal la garganta de los borrachos. El propio Rabelais explica:

… su padre le puso este nombre ya que panta en griego quiere decir “todo” y gruel en lengua agarena “alterado”, queriendo dar a entender que, en la hora de su nacimiento, el mundo estaba todo alterado; y viendo, en espíritu de profecía, que un día dominaría a los alterados.

Tanto Gargantúa como Pantagruel son personajes apasionados por los manjares y los excesos, y ambos son gigantes. Así que entonces bien puedo acuñar la palabra gargantuélico, con igual significado que pantagruélico, y para pronto dejar dicho que, fiel alegoría del mundo de hoy, que es pantagruélico, nuestro lenguaje es gargantuélico. Y no sólo eso, digo que es más atinado para calificar al lenguaje como gargantuélico, puesto que Gargantúa tiene un origen etimológico que se puede rastrear en la lengua francesa medieval: específicamente proviene de la palabra gargouille, “gargajo” o “garganta”, de tal suerte que está vinculado al lugar del cuerpo de donde emergen las palabras, el lenguaje.

 

En francés, por descontado, se usa pantagruélique, en inglés existe también pantagruelian y en italiano pantagruélico, mientras. que gargantuélico en cambio no se encuentra ni en español ni en dichos idiomas… Sin embargo, los alemanes, aunque no usan una palabra ligada con Pantagruel, a menudo se usan gargantuesk, como un equivalente que transmite la misma idea de abundancia. Era de esperarse, así somos los humanos: pantagargantuélicos.