En realidad, el fin del mundo, como el principio,
es nuestro concepto del mundo.
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego.
Oso I
Hace apenas unos días instruí a Grok para que generara una imagen que pasara por una fotografía: el Oso Ruso caracterizado como el Tío Sam avanza contento. Segundos después, el resultado quedó conforme a lo que esperaba, daba el gatazo, así que lo tuiteé con la siguiente leyenda: “Mundo raro el que nos tocó vivir…”
Un rato después, MA comentó el tuit: “Solo hemos vivido este.” Pienso que no.
Caballos
“El mundo tal y como lo conocemos está por acabarse.” Así comenzaba El acabose, un texto que escribí en agosto de 2016. Argumentaba que el fin del mundo es perfectamente posible, tanto, que ya ha ocurrido otras muchas veces. Ejemplificaba con el fin del mundo neolítico y traía a cuento al sociólogo neoyorkino Immanuel Maurice Wallerstein, quien entonces aún compartía el presente continuo con nosotros. Justo tres años después, él fallecería; nuestro mundo hoy sigue acabándose.
Wallerstein (1930- 2019) esbozó los “grandes hitos en la historia del hombre”, y advirtió acerca del inminente fin del mundo moderno, este que nos tocó vivir —The End of the World as We Know it: Social Science for the Twenty-first Century—, todo a partir de una potente idea: sistema-mundo.
Wallerstein terminó de consolidar el concepto en el primer volumen de su obra The Modern World-System, en cuyo texto introductorio deja ver una de las más importantes raíces teóricas de la noción: lo que Wolfram Eberhard (1909-1989) denominó tiempo mundial.
En uno de los muchos libros que escribió acerca de la cultura e historia de China, Conquerors and rulers; social forces in medieval China (1965), Wolfram Eberhard —sociólogo, sinólogo e historiador alemán, avecindado en Estados Unidos desde 1948, donde se dedicó a la vida académica en la Universidad de California en Berkeley— introdujo el concepto de World Time. Eberhard parte de que, en estricto sentido, no existe una diversidad de sistemas sociales locales, sino sólo el mundo social del ser humano, la humanidad:
Procesos como la industrialización en el siglo XIX o el desarrollo de la ciudad milenios antes de la era cristiana deben considerarse como procesos de la humanidad y no como procesos de Inglaterra o Sumeria. Por practicidad, el estudio de cualquier tema puede restringirse a un área particular, ya sea que definamos esta área geográficamente o en términos de fronteras políticas.
Si bien los quehaceres de todas las comunidades humanas forman parte de un mismo todo, para Eberhard lo que pasó, digamos, hace un par de milenios es totalmente diferente a lo sucedió hace quinientos años o lo que acontece ahora mismo. Es fundamentalmente erróneo, piensa, que se equiparen movimientos sociales o hechos sucedidos en distintos momentos históricos —por ejemplo, el ascenso del fascismo en Italia después de la I Guerra Mundial y la irrupción actual de la ultraderecha en Estados Unidos y Europa occidental—, sobre todo si se hace con el fin de descubrir patrones generales de comportamiento.
…algunos sociólogos comparativos han hecho una falsa analogía con las ciencias naturales. No sería la primera vez que se comete tal error, uno de cuyos fallos es la omisión del factor tiempo. Si, por ejemplo, se realizara un experimento con un determinado tipo de bacterias por primera vez en Bruselas en 1860 y se repitiera en Chicago en 1960, a efectos prácticos los resultados serían comparables… El tiempo —o lo que podría llamarse “tiempo mundial”— parece no desempeñar un papel significativo… Pero un proceso social como el movimiento obrero inglés en 1860 no puede compararse directamente con un proceso similar en 1960 en Japón, simplemente por el paso del tiempo, incluso si no existiera la complicación adicional de que el primer evento ocurrió en Inglaterra y el segundo en Japón. El “tiempo mundial” es aquí el factor crucial. Dejando completamente de lado todas las demás diferencias entre las sociedades japonesa e inglesa (aunque, por supuesto, nunca debería hacerse esto), el clima intelectual de cualquier país del mundo en 1860 era radicalmente diferente al clima de 1960.
Si bien pueden establecerse cotejos entre hechos ocurridos en diferentes épocas, jamás debe olvidarse que los hombres y mujeres contemporáneas son diferentes de las personas que vivieron años atrás, aunque habiten el mismo espacio. En menor o mayor medida, el tiempo mundial incide siempre en toda la gente.
Por ejemplo, después de la primera domesticación del caballo, todo el mundo antiguo cambió, no sólo Mesopotamia, porque el caballo domesticado transformó todas las sociedades hasta llegar a China. A partir de ese momento, se hicieron posibles nuevas formas de organización militar, y también nuevas clases sociales y la dominación política sobre grandes áreas. Después de la domesticación del caballo en alguna parte de Asia Occidental, el mundo entero simplemente nunca pudo ser el mismo. El tiempo mundial jugó así un papel importante incluso en el 2000 a. C., no sólo ahora.
Dinosaurios
Con motivo de un conato del fin del mundo predicho para el 23 de julio de 2016, escribí unas Nota sobre el fin del mundo. Igual, a manera de ejemplo, recordaba que, hasta donde sabemos, y debido al impacto de un enorme asteroide —unos 10 km de diámetro— en lo que hoy es la península de Yucatán, el mundo de los dinosaurios se acabó hace unos 65 millones de años. Ya pensando en mundos humanos, evocaba también que la captura de Cuauhtémoc el martes 13 de agosto de 1521 marcó la caída de México-Tenochtitlán y el fin del imperio de mexica y el fin de ese mundo.
Buena parte de los cerca de trescientos mil años que llevamos de existir, los seres humanos hemos vivido repartidos en varios mundos, sobre todo después de la gran emigración desde África, gracias a la cual plagamos el planeta. Sin embargo, hace poco, poco más de medio milenio, los sapiens nos integrarnos en un solo mundo. Al respecto, el sociólogo Immanuel Wallerstein es tajante:
Solo había habido un “mundo moderno”. Tal vez algún día se descubran fenómenos comparables en otros planetas, o sistemas mundiales modernos adicionales en este. Pero aquí y ahora, la realidad era clara: solo uno.
Además, la simultaneidad del tiempo mundial se ajustó con la dichosa globalización, que, por cierto, no es un fenómeno tan reciente como suele creerse. El portentoso filósofo español José Ortega y Gasset (1883 - 1955) atisbó su erupción hace casi cien años: en el capítulo IV de su La rebelión de las masas, publicado originalmente en 1929 en el diario madrileño El Sol, ya lo describía espléndidamente:
Según el principio físico de que las cosas están allí donde actúan, reconoceremos hoy a cualquier punto del globo la más efectiva ubicuidad. Esta proximidad de lo lejano, esta presencia de lo ausente, ha aumentado en proporción fabulosa el horizonte de cada vida.
En efecto, cada vez estamos más sincronizados: los actuales, los hodiernos, los más de 8.2 mil millones de sapiens que somos estamos cada vez más al tanto de que, efectivamente, compartimos el mismo ahora mismo. Como jamás antes había sucedido a lo largo de la existencia de la humanidad, la mayoría de las mujeres y de los hombres estamos engarzados al hogaño.
Oso II
Un par de días después de que tuiteé el Oso Ruso caracterizado del Tío Sam volví a ordenar a Grok que realizara otro Oso Sam, otro Tío Ruso, ahora regañando a gritos al señor ex comediante Zelenski. También la imagen quedó bastante aceptable. La ocasión no es necesario que la recuerde porque usted está al tanto: el mundo está al tanto. El grotesco espectáculo transmitido a todo el mundo en tiempo real desde la sala oval de la Casa Blanca evidenció el indudable el hecho de que, sí, estamos presenciando the end of the world as we know it, y esta vez sí que ocurre al mismo tiempo para todos.