Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 1 de enero de 2010

Profecías autocumplidas

El futuro nos tortura y el pasado nos encadena.
He ahí por qué se nos escapa el presente.

Gustave Flaubert


Un teorema es una proposición demostrable lógicamente partiendo de axiomas o de otros teoremas ya demostrados. Los teoremas son herramientas conceptuales de uso común y frecuente en las matemáticas y en la lógica. Sin embargo, también en otros ámbitos pululan científicos que gustan devanarse los sesos con el propósito de establecer nuevos teoremas, los cuales, en el mejor de los casos, llevarán su nombre y perdurarán como pruebas fehacientes de que ellos, esos científicos, fueron capaces de encontrar perlas de sabiduría en el ignoto e inabarcable océano de la ignorancia humana. Bueno, pues incluso en las resbaladizas isletas de la Sociología unos pocos se han salido con la suya. Y es aquí en donde traigo a cuento al sociólogo norteamericano William Isaac Thomas (1863-1947), quien en 1928 publicó The child in America: Behavior problems and programs, escrito en coautoría con quien entonces era su asistente, la joven Dorothy Swaine Thomas, y poco después se convertiría en su segunda esposa. Tal libro tomaría un lugar de referencia obligada justamente porque en sus páginas aparece una afirmación que, a la postre, sería conocida como el Teorema de Thomas, y que a la letra señala: If men define situations as real, they are real in their consequences.

Traduzco: Si los hombres definen una situación como real, lo será en sus consecuencias. El teorema echa mano de un concepto fundamental del interaccionismo simbólico, precisamente el de definition of the situation, el cual se refiere a una suerte de acuerdo social en torno a las características de una situación determinada, desde el cual los participantes establecen cómo reaccionar apropiadamente y adaptarse. Para acordar una definición de una situación determinada, se requiere que las personas involucradas tengan cierto acuerdo tanto en el contexto de la interacción, sobre todo en sus expectativas, como en los roles que asumirán. Así, el Teorema de Thomas establece que la interpretación de una situación encausa sus consecuencias, de tal forma que la percepción subjetiva y construida socialmente de la realidad, no necesariamente la realidad misma, determina la acción social.

Con el Teorema de Thomas podemos explicar las llamadas profecías autocumplidas o autorrealizadas. Ejemplos sobran, localizables desde el principio de los tiempos, toda vez que se trata de mecanismos mentales compartidos por la humanidad entera. Con todo, se acredita a otro sociólogo norteamericano como el acuñador del término. En su libro Social Theory and Social Structure (1949), Robert Kapris Merton (1910-2003) definió el concepto de self-fulfilling prophecy: una predicción que, al asumirse como certera aunque en principio sea errónea, puede lograr la fuerza suficiente para influenciar a la gente de tal manera que su comportamiento haga que se cumpla. Por supuesto, se trata de un fenómeno que ocurre en la esfera de las relaciones humanas. En la primera entrega de The Matrix (1999), cuando Neo es conducido por Morfeo a conocer al Oráculo, la vidente le dice al protagonista que no se preocupe por el jarrón, él pregunta a qué jarrón se refiere al tiempo que gira para buscarlo y entonces lo tira... Ella lo cuestiona: Would you still have broken it if I hadn't said anything?

La economía provee un montón de ejemplos de profecías autocumplidas. Destaco uno: está más que demostrado que la publicación de una predicción negativa respecto a los mercados provoca que los agentes efectivamente actúen con cautela, de tal forma que realmente afectan el comportamiento de la economía. Lo mismo ocurre en ámbitos más cerrados, como ilustró ampliamente el genial psicólogo y filósofo Paul Watzlawick (1921-2007).

En México tenemos casos para aventar para arriba. Recuerdo uno reciente: durante los primeros días de la emergencia sanitaria decretada por las autoridades en abril pasado a causa del brote del virus AH1N1, una profecía cundió en alas del rumor: los víveres enlatados y el cloro no tardarían en escasear. Entonces, la gente corrió a los supermercados para aprovisionarse y atiborrar sus alacenas de latas de frijol, atún, sardinas, en fin, y de líquidos desinfectantes, principalmente cloro. Naturalmente, un par de días después la profecía se había autorrealizado y en las tiendas comenzaron a faltar tales productos.

Como siempre, hoy el futuro se nos deja venir con su carga de profecías. Una de ellas, por citar una de las más mentadas, mantiene optimistas a los corazones tricolores: que una gaviota hará nido en Los Pinos en el 2012. ¿Será? Sin embargo, hay otra profecía en torno a la cual, sugiero, deberíamos meditar en aras de desmitificarla, no vaya a ser que se convierta en una autorrealizada: si en 1810 estalló la guerra de Independencia y en 1910 la Revolución Mexicana, luego entonces en 2010 estallará otra revuelta de proporciones similares. Ante tal perspectiva, conviene preguntarse: ¿existe un antídoto contra las predicciones? Aún no, pero sé de una profecía que indica que los mexicanos lo inventaremos en 2010..., lo malo es que nadie cree en ella.

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