¿Qué es el amor?
Circula por correo electrónico un ppt: ilustradas con paisajes naturales y aves al vuelo, una por una va desplegándose una veintena de fórmulas que pretenden definir qué es el amor. Todas se adjudican chamacos y chamacas de entre 4 y 8 años de edad. Textos muy tiernos…, sobre todo en la tercera acepción del adjetivo (se dice de la edad de la niñez, para explicar su delicadeza y docilidad; según la RAE). Hay incluso algunas bonitas (Cuando alguien te ama, la forma de decir tu nombre es diferente; sabes que tu nombre está seguro en su boca), pero en general, me disgusta la relación directa que la mayoría establecen entre amor y sacrificio. Un tal Max, de 5 años, establece: Dios debería haber dicho algunas palabras mágicas para que los clavos se cayeran de la cruz, mas él no lo hizo… Esto es amor. Anita, de 4, no piensa en Cristo sino en su mascota: Amor es cuando tu perro te lame la cara, aunque tú lo dejas solo el día entero. ¡Uf!
¿Qué es todo?
La bronca no solamente es definir el amor. La bronca es definir todo. Vivimos enjaulados, unos más otros menos, en nuestro propio lenguaje. Las disquisiciones de los chavitos me hicieron recordar un pensamiento de Wittgenstein (1889-1951): creemos ver el mundo, pero lo que vemos no es sino el marco de la ventana por la que lo miramos. ¿O sea? Sigo con Ludwig Josef Johann Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, y si “yo soy mi mundo”, ergo “yo” no es otra cosa que mi lenguaje (Tractatus logico-philosophicus, 1921). De ahí la relevancia de la forma en que nombramos todo, el mundo, nuestras relaciones con los demás, nosotros mismos...Y claro, es imposible escapar del lenguaje. Octavio Paz entendía el lenguaje como su universo y su cárcel: “El lenguaje humano está abierto al universo… pero igualmente, por sí mismo, es un universo… Si queremos pensar o vislumbrar siquiera al universo, tenemos que hacerlo a través del lenguaje. La palabra es nuestra morada: en ella nacimos y en ella moriremos”. ¿Así o más clarito? “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad... No podemos escapar del lenguaje”. Una conceptualización muy próxima a la idea de matrix de quien acuñó el término ciberespacio, el novelista gringo-canadiense William Gibson (1948). En su cuento Burning Chrome (1982), Gibson llamó cyberspace a la mass consensual hallucination que resulta una red de computadoras. Años más tarde, en la tercera entrega de su trilogía Sprawl, la novela, Mona Lisa Overdrive (1988), el escritor cuenta: “No hay un dónde, allí. Sus dedos encontraron al azar un conmutador y fue catapultada al otro lado de la pared de estática, hacia la abigarrada inmensidad, el vacío nocional del ciberespacio, y la brillante retícula de la matriz se extendió a su alrededor como una jaula infinita”. Atrapados y sin alternativa para aprehender el mundo más que a través de las palabras. Irónico y consecuente, el propio Wittgenstein declaró alguna vez sobre su Tractatus…: “Es un libro que consta de dos partes: la aquí presentada y lo que no escribí. Justamente esa segunda parte es la más importante”.
Con todo, creo que debemos cuidarnos de no imponerle inconscientemente nuestro lenguaje −en particular estructuras narrativas, por muy bíblicas que sean− a la realidad, el primero bastante menos dinámico que la segunda. Ello deviene, a fuerzas, en preconcepciones y prejuicios. ¿Qué hacer? Creo que debemos al menos hacer un esfuerzo por sopesar qué tan adecuado o no es el lenguaje con el que aprehendemos el mundo, con el que nombramos y tratamos de ajustarnos a lo que estamos viviendo, y, además, intentar mantenerse en la conciencia de que la forma en que percibimos las cosas está siempre condicionada por nuestro lenguaje. Es decir, no es posible mirar más que a través de la ventana de Wittgenstein. No hay meta-lenguaje que la quite. Y a pesar de ello, dado que sólo tenemos esa venta, creo que hay que apostarle a un trabajo constante de redefinición, que ciertamente puede resultar agotador... La otra vía, no excluyente, es apostarle un poco más a lo “fenoménico” y desconfiar de entrada de las etiquetas. Entonces sí, como dictamina Paty, de 8 años, amor es besarse y abrazarse (lo malo es que la misma infanta agrega amor es decir ‘no’. ¡Ah, caray! ¿No qué? ¿No cómo, cuándo, dónde?).
Y obvio: todo esto que digo, ¡ay, jaulita!, también es lenguaje. Sigue estando dentro de la misma jaula. Por eso Murakami, quien es un mago escapista del lenguaje, suele declararse atrapado: las palabras no alcanzan, confiesa.
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