No se trata de quemar a nadie, así que pongamos por caso que mi amigo responde al mote del Chilaquil. Desde hace ya algunos años, sin que nadie se lo pidiera, el Chilaquil se echó a cuestas la responsabilidad de proveer oportunamente entre un grupo selecto de camaradas esparcidos por buena parte del territorio nacional un servicio de síntesis de contenidos de ocasión. Por puro altruismo, sin recibir óbolo alguno por ello, él, arriesgando el sagrado chivo, dedica diariamente buena parte de su jornada laboral a navegar por conocidas e ignotas aguas cibernéticas, para así poder encargase de la pesca de los contenidos adecuados, de seleccionarlos y editarlos, de armar y administrar la lista de distribución, para luego enviar puntualmente los mensajes vía, claro, correo electrónico. Un trabajo arduo que muchos le agradecen. Nunca lo ha externado porque jamás agrega ninguna nota editorial de su cosecha, pero quiero pensar que mi amigo destina tanta energía a mandarnos de tres a cinco mensajes a la quincena sencillamente porque decidió abrazar un apostolado doble.
En principio, imagino que el Chilaquil quiere hacer algo para que la comunidad de cuates permanezca unida: frente a los cambios de chamba y de domicilio, las crisis de ánimo y las visitas constantes de doña neurosis, los divorcios, los raptos pasionales, los malos entendidos, y en fin las vicisitudes con que el destino suele aislarnos conforme pasan los años, en suma, frente a la apabullante fuerza centrífuga del cambio, el Chilaquil opone los finos hilos de sus correos electrónicos, con los cuales en algo colabora para que el grupo no se desmadeje del todo y siga siéndolo. Dado que el criterio de arranque no fue otro más que el de la amistad y considerando que la vida nos va tratando en forma por demás desequilibrada por no decir injusta, hoy el conjunto de destinatarios, por ahí de una veintena de personas, integra desde secretarias hasta funcionarios de primer nivel del Gobierno Federal, consultores y desempleados que seguramente revisan su hotmail en un café internet, pasando por un diseñador gráfico casi genial y continuamente incomprendido, varios administradores del trabajo ajeno, gente que todavía tiene y puede que echarle lápiz a diario, burócratas apoltronados en la inutilidad, programadores, contadores públicos, sesudos analistas de la realidad nacional, jefes y tropa…
− Actuario, tiene llamada del ingeniero Audámaro Gálvez de la Secretaría de Obras Pírricas.
− Pásemelo, Lupita, por favor.
− Oye, ¿ya leíste lo que mandó el Chilaquil anoche…? Está buenérrimo.
− Sí, Gálvez. Pero ya te he dicho que la palabra buenérrimo no existe: por favor no seas naco y di buenísimo.
− Ok, ok… Oye, ¿comemos el jueves? Acaban de abrir una marisquería en la que sirven unos pulpos a la diabla de-li-cio-cé-rri-mos.
En segundo lugar, y considerando que en contra de todas las apariencias ocurre que el Chilaquil en realidad tiene un espíritu más bien clásico, al oprimir el botón de send, se lanza una apuesta más en favor de aquella conseja horaciana que dicta que el humor es una lógica sutil (cfr.: Quinto Horacio Flaco, 65 – 8 a.C.).
− ¿Y ahora, tú…? ¿De qué te ríes?
− Nada, mujer…, de un correo que me acaba de mandar el Chilaquil.
− Seguramente un chiste de esos todos bien puercotes, ¿no?
− No, para nada… ¿Te acuerdas de los spots de Aguirre, de ése en el que salía con el Ángel de la Independencia atrás?
− La Ángela, querrás decir… Sí, pero ya no los pasan, desde el 3 – 1 contra Argentina.
− Bueno, ésos… Ahorita me acordé… Es que si no fuera por la ocurrencia ideática que el cura don Miguel Hidalgo tuvo hace doscientos años, hoy estaríamos celebrando, ¡seríamos los campeones del Mundial de Futbol! ¿Te imaginas los festejos…?
− Pues quién sabe a dónde se iría a bailar y brincar como loca perrada, porque pues la Ángela de la Independencia no existiría…
− De plano, ya echaste a perder el chiste, mujer.
Y aunque sí mayoritariamente, en la bandeja del correo uno no siempre encuentra en los envíos del Chilaquil chistes y chapuzas varias, a veces él se inclina por el ánimo de concientización, por el afán solidario. Entonces, por ejemplo, las fotos del desastre “natural” del momento llegan a nuestras pantallas junto con la invitación a hacer algo, a donar unos pesos o algunos víveres. En mucha menor proporción, quizá porque el Chilaquil es más bien receloso de las leyendas negras y casi todo se toma a broma, nos surte con uno que otro mito urbano.
En cualquier caso, los hilos que el Chilaquil tiende por la red amarran una comunidad de gente, amigos que seguimos compartiendo la alucinación de que a final de cuentas vale la pena permanecer en contacto.
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