Hará cosa de un mes conocí a la Grandes. Ninguna contradicción con su apellido: un mujerón. Ocurrió un domingo a mediados de octubre, en la plancha del zócalo de la Ciudad de México. Aunque nunca antes la había visto en persona, aunque jamás habíamos intercambiado palabra alguna, decir que apenas entonces la conocí resulta inexacto.
Todo lo que he leído de Almudena Grandes Hernández (Madrid, 1960) me ha gustado mucho, y prácticamente he leído todas sus obras…
Lo primer libro que publicó Almudena fue una novela: Las edades de Lulú (1989); con ella ganó la XI edición del premio de literatura erótica “La Sonrisa Vertical” y brincó a la fama. Al año siguiente, Bigas Luna llevaría al cine la historia de la desenfrenada Lulú, con respecto a quien la Lolita Navokov no pasa de ser una chamaca fresa y apretada¬, una quinceañera torpe con la libido a tope, como casi todas...
A Las edades de Lulú le siguió Te llamaré Viernes (Tusquets, 1991), una novela madura y ambiciosa, con la que la Grandes asaltó de nuevo el ágora para demostrar que no había sido chiripazo de a libra. A lo largo de más de 350 páginas, Te llamaré Viernes aborda una de las constantes temáticas de la narrativa de la madrileña: el amor como el único paliatorio contra la soledad esencial de los humanos: todos somos Robinson, aunque no todos han tenido la fortuna de encontrar a su Viernes.
La tercera novela de la Grandes es una de sus mejores piezas narrativas, tanto, que si me apuran la calificaría de prodigiosa: Malena es un nombre de tango (Tusquetes, 1994). Escrita con harto oficio -la primera en que se permite narrar desde el “yo” descarado-, ambientada de maravilla y con un entramado de nudos dramáticos perfectamente bien tendido que logra mantener atrapado al lector a lo largo de más de 500 páginas. Un imprescindible, así que por favor no vayas a cometer la estupidez de quedarte con la versión cinematográfica (dirigida en 1995 por Gerardo Herrero).
Pocos años después, la escritora no bajó la guardia: Atlas de geografía humana (Tusquetes, 1998), otra apuesta por todas las canicas. Si a alguien le quedaba duda de los firmes pilares autobiográficos en que está afianzada la obra de Almudena, ahí está su Atlas…, un juego de galería en el que la española hace interactuar a cuatro mujeres finiseculares del Madrid posfranquista. También un novelón.
Seguiría Los aires difíciles (Tusquets, 2002), la quinta novela de Almudena Grandes, su tercera gran obra y para muchos hasta entonces la mejor. Si en Atlas de geografía humana la narradora tiró la mirada caleidoscópica para pintar una realidad poliédrica, en Los aires difíciles se enfocó en un par de personajes prácticamente aislados a la manera de un tubo de ensayo: novela microscopio.
En 2004, Almudena publica Castillos de cartón. Si bien no resultaría muy desmedido tildarla de “ligera”, sin los alcances ni las pretensiones de las anteriores, sin duda se trata de una excelente novela. Desde la tranquilidad del sitio que le confiere su trayectoria de escritora consolidada, dueña de un estilo propio, sosegada, la Grandes nos entregó en Castillos de cartón una visión desenfadada y sin rebuscamientos de las posibilidades del amor a tres bandas. La historia se ubica en la España deschongada de aquellos sus felices años ochenta: en Castillos de cartón la felicidad cabe en una cama, o mejor, cupo, tuvo cabida y luego el tiempo pasó…
Y hace tres años llegó el portento, una pieza catedral: El corazón helado, con mucho lo mejor que ha escrito la señorona. El dolor de la Guerra Civil española, los buenos que acabaron perdiendo todo aunque tuvieran la razón, la Historia que nunca alcanza para dar cuenta de todas las historias, los malos que perfectamente pueden alcanzar una vejez respetable…, pero sobre todo, las vetas de la única fuerza capaz de oponerse a todas las maquinarias, la fuerza del deseo. Pero no es aquí en donde voy a hablar de una de las mejores novelas que he leído en mi vida; quede por ahora nada más como apunte generoso: hay que leer El corazón helado y mandar al cuerno el mundo por algunos días.
Más que acercarme al zócalo a mercar el más reciente libro de Almudena, la intención era agradecerle El corazón helado. La enorme peninsular tomó su sitio en uno de los entarimados montados en la X Feria Internacional del Libro en el Zócalo, y, paciente, escuchó a Sandra Lorenzano hilvanar algunas ideas acerca de la recién parida Inés y la alegría (Tusquets, 2010). Luego, ella misma explicó: se trata de la primera de una zaga de seis novelas, así que tiene chamba para más de una década. Ya en plan confianzudo contó cómo escribe, cómo combina el oficio de tramar historias con el arte de cocinar. Quedan, pues, la promesa de un banquete…
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