Desde hace mucho tiempo, mi amigo el conde
Serredi no lee libros. Si usted le recomienda uno, lo primero que él preguntará
es si está disponible en formato kindle.
Se puede contestar que sí, que no o que quién sabe; en realidad no importa la
respuesta, porque en cualquier caso el conde no perderá la oportunidad de
catequizar:
— Yo, desde hace años,
nada más leo aquí –suele comenzar su labor de evangelista, erigiendo al cielo en
la mano su inseparable artefacto.
Orgulloso y optimista,
como el hierofante digital en que se ha convertido, mi amigo circula por el
mundo armado de un trasto que para mi gusto o es un teléfono absolutamente
desproporcionado o una tableta digital demasiado pequeña; un telefonote o una
tabletita, una amorfia tecnológica, pues. Él no piensa igual e insiste que se
trata del dispositivo ideal para portar su biblioteca personal y leer.
En dado caso, yo
prefiero mi iPad. El primer libro que leí en dicho cachivache fue El héroe discreto, de Mario Vargas
Llosa, y fue porque no tuve alternativa: quería leer la más reciente novela del
escritor peruano y para cuando me decidí a buscar un ejemplar en librerías, ya no
había. Subrayo una enorme ventaja de los libros virtuales: no se agotan,
siempre hay en existencia. Y por supuesto, no hay que obviarlo porque es una trascendental
diferencia: no fue necesario talar ningún árbol para que yo pudiera tener mi
libro virtual. El cobro, claro, no fue virtual, fue real, efectivo e inmediato,
tan inmediato como resultó adquirirlo sin moverme de mi departamento. El héroe discreto está muy lejos de ser
una de las mejores novelas del narrador arequipeño, pero es una buena novela
que se lee a gusto, fácil, placenteramente, además, en efecto, la app de kindle para las iPad permite una lectura agradable… Con todo, debo
confesar que extrañé la textura del papel, el olor de la tinta, la sensación de
dar vuelta a la página, en fin, el objeto libro. Así que después de la novela
de Vargas Llosa han sido realmente pocos los libros en formato kindle que he adquirido, y en todos los
casos también fue porque de alguna manera no tuve de otra. Por ejemplo, además
de ediciones agotadas —hace unos días no hubo manera de conseguir Todas las cosmicómicas de Italo Calvino
en papel—, libros gringos que todavía no han llegado a México, títulos que en
formato tradicional cuestan extraordinariamente caros, y, en el otro extremo,
ofertones de ésos ante los que resulta humanamente imposible no sucumbir —¡Los 120 días de Sodoma del Marqués de
Sade a $12.78 pesos!— o algunos de los clásicos que Amazon regala —por ejemplo,
y nada más con el ánimo de tentar al respetable: La Celestina de Fernando de Rojas, Frankenstein de Mary Shelley, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Fray
Bartolomé de Las Casas, Robinson Crusoe
de Daniel Defoe…—. Descargo, los leo o los dejo ahí en espera de una situación
propicia, y por más libros que baje y baje la iPad no engorda, no pesa un gramo
más… Muchas ventajas…, pero aun así, yo sigo comprando libros.
La última vez que el
conde Serredi me recetó su arenga sobre las bondades de
los e-book fue devastador. En esta
ocasión yo mismo le di el motivo y el argumento principal de su alegato. Para
ser precisos, él mismo lo encontró sobre mi escritorio: Ideas. Historia intelectual de la humanidad, de Peter Watson
(Crítica, 2008).
— ¿Y esto?
El libro de Watson es
un bien documentado ensayo historiográfico acerca de las ideas que han
impulsado al género humano, un texto que abarca desde la prehistoria hasta el
mundo contemporáneo —la edición en inglés explicita desde el título el enorme
período que pretende abarcar el ensayo: Ideas,
a history from fire to Freud—. El
escritor británico y periodista Peter Watson (1943) ha publicado alrededor de
treinta títulos: The Modern Mind: An Intellectual History of
the 20th Century (2001), Ideas: a
History from Wittgenstein to the World Wide Web (2009), y el más reciente The Age of
Atheists: How We Have Sought to Live Since the Death of God (2014), por
citar sólo algunos. Prácticamente todos los libros de Watson pueden
ser inscritos en la llamada historia de las ideas, la
rama de la historiografía académica que fundó el filósofo estadounidense Arthur
Oncken Lovejoy (1873-1962).
— ¡Qué bárbaro! ¿Una
historia intelectual de la humanidad?
En su texto, Watson
trama un relato de la vida intelectual del género humano a partir de tres ideas
fundamentales que, “en última instancia, determinan la estructura del libro y
resumen su tesis”: el alma, Europa y el experimento.
El conde Serredi tomó
el libro para hojearlo, llegó al índice y fue leyendo: — Primera parte, de Lucy
a Gilgamesh… Quinta y última parte: de Vico a Frud… Conclusión…
— ¡No te atrevas! Bien
sabes que me revienta adelantarme a los finales.
Respetuoso, el conde
Serredi cerró el libro, un volumen de 1,420 páginas, y mirándolo con cierto
desprecio comenzó a subirlo y bajarlo con ambas manos: — Pues yo jamás
compraría una cosa así…, a menos de que lo quieras usar para hacer pesas —lo
dejó de nuevo sobre el escritorio y, claro, se sacó el celular de la bolsa de
la chamarra para proclamar:—. Yo, desde hace mucho, nada más leo aquí.
Y sí, Ideas, de Peter Watson, se halla disponible
también en formato kindle.
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