Entrañable amigo:
Invitarlo es ingenuo. Sé que usted ama la cotidianidad casi agreste de El Pueblito. Sé que aborrece las horas en carretera que median entre su guarida y la entrada a la megalópolis. Sé que detesta el caos urbano, las filas descomunales de vehículos y de gente, el escándalo, el humo, la vorágine de la vida chilanga. Sé que, como siempre, me dirá usted que sí, que por supuesto, que a la primera oportunidad vendrá por acá, pero sé que estará mintiendo nada más porque su amabilidad lo impele a no decirme la verdad: A menos de que hubiera un asunto en verdad ineludible, ni majareta me paro por la Ciudad de México. Pues de eso se trata, de un asunto ineludible. Es inexcusable que venga usted: tiene que venir cuanto antes a ver Una muestra imposible.
El tiempo apremia: el 15 de abril termina la exposición y, como suele ocurrir, conforme se acerque el último día los remisos se irán acercando. Reserve al menos unas cuatro horas, que divididas entre 56 resulta en ¡menos de cuatro minutos y medio por pintura!
Los organizadores proclaman en la presentación del evento que se trata de “una idea de democracia cultural que tendría en Paul Valéry, Walter Benjamin y André Malraux a sus precursores”. Me parece excesivo, pero tome en cuenta que la entrada es gratuita, al igual que el estacionamiento. Eso sí que es democrático y republicano.
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