Más que un diagnóstico, nos urge un pronóstico.
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Diagnosticar es distinguir.
Con un dolor que te alfiletea el pecho llegas a primera hora al consultorio. El suplicio comenzó ayer, al ocaso; luego, durante toda la noche, ya no pudiste liberarte ni de la molestia ni de un recuerdo: la mueca que surcó el rostro de tu padre antes de que cayera fulminado por el infarto que lo mató hace quince años. El médico te escucha, calibra tu angustia y procede a la auscultación. El estetoscopio es suficiente para descartar, al menos en el corto plazo, el porvenir que a ti te horroriza. El doctor formula algunas preguntas, palpa tu vientre, y pronto se inclina a pensar que aquello es un dolor reflejo. El protocolo clínico le dará la razón:
— Su problema es una úlcera péptica –diagnostica, esto es, clasifica tu padecimiento, lo localiza en el catálogo de las enfermedades que conoce. Diagnosis es conocimiento diferencial, discernimiento.
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Prognosis es conocimiento anticipado.
Hipócrates es a la medicina occidental lo que Sócrates es a la filosofía: el giro racionalista. Sin embargo, resulta prácticamente imposible que una sola persona haya escrito todas las obras que suelen atribuirse a dicho personaje. Hipócrates vivió durante el esplendor cultural de Atenas (s. V a.C.). Nació en Cos (c. 460 a.C.) y se dice que alcanzó a cumplir más de cien años, la mayor parte de los cuales se dedicó a entender el funcionamiento del cuerpo humano y a curar congéneres. Entre todo el Corpus hippocraticum —más de medio centenar de escritos—, son trece títulos los que, según los expertos, realmente debemos a Hipócrates; entre ellos, Prognosis. En la introducción a la edición bilingüe —griego-inglés— para la prestigiada The Loeb Classical Library de la Universidad de Harvard (1959), W. H. S. Jones explica: “Es notable y desconcertante que Hipócrates no concediera un gran valor al diagnóstico. A pesar de que refiere muchas enfermedades por sus nombres, su clasificación y diagnóstico están siempre en segundo plano. Hipócrates sostuvo que era imposible decidir con certeza cuando una variación en los síntomas constituye una enfermedad diferente, y criticó a los médicos de la escuela de Cnido por multiplicar los tipos de enfermedad mediante la asignación de una importancia esencial a detalles accidentales. Daba mucho menos valor al diagnóstico que a lo que hoy llamaríamos patología general de las condiciones mórbidas... Según Hipócrates, hay síntomas o combinaciones de síntomas que apuntan hacia ciertas consecuencias. En otras palabras, hay un elemento común, en torno al cual se puede escribir una historia médica común. Prognosis se refiere a tales historias”. Condiciones específicas en determinadas historias que enfilan hacia desenlaces (pre)determinados. Tal es el sentido del concepto: prognosis, forma de conocimiento narrativo.
Según su primer biógrafo, el también curandero Sorano de Éfeso (s. II d.C.), Hipócrates murió con más de 110 años a cuestas. Imposible saber si eso es verdad; quizá se trata de una exageración para enaltecer su sabiduría poniendo como prueba de ella su longevidad. Casi dos mil quinientos años después, hoy sabemos con certeza que el 1° de octubre del año pasado, el psicólogo neoyorkino Jerome S. Bruner cumplió cien años. Al igual que Hipócrates, Bruner llegó a la conclusión de que echamos mano de cuentos arquetípicos para abstraer, contarnos y entender lo que nos sucede. Por su lado, en su explicación de la prognosis hipocrática, Jones conjetura que la incertidumbre respecto al futuro que pudo experimentar un griego de la Antigüedad Clásica, dista mucho de nuestra ansiedad de porvenir. “Un griego debió de haber vivido atormentado por su recelo respecto al mañana. Los recursos que disponía para paliar su desasosiego eran oráculos, agoreros y adivinos, y de los médicos esperaba también que lo aliviaran de sus miedos o al menos que le dieran certidumbres aunque fueran desagradables”. En Prometeo encadenado, tragedia atribuida a Esquilo (525 - 456 a. C.), el héroe pregunta:
¿Ahora te espantas y llenas de temor? Pues aún espera lo que falta sufrir. A lo que el coro responde: Dílo, que es grato al que padece conocer primero el término fatal de sus dolores.
En el íncipit de su tratado, Hipócrates devela el poder del pensamiento narrativo: “Sostengo que es excelente para un médico practicar la prognosis. Porque al descubrir, al lado de sus pacientes, el presente, el pasado y el futuro, y llenar los vacíos en el relato de los enfermos, será el que mejor entienda los casos, para que los hombres puedan confiar en él para recibir tratamiento”.
O expresado en una curiosa y muy permisiva traducción de esta misma idea, realizada en verso castellano por Ricardo López Arcilla (Madrid, 1843):
Nada juzgo del médico más digno,/ mientras tenga en el mundo que vivir, que con prudencia y delicado tino / por do quiera saberse conducir./ Si las cosas presentes y futuras, / las pasadas y aquellas que el temor / del enfermo reserva, y las oscuras / junto al lecho angustiado del dolor / con acento inspirado pronostica, / creerán todos que conocen bien / el mal tremendo que al enfermo agita / y su remedio bienhechor también. / Y esta creencia hará que el que le escucha / con místico silencio en derredor, / tenga en él siempre confianza y mucha, / y le mire cual nuncio protector.
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Pronosticar no es lo mismo que adivinar. La adivinación es asunto divino, la prognosis es negocio de la razón humana, del pensamiento narrativo. El pronóstico no augura, narra. La diagnosis es sincrónica, la prognosis es diacrónica.
Nos urge prognosis.
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