Podemos encontrar noticias sobre el odradek, tanto como de las aves roc y fénix, del uroboros, del simurg, de la manticora, del hipogrifo y de otros muchos, en el Manual de zoología fantástica —que es la misma obra que El libro de los seres imaginarios—. Kafka escribió “Las preocupaciones de un padre de familia” (Die Sorge des Hausvaters) en 1919. Así como el narrador praguense sostuvo que la etimología de la palabra odradek no alcanzaría para explicar el significado de la misma, digamos cuanto antes que aunque todo el mundo supiese que el término nini es un acrónimo tras del cual se agazapa una doble negación, ni estudia ni trabaja, el informe no es suficiente para delimitar una identidad. Al menos tendría que agregarse que es un ser que ni estudia ni trabaja, pero que debería estar haciéndolo, cualquiera de esas actividades o ambas incluso. ¿Estamos? Pues aunque así fuera, el enigma no se resuelve, porque la acotación ciertamente acota, delimita —quedan fuera jubilados y bebés, por caso—, pero abre una espinosa interrogante: ¿debería…, según quién? ¿Y si él o ella no quiere? Como el odradek kafkiano, nuestro nini “es extraordinariamente movedizo y no se deja apresar”.
De Hoyos, Rogers y Székely realizaron un estudio para el Banco Mundial, Ninis en América Latina, publicado este año. Ahí diseccionan y definen a “los ninis como individuos entre los 15 y los 24 años que no están matriculados en la educación formal ni trabajan”. Así que según este juicio, un fulano que lleve años sin asistir a un centro escolar cualesquiera y tenga mucho tiempo sin encontrar un empleo que le cuadre, el mero día que sus papás, con quienes sigue viviendo, le celebren con pastel su primer cuarto de siglo dejaría de ser nini. Ni trabajará ni estudiará, pero al soplar las velitas perdería la etiqueta.
En la interpretación del concepto nini —en su llenado semántico más bien— se ponen en juego criterios más que (socio)económicos, (socio)culturales. Digame, por ejemplo, una chica de 19 primaveras que lleva tres intentos infructuosos de superar el filtro de la prueba de admisión a una universidad pública, y que por eso lleva más de un año estudiando para el examen y ayudando en su casa, ¿es nini? ¿Y qué me dice si la situación es la misma pero el personaje fuera un varón?
En el dichoso fenómeno nini veo, más que un problema económico —al final de cuentas ahí están, son cada vez más y no se mueren de hambre— una muestra de la indolencia generalizada que está provocando el modelo cultural que la globalización posmoderna propaga. Sé que en la generalización que acabo de escribir soy terriblemente injusto con miles y miles de chavos y chavas que efectivamente quieren hacer algo (“productivo”, decíamos antes) de sus vidas, y nomás no hallan por dónde.
Al final del relato del odradek de Kafka, el narrador/protagonista externa un miedo, uno muy cercano al que yo alcanzo a sentir cuando pienso en la ola de ninis, que sigue creciendo: “Inútilmente me pregunto qué ocurrirá con él. ¿Puede morir? Todo lo que muere ha tenido antes una meta, una especie de actividad, y así se ha gastado; esto no corresponde a odradek. ¿Bajará la escalera arrastrando hilachas ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No hace mal a nadie, pero la idea de que puede sobrevivirme es casi dolorosa para mí”. ¿Una especie de actividad? ¡Ahí está el verdadero monstruo, el ninini, el que ni estudia ni trabaja ni se dedica a nada.
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