Hace dos semanas, The Telegraph reportaba que una tercera parte de los niños que ingresan a la primaria en Inglaterra es incapaz de mantener una conversación. ¿Por qué? Porque sus papás y mamás no sueltan el móvil. Conforme a una investigación realizada recientemente, uno de cada tres infantes que comienzan la escuela no está listo para el aula, debido a “la inmersión de sus padres en los teléfonos inteligentes”. Cientos de miles de párvulos carecen de las habilidades sociales mínimas para convivir, tienen problemas de habla o aún no controlan esfínteres ni van solos al baño. Son niños que sufren “falta de atención por parte de sus padres, quienes, obsesionados con sus smartphones, descuidan la interacción con sus hijos”. Una maestra entrevistada advierte algo que todos hemos visto: es común encontrar infantes de cuatro años de edad que saben manipular hábilmente un smartphone o una tablet, pero no tienen ni idea de cómo entablar una conversación. La investigación, realizada por una firma inglesa especializada en asesoría escolar, incluyó 1,100 estudios de caso, a partir de los cuales se estima que más de 194 mil niños y niñas ingleses no son aptos para comenzar en septiembre próximo la educación primaria. Además, el mismo diario británico informó que, según las autoridades del ministerio de Educación, cuatro de cada cinco maestros de primaria se declararon muy preocupados por los problemas de habla, de desarrollo cognitivo y de habilidades sociales en la niñez.
No creo que las cosas sean distintas en el resto del mundo, al menos no en el llamado mundo globalizado. En nuestro país, por ejemplo, quizá el asunto esté incluso peor. Pululan niños y niñas dejados a la deriva de la vida diaria, por mamás y papás embobados en sus smartphones. Y en los centros hegemónicos en los que se marcan las pautas del consumo cultural de buena parte del orbe —Estados Unidos y Japón—, el uso de tablets y móviles tiene rato que puede categorizarse como una adicción endémica. ¿Pero qué diablos atiende la gente? Estadísticas sobran para responder: sobre todo Facebook.
Por la supercarretera de la información transitan cada vez más trivialidades y tonterías. Si están ahí es porque hay quienes producen esos contenidos, pero sobre todo por la voracidad con que son consumidos. El pasado viernes 19 de mayo, Candace Payne, una simpática texana de 37 años, transmitió en vivo y luego posteó un video en su cuenta de Facebook: sentada en su automóvil, cuenta que acaba de comprarse un regalo de cumpleaños y que quiere compartir la ocurrencia con sus amigos; enseguida, realmente muy divertida, se pone una máscara de Chewbacca, el peludo personaje de Star Wars… Todo dura cuatro minutos, mitad de los cuales la señora Payne se carcajea de lo lindo mirándose y mirándonos… A la mañana del lunes siguiente, el video había sido visto ya más de 136 millones de ocasiones, tan sólo en el Face —hay además varias copias en youtube, cada una con cientos de miles de vistas—. Esa misma semana, el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, informó que el video de la señora Payne se convirtió en el más visto en toda la historia de dicha plataforma. ¡Ay, qué felicidad!
En las otras redes sociales las prácticas no muestran tendencias muy distintas. Ejemplo: el mensaje más retuiteado de la historia. Data del 2 de marzo de 2014; mientras conducía la entrega de los Óscares, durante un receso, la comediante Ellen De Generes twiteó: If only Bradley's arm was longer. Best photo ever. #oscars Un texto que es lo de menos, porque la fuerza del mensaje iba, claro, en la imagen: un selfie de grupo, en el cual además de ella, aparecen Bradley Cooper, Lupita Nyong’o, Brad Pitt, Kevin Spacey y varios famosos más. Todos muy monos y sonrientes… ¡Ah, la fama!
En su libro Viviendo el final de los tiempos, el filósofo Slavoj Žižek (Liubliana, 1949) se lamenta: “en las últimas décadas ha estado de moda hablar sobre el papel predominante del ‘trabajo intelectual’ en nuestras sociedades postindustriales; sin embargo, ahora la materialidad está vengativamente reafirmándose en todos sus aspectos, desde las luchas venideras por recursos escasos a la contaminación del medio ambiente”. Agrego —sorprende que Žižek no lo haya señalado—: en las presuntuosas sociedades del conocimiento, la ética más propagada es el consumismo, la veneración materialista más sosa de todas. “La ética capitalista y consumista son dos caras de la misma moneda, una mezcla de dos mandamientos –sostiene Yuval Noah Harari, en De animales a dioses–. El supremo mandamiento de los ricos es ‘¡Invierte!’. El supremo mandamiento del resto de la gente es ‘¡Compra!’”. Entre lo que hay que comprar, los smartphone y las tablets descollan: son los artefactos indispensables para no quedar fuera del mundo. De acuerdo con el Ericsson Mobility Report más reciente (II/2016), 2015 cerró con 3.4 mil millones de smartphone subscriptions en el mundo, y la tendencia marca que llegaremos a 2020 con 6.4 mil millones, lo cual se traducirá en que 7 de cada 10 personas tendrán uno de estos aparatos y estarán conectados. Según el mismo reporte, de 2010 a 2015 se emplearon 15 ExaByte (1 EB = 1018 bytes) en redes sociales, y se proyecta que en el período 2016-2020 serán 180 EB.
En Los miserables (1862), Víctor Hugo (1802-1885) cuenta que la señora Thenardier “al envejecer fue sólo una mujer gorda y mala que leía novelas estúpidas”. Y enseguida advertía: “Pero no se leen necedades impunemente…” Advertidos.
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