Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 3 de marzo de 2017

Historia no escrita

He notado que incluso aquellos que afirman
que todo está predestinado y que no podemos cambiar nada al respecto
siguen mirando hacia ambos lados antes de cruzar la calle. 
Stephen Hawking



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Enseguida, la paradoja del conocimiento histórico: “El conocimiento que no cambia el comportamiento es inútil. Pero el conocimiento que cambia el comportamiento pierde rápidamente su relevancia. Cuantos más datos tenemos y cuanto mejor entendemos la historia, más rápidamente la historia altera su rumbo y más rápidamente nuestro conocimiento queda desfasado”. Y ahora una verdad, aunque sea una verdad de Perogrullo: el pasado va creciendo día a día, y los datos históricos se van abultando conforme avanza el tiempo.

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Entre más informado esté usted, más vívidamente experimentará la fuerza y velocidad del cambio que sacude hoy al mundo entero. Lamentablemente, la cantidad de datos de que usted disponga no tendrá proporcionalidad alguna con el entendimiento de las cosas que logre alcanzar; es más, seguramente a mayor cúmulo informativo, mayor confusión. “Hace siglos —recuerda el doctor en Historia Yuval Noah Harari—, el saber humano aumentaba despacio, de modo que la economía y la política también cambiaban a ritmo pausado. En la actualidad, nuestro conocimiento aumenta a una velocidad de vértigo, y teóricamente deberíamos entender el mundo cada vez mejor. Pero sucede exactamente lo contrario. Nuestro conocimiento recién adquirido conduce a cambios económicos, sociales y políticos más rápidos; en un intento de comprender lo que está ocurriendo, aceleramos la acumulación de saber, lo que sólo lleva a trastornos más céleres y grandes. En consecuencia, cada vez somos menos capaces de dar sentido al presente o de pronosticar el futuro”.

El entendimiento precisa discernimiento. La sabiduría requiere foco y tiempo.

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La realidad detesta los planes. Los accidentes son seguros. Conforme apuramos el paso, los hechos que tuercen las rutas trazadas o al menos proyectadas surgen con más frecuencia. Por más grande que sea el volumen de datos que podamos recabar, por más poderosa que se vuelva nuestra capacidad para procesarlos, lo que está a un tris de suceder resulta un misterio.

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Avanzamos aceleradamente hacia lo imponderable. Cada vez más aprisa, el presente se desleía en el cambio. El futuro se está volviendo cada vez más inmediato. Lo viejo deja su lugar a lo nuevo, a lo desconocido. La incertidumbre se ha vuelto rutinaria, una certeza.

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En la actual vorágine del cambio, a la gente sólo le queda tratar de agarrarse de los resbaladizos asideros del gerundio. En la medida en la que las viejas narrativas van perdiendo vigor para comprendernos, el pasado va dejando de estar presente. Sin relatos que permitan tramar el tiempo, cada vez nos animamos menos a plantearnos qué podemos hacer ahora mismo para incidir en la configuración del porvenir. Quienes se preguntan con temor qué va a suceder no se encamina voluntariamente hacia el mañana.

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Piedras catapultadas hacia el futuro. ¿Dónde caerá cada una de ellas?

Un ave fénix remonta el vuelo. La noción de destino resucita. Desacreditados injustamente, científicos e historiadores van perdiendo audiencia, mientras que bufones, mentirosos variopintos y charlatanes recobran preeminencia. Mendaces clarividentes regresan por sus fueros.

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En su más reciente libro, Homo Deus (Debate, 2016. Primera edición en inglés, 2015), Yuval Noah Harari (Israel, 1976) ofrece una “breve historia del mañana”. No se trata de un puñado de predicciones de futurólogo fantasioso, sino de una razonada y muy bien documentada mirada de macro-historiador a los derroteros hacia los cuales muy probablemente se dirige la humanidad. En su nuevo ensayo, el israelí deja correr las grandes tendencias de la evolución cultural que pudo identificar en su anterior obra, el éxito internacional de De animales a dioses (Debate, 2014. Primera edición en inglés, 2013). ¿Brincó de historiador a profeta? No, en lo absoluto: “Si la historia no sigue ninguna regla estable, y no podemos predecir el rumbo futuro, ¿por qué estudiarla?… La ciencia no tiene que ver sólo con predecir el futuro… Aunque ocasionalmente los historiadores tratan de hacer profecías (sin un éxito notable), el estudio de la historia pretende, por encima de todo hacernos conscientes de posibilidades que normalmente no consideramos. Los historiadores estudian el pasado, no con la finalidad de repetirlo, sino con la de liberarnos del mismo”.

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Libros como Homo Deus son relevantes en situaciones como la que actualmente transitamos precisamente porque abren ventanas para escaparnos de la fatalidad. De la poderosa imaginación humana surgió la atroz idea del destino, y sólo la poderosa imaginación humana puede desmantelarla. No es necesario tener razón, pero sí deseo e imaginación suficientes. Deseo para querer dirigirse hacia algún lado e imaginación para tramar el tiempo, para crear narrativas. “Los movimientos que pretenden cambiar el mundo suelen empezar reescribiendo la historia, con lo que permiten que la gente vuelva a imaginar el futuro… La nueva historia explicará que ‘nuestra situación actual no es natural ni eterna. Antaño las cosas eran diferentes. Sólo una sucesión de acontecimientos causales creó el mundo injusto que hoy conocemos. Si actuamos con sensatez. podremos cambiar este mundo y crear un mundo mucho mejor’. Esta es la razón por la que los marxistas vuelven a contar la historia del capitalismo, por la que las feministas estudian la formación de las sociedades patriarcales y por la que los afroamericanos conmemoran los horrores de la trata de esclavos. Su objetivo no es perpetuar el pasado, sino que nos libremos de él”.

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Sin imaginación, el presente se nos puede acartonar, aunque sea vertiginoso. Atados a una historia que nadie ha escrito.

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