Antes de examinar el acto por el cual el pueblo elige a un rey,
sería conveniente examinar el acto por el cual un pueblo es un pueblo.
Pues siendo este acto necesariamente anterior al otro,
es el verdadero fundamento de la sociedad.
Jean-Jacques Rousseau, El contrato social o los principios del derecho político.
Hace quince días me ocurrió algo que jamás me había sucedido… Más allá de lo anecdótico, creo que encierra algo, que significa algo…
4:45 pm; tarde agradable, ligeramente nublada y, por fin, sin el agobio que durante los últimos días nos ha causado a más de veinte millones de seres humanos la cauda de contingencias ambientales… Tomé una bicicleta en la estación 363 de ecobici, la que está en Holbein y Pablo Ucello. Me tocó la 5. Acomodé la chamarra y el portafolios en la canastilla. Me remangué la camisa y unos pedalazos más adelante, tomé la ciclovía que va sobre avenida Patriotismo o Circuito Interior o Circuito Bicentenario, depende el letrero que veas… Lo primero, esquivar a los transeúntes que aguardan en la esquina el cambio de luz en el semáforo y al auto que siempre está esperando que alguien salga del banco que está en la esquina… No es para menos: hace como un año mataron ahí a una señora que acababa de retirar cinco mil pesos del cajero automático… A esa hora ya están levantando todos los puestos de comida, así que hay que tener cuidado con la gente que trajina entre la banqueta y la ciclovía, lavando trastes, guardando mercancía en cajas, cargando los diablitos…, y también con los peatones que se quedan sin paso franco sobre la acera e invaden la ciclovía para poder seguir su camino… Pasé Eje 6 Sur, Tintoreto, entre los coches y camiones atascados bajo el paso a desnivel, y metros más adelante llegué al punto más peligroso del recorrido: el cruce de Patriotismo con San Antonio y Río Becerra… Pasé sin pena ni gloria, y lo que sigue es pan comido: despejado y de bajada… Ruedo hasta Calle 17, y vuelta a la derecha para entrar a la colonia… Sólo una cuadrita antes de llegar a la lateral de Río Becerra… Ahí, a la sombra del distribuidor vial que sube hacia el segundo piso de San Antonio, más vale hacer alto total. Puede ocurrir una de tres… Una: que corras con un chorro de suerte y te toque una interrupción en el chorro continuo del fluido vehicular, y entonces cruces sin problemas. Dos, lo contrario y más frecuente: que te toque un torrente colmado de automotores y sea necesario esperar y esperar ahí durante varios minutos hasta que algún piadoso se compadezca, meta freno y te ceda el paso. Y, tres: que el paso parezca franco pero venga enfilado un auto que, si acelera, seguramente te prendería a medio cruce… En este caso, que fue lo que me tocó en suerte el martes, la estrategia es mantenerte con el pie presto para dar el pedalazo de arranque y tirar la mirada al parabrisas del coche que se aproxima, con la intención de lograr contacto visual con el conductor, poner cara de buena gente y esperar con esperanza de que él o ella se detenga civilizadamente y conforme dicta el reglamento de tránsito de la Ciudad de México… Así que ahí me tienes, atento al vehículo que avanzaba hacia mí. Era auto mediano, quizá un jetta de modelo reciente, bien cuidado y limpio… Lo conducía un hombre de barba canosa, pulcra… Camisa de vestir, chaleco y corbata… Lentes de pasta. A unos cuantos metros de llegar a la confluencia logré hacer contacto visual… Él me ubica… ¿Se va a detener? Sostenemos mutuamente la mirada…, se acerca… Muy poco antes de llegar al cruce, el hombre levanta el brazo derecho, me muestra la mano abierta, la cierra y sólo deja el índice: lo mueve de un lado a otro… Con el dedo me dice que no: no, no, no… ¡Qué mezquino!, pienso… Pero no es todo, ya frente a mí, atenúa la velocidad, baja el índice y erecta el medio, obsceno, y a medio camino deja el índice y el anular: procaz me muestra la seña soez, una carnosa representación del milenario falo ofensivo… Me mira triunfante, burlón, majadero… y hasta se da el lujo de girar un poco la cabeza mientras atraviesa ufano…
¿Qué diablo fue eso? No sólo no me deja pasar, encima me insulta… ¿Por qué? ¡¿Qué gana?! Jamás me había pasado nada igual… ¿Significa algo o sencillamente me tocó un orate al volante? ¿La mujer lo maltrata, el jefe lo humilla, sus compañeros de trabajo lo ningunean, y él se trepa al coche con la determinación de cobrarse todas las afrentas a la menor oportunidad que le dé la ciudad? ¿Será? ¿O será el hartazgo, el encabronamiento, la impunidad asegurada por casi todo y para casi todos? Me quedo ahí parado observando cómo se aleja el conciudadano que, sin motivo ni ganancia aparente, desde su perspectiva me acaba de agraviar… La sorpresa deja muy atrás al enojo, que no llega, no me alcanza…, como sí lo hace, raudo, el desconsuelo…
El contrato social está tronando. A partir del ejemplo que todos los días se pone desde arriba, desde los cargos públicos, el agandalle se está generalizando como única estrategia eficaz de vida… Lo peor es que, de seguir las cosas así, no esperes un estallido social, una revuelta… una conmoción, cualquiera, que incite un cambio. No, lo que sigue es más degradación, y para tocar fondo falta mucho…, si es que hay fondo. El sin-trato social cunde.