Una tumba es suficiente para quien el mundo no bastara.
Epitafio de Alejandro Magno
Dodona
Hace 2373 años nació Alejandro Magno. Su madre, una mujer afecta a cambiarse el nombre —de niña se llamó Políxena, luego Myrtale, enseguida Olimpia y, ya longeva, Estratonice—, era hija del rey Neoptólemo I de Epiro, rey de Molosia, quien presumía ser descendiente nada menos que de Aquiles. La princesa seguramente nació en Dodona, un asentamiento antiquísimo cuyos orígenes se remontan a la época micénica (1600 – 1200 a. C.), y en donde, por cierto, se encontraba el oráculo helénico más vetusto.
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Theatron de Dodona |
En la época en la que nació Olimpia, alrededor del 373 a. C., su terruño, como en general todo el norte de Grecia, “con excepción de algunas zonas costeras, no estaba urbanizado”, y “las formas monárquicas más antiguas de gobierno dominaban a grupos de población organizados aún de manera tribal”. Quizá ni siquiera a Dodona deberíamos considerarla una ciudad. En contraste, en la Grecia mediterránea la organización sociopolítica en torno a la polis tenía tiempo de haberse consolidado, así que “muchos griegos del suroeste… consideraban bárbaros a los pobladores tanto de Epiro como de Macedonia…” (Elizabeth Carney, Olympias: Mother of Alexander the Great. Routledge, 2006).
Pella
Para convertirse en la esposa principal del rey Filipo II de Macedonia, Olimpia tuvo que recorrer unos 290 kilómetros al noreste —Google Maps calcula que el viaje a pie hoy le tomaría a una persona 65 horas—.
El matrimonio se celebró en el 357 a. C., en la ciudad que desde el siglo V a. C. era la capital del reino macedonio, Pella —las ruinas de su ágora se localizan a unos 35 kilómetros al noroeste del extremo septentrional del golfo de Tesalónica—. Al año siguiente, Olimpia trajo al mundo a un niño, Αλέξανδρος, quien, antes de cumplir 33 años de edad, moriría. Corta vida, pero bien aprovechada: para entonces, el joven no sólo era el Rey de Macedonia, también había logrado convertirse en Hegemón de Grecia, Faraón de Egipto y Gran Rey de Media y Persia. La destreza bélica de Alejandro Magno, el genio griego y la fortuna consiguieron que el macedonio llevara sus conquistas hasta las puertas de la India. Su última gran batalla —que ganó— tuvo lugar en las cercanías del río Hidaspes —hoy territorio de Pakistán—; en línea recta, se hallaba a 4,614 kilómetros del sitio en donde había nacido.
Babilonia
Después de dar por terminada la campaña en el valle del Indo, Alejandro Magno y sus ejércitos emprendieron el viaje de regreso hacia Occidente. Tres años después de la batalla de Hidaspes, Alejandro partiría de este mundo. ¿Envenenamiento, pancreatitis, fiebre del Nilo…? Misterio…, el caso es que la muerte le puso el alto en julio 10 ó 13 de 323 a. C. Se encontraba en el palacio de Nabucodonosor II, en Babilonia.
El joven había externado su deseo de hacer de la milenaria ciudad de la alta Mesopotamia la capital de su enorme imperio —5.2 millones de kilómetros cuadrados—. De la existencia de Babilonia se tienen noticias al menos desde tiempos de Sargón el Grande (c. 2270 – 2215 a.C); siglos más tarde había sido la orgullosa capital del imperio Primer imperio Babilónico, cuyo esplendor sucedió siendo rey Hammurabi, en el siglo XVIII a. C. La ciudad que fascinó a Alejandro Magno había sido reconstruida por el caldeo Nabucodonosor II (c. 630 – 562 a. C.), apenas unos tres siglos atrás. Un par de años después de su muerte, el cadáver de Alejandro Magno salió de Babilonia, transportado en un magnífico carruaje funerario. Se supone que lo llevarían hasta su ciudad natal, pero en realidad jamás llegaría a Pella. En dado caso, desde Babilonia, habría tenido que ser trasladado a lo largo de más de 2650 kilómetros. En cambio, lo último que se sabe con certeza de los restos del gran guerrero macedonio es que su última tumba estuvo en Alejandría, y fue saqueada por los romanos en los primeros años de nuestra era.
Menfis
Se estima que hace 4250 el asentamiento humano más poblado de todo el orbe era Menfis, una ciudad fundada por el primer faraón de Egipto, Narmer, hará cosa de unos 5065 años. Menfis se mantendría como capital de Egipto durante la friolera de milenio y medio. El sitio arqueológico se encuentra a unos 20 kilómetros al sur de la moderna ciudad de El Cario. En Menfis perduran cuatro campos de pirámides, Guiza, Abusir, Dahshur y Saqqara; en este último, en 1853 el egiptólogo francés Auguste Mariette descubrió un Serapeum, enclavado en la necrópolis de los Apis. Ahí, en el Serapeum de Menfis reposó el cadáver de Alejandro, durante 42 años.
Como bien se sabe, Ptolomeo I Soter (367 – 283 a. C.) —nombrado gobernador provisional de Egipto y Libia por Prédicas, uno de los generales y diádocos más importantes de Alejandro Magno— interceptó el cortejo fúnebre con el cuerpo de Alejandro y lo trasladó a Menfis. Es posiblemente que lo haya colocado en la tumba vacía que había sido preparada para para el faraón Nectanebo II, quien no tendría ocasión de usarla, puesto que mucho tiempo atrás, huyendo de los persas, había salido de Egipto hacia Libia. Dos rumores agregan condimento a los sucesos: se decía que en realidad el padre de Ptolomeo I Soster había sido Filipo II, y según el otro chisme, el verdadero padre de Alejandro fue el faraón Nectanebo I, quien fue recibido en asilo político en la corte de Macedonia —huía también de los persas—, en la que se desempeñó como mago…, y encantó a la señora Olimpia.
Alejandría
No fue sino hasta el 280 a. C. que Ptolomeo II Filadelfo dispondría llevar el cadáver de Alejandro III de Macedonia a Alejandría.
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