“Respecto a la historia de las civilizaciones indígenas de México anteriores a la Conquista, los prejuicios son tan numerosos y grandes, que han contribuido a hacer del interesante pasado prehispánico una relación errónea, fantástica e inadmisible…”, acusaba en su libro Forjando Patria (Porrúa, 1916) Manuel Gamio (1883-1960), entonces Inspector General de Monumentos Arqueológicos de la República y uno de los ideólogos del nuevo nacionalismo. Mi primaria está justo frente al parque Manuel Gamio, en la Banjidal, una colonia ubicada al noroeste de Iztapalapa. Una de las muchas cosas que no me contaron en la primaria sobre la devastación del Imperio Mexica fue que “los pueblos de las chinampas, los de Xochimilco, Churubusco, Mexicaltzingo, Míxquic, Iztapalapa y Coyoacán, que al principio combatieron… a los españoles, y al comienzo del sitio [de Tenochtitlán] continuaban ayudando a la ciudad, acabaron también por darle la espalda y ofrecerse como aliados de los invasores y luchar contra los sitiados” —relata José Luis Martínez en su extraordinario libro Hernán Cortés—. Cuando los españoles y sus aliados llegaron a la Gran Tenochtitlán —noviembre de 1519—, Iztapalapa era gobernado por un hermano de Moctezuma, Cuitláhuac, el mismo que meses más tarde lo sucedería luego de que su pueblo lo matara a pedradas —29/VI/1520—. Cuitláhuac fue el gran tlatoani mexica solamente durante cinco meses —murió de viruela el 25 de noviembre del siguiente año—.
Al arrancar 1521, la rebelión indígena sobre la que venía trepado Cortés ya era un tsunami —contaba no sólo con los guerreros de Tlaxcala, Hujeotzingo, Cholula y Chalco, incluso algunos de Texcoco se había levantado— que, inmisericorde, caería sobre la enferma, famélica y sedienta capital mexica. Se estima que el último tlatoani, el imberbe Cuauhtémoc, logró reunir junto con Tetlepanquétzal, señor de Tacuba-Tlatelolco, y el texcocano Coanócoch, unos trescientos mil hombres. La defensa fue aguerrida, heroica y suicida. A finales de mayo, después de que Cortés logra segar el paso de agua dulce por el acueducto de Chapultepec, el fin de ciudad de los antiguos mexicanos se precipitó… El 13 de agosto de 1521 la CDMX mexica dejaría de existir. Y, por cierto, ese hecho tampoco lo conmemora ya nadie.
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