Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 2 de septiembre de 2017

El fin de la CDMX IV

En las postrimerías del siglo XVI, un tal Cristóbal del Castillo, vecino de la naciente ciudad novohispana de Temixtitan —como lo escribía Cortés—, apuntaba:
Ya hemos dicho de qué suerte se les hizo guerra a los mexicanos a quienes quitaron la vida los españoles, y que no hicieron aprecio de la ida de éstos, y sólo lo que decían era que se habían ido a Tlascala, no se supo si acaso fueron a hacer alguna guerra, y si solamente fueron a guerrear con el fin de amedrentar a las gentes para que los llamaran conquistadores; lo cierto es que no fueron en todas partes inmortales en la guerra: porque todos ciudadanos entraron juntos con ellos por causa del engaño de los mexicanos, porque este engaño lo tomaron todos los vecinos de los contornos para abandonar a los mexicanos cuando estaban los españoles en México. Ningunos ciudadanos los ayudaron a los mexicanos por causa del odio que les tenían.
El relato plantea la caída del Imperio Mexica como producto de una venganza de todos los pueblos aledaños. ¿Quién fue este relator? Adelantemos que no llegó con las huestes provenientes de España, y que, cuando nació, a Cristóbal del Castillo le debieron de haber puesto otro nombre, uno en náhuatl, su lengua materna. 

Tengo aquí una alhaja. Publicado en 1908 en la tipográfica de Salvador Landi, en Florencia, Italia, el libro ostenta un título grandilocuente que conviene transcribir: Fragmentos de la obra general sobre Historia de los Mexicanos escrita en lengua náuatl por Cristóbal del Castillo a finales del siglo XVI, y enseguida de una pleca, en la propia portada el crédito a quien debemos el rescate y la ocasión del tiraje: los tradujo al castellano Francisco del Paso y Troncoso / Director en misión del Museo Nacional de México / en homenaje al XVI Congreso Internacional de Americanistas / que se reunirá en Viena / del 9 al 14 de septiembre de 1908. Pese a su condición de vetusto, puedo pasar sus páginas sin apuro ni cuidados, porque mi ejemplar es una copia digital del que tiene resguardado la biblioteca de la Universidad de Texas en Austin. En su texto introductorio, don Francisco de Borja del Paso y Troncoso (1842-1916) afirma que, con certeza, sólo sabemos que el referido don Cristóbal falleció “octogenario” en 1606, y apoyándose en lo que antes ya había inducido otro erudito, Antonio de León y Gama (1735-1802), sostiene que “pudo ver la primera luz en 1519 o antes”. A partir de ello ya no es necesario darle mucha vuelta a la cuestión del origen étnico de Cristóbal del Castillo: Del Paso y Troncoso cree que quienes sostuvieron que el cronista fue mestizo —como el padre Clavigero— erraron, puesto que el personaje “fue indio de raza pura”. Si la cronología no fuera prueba suficiente, argumenta que basta considerar “la elegancia y pureza de la lengua mexicana escrita por Castillo”, y argumenta: “los mestizos, nacidos de madre india, se reputaban españoles mejor que indios, y si no abandonaban completamente la lengua materna, se explicaban más bien por la lengua del padre”. Ahora, si era indígena, ¿de dónde? ¿Tenochca? El mismo Cristóbal cuenta que “sus padres y abuelos eran tezcucanos”, aunque en una declaración suya que se conserva se llamó a sí mismo “historiador mexicano”. ¿Qué puede colegiarse? Del Paso y Troncoso propone: “todo se puede conciliar admitiendo que procediera de un connubio entre personas de una y otra ciudad [Texcoco y México-Tenochtitlán], o que, siendo tezcucanos los genitores, haya él nacido en la metrópoli mexicana”. Nativo de Texcoco o de la capital del Imperio Mexica, cuando se refiere a los mexicanos Cristóbal Castillo habla de un ellos y no de un nosotros, y se ocupa en dejar testimonio de que los pueblos vecinos les tenían harta ojeriza. Mientras que al final ya solamente peleaban los tlatelolcas codo a codo con los mexicas, el capitán Malinche traía como aliados a guerreros de Tlaxcala, Huexotzinco, Cholula, Chalco, Acolhuacán, Cuauhnáhuac, Cuitláhuac, Mizquic, Coyoacán, Culhuacán y Xochimilco, cuya fuerza naval fue crucial durante el sitio: “Por todos los rumbos nos cercaban los de Xochimilco en sus barcas” —rescata Miguel León Portilla del Códice Florentino en su Visión de los vencidos—. Con todo, el último tlatoani mexica, Cuauhtémoc, sería apresado por los españoles al menos junto a dos jerarcas indios, según puede leerse en la VII relación de Chimalpain: Oquiztzin, señor de Azcapotzalco, y Panitzin, señor de Ecatepec.


Actualmente Ecatepec es un municipio del Estado de México y Xochimilco una de las delegaciones de capital de la República; el primero se encuentra al norte del centro histórico de la Ciudad de México y la segunda al sur. La distancia que media entre ambas comarcas, unos 26 kilómetros, puede hoy transitarse, casi en línea recta, por el Eje 3 Oriente, el cual atraviesa de norte a sur el oriente de la mancha urbana de la Ciudad de México. En el septentrión, en la frontera con Ecatepec, comienza en la esquina de Ing. Eduardo Molina y Río de los Remedios. En el sur, en las inmediaciones de los embarcaderos de Xochimilco, en Cafetales esquina con Periférico Sur. En efecto, el Eje 3 Oriente va cambiando de nomenclatura: primero se llama Eduardo Molina, luego corre por un pequeño tramo de la calzada Ignacio Zaragoza, y luego, antes de convertirse en Avenida Arneses, después Cafetales, lleva el nombre de un gran estudioso del pasado prehispánico de este país: Francisco del Paso y Troncoso.

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