The most poetical thing in the world is not being
sick.
G.K.
Chesterton, The Man Who Was Thursday: A
Nightmare.
Carlos fue hijo de
un brujense al que le decían el Hermoso y de una toledana apodada la Loca, ambos de alcurnia: Felipe
Archiduque de Austria y Juana I de Castilla. Como tú, como yo, como todos, el niño
llegó al mundo desnudo, pero con títulos reales bajo el brazo: nomás de
bienvenida, lo hicieron Conde de Flandes. Francisco López de Gómara —el mismo a
quien tanto debe la memoria de Hernán Cortés, conquistador de México
Tenochtitlán— narra que cuando Carlitos nació, Alejandro VI, el Borgia,
despachaba como Sumo Pontífice —“quien celebró jubileo con pocos peregrinos, a
causa de [la] guerra y [las] pestilencias…”—; Maximiliano I de Habsburgo, el
abuelo paterno del crío, era soberano del Sacro Imperio Romano Germánico —“floreciendo
entonces en Alemania las letras y la cristiandad, la que ha perdido casi del
todo después de Lutero…”—; mientras que “reinaba[n] en Castilla y en Aragón los
Católicos Reyes don Fernando y doña Isabel”, abuelos maternos del aludido
churumbel (Anales del Emperador Carlos
Quinto; c. 1557-1558). Dadas sus circunstancias de tiempo y espacio, y por
herencia, azar y habilidades propias, a Carlos le alcanzaría la vida para ser
llamado el César y Su Sacra Cesárea Católica Real Majestad.
Esto fue porque logró enseñorearse de las dos enormes organizaciones políticas
que regenteaban las familias de sus progenitores. Para que le tocara a Carlos
ser el primero en encarnar en una sola persona las coronas de Castilla y Aragón,
tuvieron que morir prematuramente cinco príncipes y princesas que le antecedían
en derechos sucesorios. Además, fue necesaria la presunta demencia de su madre,
o quizá su cordura para hacerse a un lado; como haya sido, a los 17 años se
convirtió en Carlos I, Hispaniarum Rex,
y cuatro años después también en Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico. Carlos se converiría así en el último Emperador de Occidente, en el
monarca de la cristiandad con el territorio más extenso jamás alcanzado hasta
entonces: su reinado abarcaría buena parte de Europa y también todos los
territorios ultramarinos conquistados por los españoles, tanto en el norte de
África como en el Nuevo Mundo. Pues bien, ¿sabes en dónde nació Carlos, uno de
los hombres más poderosos y acaudalados de todos los tiempos?
Carlos V nació en
un retrete. El hecho ocurrió en Flandes, en el burgo de Gante, a unos 40
kilómetros al suroeste de Brujas. Avanzaba la madrugada del 25 de febrero, día
de San Matías, del año 1500, y sus padres andaban de juerga, en un baile que se
celebraba en el Prinsenhof, el
palacio de la Corte de los Príncipes. Ha llegado hasta nuestro tiempo el chisme
que dice que, a pesar de estar ya en los últimos días del embarazo, la celosa
Juana no quería dejar a solas a su apuesto marido, y por eso seguía en el
convite cuando, pasadas las tres de la madrugada, sintió cierto malestar, el
cual, suponiendo que su origen era digestivo, quiso aliviar en el evacuadero…
Para allá se encaminó y minutos después, sin ayuda ni testigos, parió a su primer
hijo varón… La reina Isabel fue enterada pocos días después del suceso, y ella
apostilló la noticia aventurando una profecía para su nieto recién nacido:
— Este será el que se lleve las suertes…
Lo fue, en
principio porque sobrevivió la insalubre coyuntura de haber sido alumbrado en
las asquerosidades de un retrete, de haber llegado al mundo entre inmundicias… De
por sí, en condiciones normales de parto, la mortalidad infantil entonces era
elevadísima, con tasas próximas al 250 por millar, uno de cada cuatro bebés no
llegaba a los cinco años de edad.
Obviemos todo lo
que le sucedió a Su Majestad don Carlos entre los dos extremos de su biografía,
y vayamos al remate de su eximia vida. El episodio fatal tendrá lugar en el
monasterio Yuste, en Extremadura. El hombre estaba decrépito, había abdicado
tres años antes, y su organismo “era todo un proceso irreversible de ruina”. Para
entonces, por la gota, era tullido, incapaz de andar y casi impedido de
manipular con las manos. El primer ataque lo había sufrido a los 28 años, y a
lo largo de los siguientes contó “otros dieciséis ramalazos…, cada vez más
dolorosos”, en una época en la cual no había ningún tipo de anestesia y los
escasísimos remedios analgésicos eran de efectos muy pobres. “¡Duéleme harto!”,
se quejaba el desdichado. Además, sufría de hemorroides, y “su falta de dientes
le impedía masticar, lo que le provocaba muy laboriosas digestiones”. Con todo,
no falleció a causa de la gota ni de sus males intestinales: a Carlos V lo mató
un mosquito.
Intensos dolores
de cabeza, pesadez, sed, fiebre, escalosfríos, temblorina, delirio… “Eran las
fiebres palúdicas que acabarían con su vida. Para ayudar al doctor Mathys
acudió desde Valladolid otro antiguo médico del Emperador… Por desgracia, el
remedio que le aplicaron fue el tan habitual de la época como demoledor: las
sangrías… Carlos V fue debilitándose más y más. Las calenturas arrecian… Poco a
poco el enfermo deja paso al moribundo…” (Manuel Fernández Álvarez, Carlos V, el César y el Hombre). Por
fin, Carlos murió un 21 de septiembre, día de San Mateo, a la edad de 58 años.
Actualmente, en
el país en donde se encuentra Gante, Bélgica, la tasa de mortalidad infantil es
de 3.4, la esperanza de vida al nacer alcanza los 81 años, y en cualquier
farmacia se pueden conseguir potentes analgésicos especiales para atenuar los
dolores causados por la gota, así como medicamentos para curar el paludismo (artemisinina).