Ideology is strong exactly because it is no longer experienced as
ideology… We feel free because we lack the very language to articulate our
unfreedom.
Slavoj Žižek, In Defense of Lost Causes.
Abundan palabras que, a
fuerza de su constante utilización desacertada, ya mutaron de significado.
Botón de muestra: bizarro. La gente
la emplea como sinónimo de raro o extraño, e incluso de perverso:
— Vi a la Tatis Anaya
besándose con un empleado de su tienda.
— ¡Uy, qué bizarro! —opinará
la confidente, con lo cual querrá expresar no que el asalariado besucón sea
valiente o generoso, es decir, lo que según la RAE significa el adjetivo, sino
que la escena le resulta extravagante, extraña, y no precisamente en un sentido
loable. El yerro llegó del norte, porque la palabra bizarre en inglés significa, además de valiente (brave), “extraño en forma o apariencia;
fantástico; caprichoso; extravagante; grotesco” (traduzco del Webster).
•
Pululan también
palabras sistemáticamente mal empleadas. Por ejemplo, el abuso de literal, no tanto como adjetivo sino
como apócope del adverbio correspondiente (literalmente)
cunde:
—El lic Luismi de
Financieros me mandó a freír espárragos –se queja la señorita Lana, y remata:–,
¡literal!
Si su interlocutor
quiere esclarecer la naturaleza de la acusación, entonces debería cuestionar si
el licenciado aquel profirió exactamente la misma frase, vocablo a vocablo, o
si bien, con esas u otras palabras, le pidió a la dama que se encargara de
saltear algunos turiones de la mencionada planta herbácea perenne. Sin embargo,
no sería muy recomendable que preguntara: de hacerlo, la aludida señorita
seguramente no entendería nada y pondría ojos de plato —no literal, claro, sino
figurativamente hablando—, porque lo que ella reclama es que la mandaron a
volar, y no literalmente. O sea: ella empleó literal(mente) como su antónimo.
•
Hay también algunas
palabras a las que, en un momento dado, muchas buenas personas, catapultas por los
decires de actores públicos y opinólogos, pueden otorgar un sentido lo
suficientemente laxo que termina por destruir toda su riqueza conceptual.
— ¡¿Viste que López
Obrador se fue del debate sin despedirse de los demás candidatos?!
— Sí, hombre… Y ellos y
ella tan ambles que se mostraron con él durante todo el numerito…
— ¡No seas irónico! Su
comportamiento resulta muy preocupante: ¡se vio bien absolutista!
Como para sacar el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas
y Sociales de Ossorio: — ¿Absolutista? ¿Te refieres al tipo de monarquía en
el que el rey estaba por encima de la ley (legibus
solutus), puesto que él mismo era la fuente de la que aquella emanaba? ¿Así…,
nomás por salirse rapidito?
O quizá ponerse más precisos
y citar a Perry Anderson (El Estado
absolutista): — ¿Quieres decir que el domingo en el Palacio de Minería el
Peje encarnó, nomás por berrinchudo, al “primer sistema estatal internacional
en el mundo moderno”?
•
También hay conceptos a
los que su uso ideológico los ha hecho monstruosos y ahora andan por ahí como
poseídos, como si se los hubiera chupado el diablo… Ejemplo: sociedad civil.
El miércoles por la
noche, Emilio Álvarez Icaza tuiteó: “AMLO advierte que de ganar las elecciones,
‘no permitirá que el nombramiento del Fiscal Anticorrupción quede en manos de
representates de la sociedad civil’. Grave: estamos ante una postura regresiva
contraria a la agenda democrática en México”.
A botepronto, contesté,
también vía Twitter: “¿El Congreso no es el órgano de representación de la
sociedad civil? Tu mensaje es muy mañoso, Emilio; no dices que AMLO propone que
sea el Congreso el que seleccione al Fiscal de una terna propuesta por el
presidente de la República, quien, a su vez, será elegido por la sociedad
civil”.
¿Qué me replicó Álvarez
Icaza? Nada, por supuesto —¿podría reclamar que ahora que él es parte de una
coalición de partidos políticos no atienda a un simple ciudadano?—. En cambio
sí lo hizo, y muy amablemente, Miguel de la Vega Arévalo (@mig_delavega),
consultor de organizaciones de la sociedad civil: “La sociedad civil organizada
es el espacio de acción pública de los ciudadanos, espacios democráticos para
la gobernanza. No niega el Congreso, equilibra poderes con iniciativas
ciudadanas”.
A lo cual yo respondí: “OK,
de acuerdo. ¿Consideras que organizaciones como Ahora o cualquier otra tengan
mayor representación que el Congreso?” [Me refería, a
la organización impulsada por Emilio Álvarez].
Miguel Ángel siguió
dialogando: “Para nada, ninguna OSC debe existir para representar a nadie en el
Congreso. Existen por el derecho humano de la libertad de asociación. Un medio
para dar a todo ciudadano voz directa y plural en lo que es interés de todos.
Su valor es inmenso para el marco democrático”.
Estuve a punto de rezongar
que la voz directa la tiene cualquiera, incluso siendo mudo…, pero el
intercambio era serio y propositivo, así que tecleé: “Sería políticamente
incorrecto decirte que no estoy de acuerdo… Pero al menos permite que diga que
‘su valor es inmenso para el marco democrático’, más allá de su fuerza
retórica, que la tiene, es impreciso”.
Miguel Ángel tomó al
toro por los cuernos: “Precisemos entonces. La sociedad civil ha demostrado ser
actor relevante en muchos casos para consolidar democracias. Fuera de partidos
políticos y gobierno, es una puertaa de acción pública ciudadana para el avance
de derechos, de ahí su valor. Aquí y en el mundo”.
¡Albricias! Justo aquí
quería llegar: “Por favor lee lo que acabas de escribir: ‘La sociedad civil ha
demostrado ser actor relevante en muchos casos para consolidar democracias’. ¡No
en muchos casos, en todos! Sin sociedad civil no hay democracia”.
“Totalmente de
acuerdo”, concedió Miguel Ángel.
“Luego entonces, el
problema es cuando hay determinadas personas y grupos de la sociedad civil que
se presentan como La sociedad civil… De ahí ‘la desconfianza del Peje’”.
Sirva el anterior
pinponeo para subrayar la conclusión que, ahora, espero parezca boba: ninguna
organización de la sociedad civil —lo que llaman sociedad civil— es la sociedad civil.
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