“Yo te lo dije, que no te anduvieras
metiendo con mi Paco. Ahora ya tienes para andar un mes cuando menos con un ojo
de cotorra”, burlona, pendenciera, le dice la cabaretera (Estela Matute) a Mercedes
(Marga López), quien no se digna a responder y sigue limpiándose con un pañuelo
la sangre que tiene en el rostro. La primera mujer sale del baño. Mercedes se
agacha en el lavamanos para mojarse la cara. Justo cuando se erige de nuevo y
con cierta altivez recuperada se mira frente al espejo, contundentes, suenan
los primeros acordes de un danzón. Sale del baño, se abre paso entre las
parejas que ya bailan y va a tomar asiento en una mesa. Pide una cerveza.
“¡Jijo, por poco te sacan el ojo!”, le dice el mesero cuando se acerca a
atenderla. Entra a cuadro Lupe López (Miguel Inclán), el policía, quien viene
de propinarle una golpiza al Paco (Rodolfo Acosta). Tan pronto se sienta, ella descubre
el rostro y los nudillos heridos del oficial; llora y se inclina para besarle
las manos… “No, Merceditas, yo soy el que debería besar sus manos y sus pies, y
hasta el suelo que pisa… Usted es de oro, y el oro vale, pues vale en donde
quiera que esté, aunque sea en la basura” Se entabla un diálogo de enorme
patetismo —la fatalidad de la pobreza al centro—, siempre con los campases del danzón
de fondo. Lupe, “un hijo del pueblo…, el último representante de la ley”, viudo,
declarará su amor a Mercedes y le pedirá que se casen… “Yo sé bien que no me la
merezco, porque en resumidas cuentas no soy nadie…” Ella, a pesar de todos los
ofrecimientos del gendarme, se va a negar: “Usted gana seis pesos y yo necesito
mucho dinero, mucho dinero. Para sostenerme, usted tendría que manchar ese
uniforme, o yo tendría que ser sucia con usted”. La escena cierra cuando Lupe
se resigna y promete antes de levantarse: “Merceditas, yo la esperaré hasta que
esté usted libre”. En ese preciso instante comienza el lastimero canto
lastimero del danzón:
Juárez no debió de morir, ¡ay, de morir!
Juárez
no debió de morir, ¡ay, de morir!
Lupe sale entre la gente… La cámara
regresa a la mesa, close up a
Mercedes, quien se echa a llorar sobre la mesa…
Porque si Juárez no hubiera muerto…
Fin de la secuencia y la imagen se va a negros.
Salón México, dirigida magistralmente por Emilio Fernández —a partir de un guión original de Mauricio Magdaleno y del propio Indio—, se estrenó a principios de 1949, treinta años después de la primera grabación de Juárez, el danzón compuesto por el chiapaneco Esteban Afonzo y el cubano Tomás Ponce. La película incluye, además de Juárez, otros “números musicales”, como El caballo y la montura, Almendra, Nereidas, Sopa de pichón y Meneito, todos interpretados por el grupo Son “Clave de oro”. En Salón México, el término de la secuencia no nos permite escuchar qué hubiera pasado si don Benito Juárez no hubiera muerto… Quienes conozcan el danzón saben que la primera parte de la respuesta es indiscutible y tautológica:
Juárez
no debió de morir, ¡ay, de morir!
Porque
si Juárez no hubiera muerto
Todavía
viviría…
En cambio, la segunda parte es ya debatible:
Porque si Juárez viviera
Otro
gallo cantaría
La
patria se salvaría
México
sería feliz, feliz, feliz…
*
— ¿Qué hubiera pasado si Juárez no hubiera
muerto?
— Déjate de tonterías: la historia
contrafactual o contrafáctica no exististe.
— Ok…, no existe, pero qué tal que sí
existiera.
*
Explican William Croft y D. Alan Cruse: “Una
condicional contrafactual construye un espacio en el cual el antecedente [Siendo
presidente de la República, a Juárez lo mató una angina de pecho, en este caso]
constituye explícitamente su contrario en el espacio base [Juárez no murió el
18 de julio de 1872]” (Lingüística
cognitiva, AKAL, 2008). Así, por ejemplo, podemos hipotetizar: si Juárez no
hubiera muerto, Porfirio Díaz jamás habría llegado a la Presidencia de la
República.
Entonces, pues, resulta evidente que a cualquier discurso historiográfico —y si me apuran a todo nuestro pensamiento narrativo— subyacen un montón de hipótesis contrafactuales: Sócrates fundó la filosofía occidental / Si Sócrates hubiera muerto en la Guerra del Peloponeso…
En su libro Counterfactual History and Bosnia-Herzegovina (Torkel Opsahl Academic, 2018), Stian Nordengen Christensen explica: “Si una hipótesis está basada en uno o más antecedentes que evidentemente no son verdaderos, es contrafactual. La forma más simple de hipótesis contrafactual es: ‘Si A, que no es, entonces B’”. Resulta entonces que sería imposible pasar un solo día sin construir hipótesis contrafácticas: si no pasa el camión en cinco minutos, no llegó a la chamba…
*
Recordará el lector la célebre afirmación
del Pascal (16623-1662): “Si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, toda
la faz de la Tierra habría cambiado”. Se trata de una de las más famosas
hipótesis históricas contrafactuales del pensamiento occidental. Hay muchas
más, por ejemplo, en la historia contemporánea, el famoso Contrafactual de
Munich, según el cual, en pocas palabras, si los británicos se hubiesen opuesto
decididamente al expansionismo fascista de la década de los años treinta, nos
hubiéramos evitado el horror de la II Guerra Mundial.
*
En 2013, José de la Colina publicó Cleopatra, el siguiente microrelato:
—Si
la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, la historia del mundo habría sido
diferente –dijo Blaise Pascal.
—No,
Blaise —susurraron los fantasmas de Julio César y de Marco Antonio—, no la
nariz, precisamente.