La virulencia
El brote
intercontinental del coronavirus Covid-19 se ha colocado ya como el foco de
atención global. La madrugada del domingo pasado, más de un 308 mil de
contagiados. Coronavirus
es el vocablo más escrito y pronunciado en todo el orbe. El apelativo del virus
retumba por todo el orbe. En México, en medio de la barahúnda mundial, la
estrategia comunicacional —algún eufemismo tenía que usar para llamar a la
simple y llana malignidad— que desde hace varios días están desplegando el PAN,
el expresidente Calderón y sus huestes, buena parte de la comentocracia y la
mayoría de los medios tradicionales es una de sus jugarretas más socorridas:
minar la confianza pública e incentivar el pánico, para, desde ahí, culpar ipso facto de la situación al gobierno
del presidente López Obrador. Aquí, en medio de la incertidumbre internacional,
muchas personas de buena voluntad han sido ya contagiadas. Entonces se vuelven
también agentes propagadores, incluso mucho más activos y eficaces que quienes
los contagiaron. Y es que, dejendo a un lado a la pejefobia de siempre, el
pánico prende fácil entre gente aburrida, sobre-informada, supersticiosa y,
sobre todo, con escasos conocimientos que le sirvan para discernir entre lo
falso y lo verdadero, entre lo importante y lo irrelevante. Cunde además una
curiosa propensión a confundir el miedo con la responsabilidad: si usted está
aterrado es que es muy responsable. No importa que el 85% de los
casos de #COVIDー19 reportados en todo
el mundo no se graves, lo correcto es decirse muy preocupado y, mejor, sentirse muy preocupado, angustiado si
es posible; subrayar que en realidad nadie sabe en qué diablos vaya a parar
esto: abundan los esperanzados en que ahora sí nos va a tocar el fin del mundo.
La pretendida argumentación de los virulentos se basa en una falacia: en realidad, no son pocos los casos de
contagiados los que tenemos en México —251, según el reporte de la
Secretaría de Salud del sábado en la noche—, ¡son muchos más, y no lo sabemos porque no se aplican suficientes
pruebas! Y de ahí se siguen: ¡Nos
están mintiendo! ¡El gobierno está rebasado! ¡El Apocalipsis se nos viene
encima! ¡Así no AMLO! Etcétera, etcétera, etcétera… Claro, no dicen cuántas
serían las pruebas suficientes. La falacia es evidente: dado que no nos han
hecho pruebas a todos los mexicanos y mexicanas, la friolera de 127 millones,
debe haber muchos más, no importa qué tantos más… Por supuesto, tampoco importa
que el primer país
en implementar el algoritmo para el diagnóstico completo del Covid-19 hay sido
México, y menos que la tasa de letalidad
del Covid-19 en México —a partir de los casos sí reportados con pruebas y los
protocolos sanitarios pertinentes— sea del uno por ciento.
— ¡Oiga, pero el 1% de
127 millones es una monstruosidad: 1.3 millones de muertos! ¡Se van a colapsar
los panteones!
— No, señora, tranquilícese,
no diga barbaridades: estamos hablando no del 1% de la población total del
país, sino del 1% de los contagiados, que son menos de trescientas personas.
— ¡Ah, pero esas
cifras son puras mentira de ese señor…!
¿O a poco usted cree que solamente llevemos dos muertitos? ¡Por favor! ¡Usted
cree que me chupo el dedo!
— No es cuestión de
creencias, señora.
— Pues no, por eso le
digo: ¡no se han hecho pruebas suficientes!
¡Y vuelve el tigre al
trigal por no decir la burra al máiz!
En cambio, la ola espanta-ingenuos no revienta en donde deberíamos de estar
señalando todos: si bien contra el Covid-19 México tiene muchas ventajas, como
el promedio de edad joven de su población —28.45 años,
según la estimación del CONAPO— y su situación
geográfica, el bicho ataca nuestro país encontrándolo con dos
grandes desventajas: las epidemias de diabetes y obesidad.
Con todo, la gran
mayoría de los que se infecten o nos infectemos —nueve de cada diez de acuerdo
a los números del sábado en la noche— no van o no vamos a desarrollar
enfermedad: muy probablemente ni se enteren. En la otra rebanada del pastel, la
que angustia, la del 10% que se enferme, de ellos únicamente
alrededor del 14% de los sintomáticos van a requerir cuidados especializados, y
de ellos probablemente la mitad necesitará cuidados intensivos. Además,
conforme pasen los días, la cura se va aproximar más y más…, es más, quizá ya llegó desde la
Habana y eso explique lo que sucedió en China. Tal vez en unos días la palabra
que esté sustituyendo a coronavirus
sea Interferón.
Susana
Celebro que el
gobierno de la República no haya caído en la trampa. Social distancing es un fraseo espantoso, terrible, porque hoy más
que nunca debemos estar cerca, solidarios, con un fuerte tejido social. El
distanciamiento tiene que ser físico, no social. Así que bienvenida sea Susana
Distancia.
Cuarentena
¿Planes para la
cuarentena de tres semanas? Te recomiendo un libro. Un libro con cien
narraciones, cien cuentos llamados novelas, “cien novelas, o fábulas o
parábolas o historias, como las queramos llamar”. Un libro armado por un ciento
de relatos contados a lo largo de diez días. Un libro contado por diez gentes,
“una honrada compañía de siete mujeres y tres jóvenes”. Un libro que terminó de
ser escrito hace 667 años. Un libro escrito en una lengua novel. Un libro
escrito por un hombre que nació hace 707 años, quizá en Florencia, un señor
llamado Giovanni Boccaccio. Un libro llamado Decamerón, Príncipe Galeoto. Son cien cuentos contados para pasar
el tiempo, porque quienes los narran están confinados, rodeados por la muerte,
por la Peste Negra que azotó a la Humanidad en los albores del siglo XIV y mató
al menos a uno de cada tres europeos.