Un fantasma recorre el
mundo: el fantasma del pánico. La pandemia del pánico se propaga imparable.
Pánico y pandemia no
comparten raíz etimológica, pero deberían. El escritor francés Roland Barthes
(1915-1980), refiriéndose al origen de la palabra con la que mentamos el miedo
intenso, certerísimo, señaló: “pánico
se relaciona con el dios Pan; pero se pueden emplear las etimologías como las
palabras (se hace siempre) y fingir creer que ‘pánico’ viene del adjetivo
griego que quiere decir todo (Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo
XXI, 1982). Pánico y pandemia deberían haber estado ligadas
desde el principio.
Los antiguos griegos consideraban
en su amplio elenco de deidades y demás seres sobrenaturales al rústico Pan,
proveniente de la Arcadia arcaica: un cuasi humano penco con cuernos y
extremidades inferiores de carnero. No por nada Pan es la “… fuente de
inspiración de la iconografía cristiana del diablo”. El fauno Pan, afecto a
tocar la siringa, no era un ser necesariamente maligno, sino más bien salvaje,
travieso y extremadamente libidinoso, rijoso e impúdico. “Eso sí, no había que
hacerlo enojar, porque cuando los pastores… lo despertaban de la siesta…, Pan
se vengaba aterrorizando a sus rebaños con gritos repentinos… No es nada
extraño que fueran pastores los primeros en descubrir, en sus ovejas, esas
estampidas inexplicables capaces de dispersar a los animales por toda la
región…” Pensando en la pandemia que nos deleita, conviene subrayarlo: “el
pánico de los antiguos griegos no era un fenómeno individual sino colectivo. El
agente del pánico no era una persona aislada sino la masa, la multitud, la
muchedumbre” (Alejandro Rabinovich, Anatomía
del pánico. Penguin Random House, 2017).
Pandémico, el miedo
que se ha desatado por el coronavirus COVID-19 es ya un deleite pánico. La
siringa hoy es polifónica. Los medios, todos, han sido partícipes protagónicos
del aquelarre, y esto tiene una explicación muy simple: el miedo es y siempre
ha sido un gran negocio mediático: el amarillismo vende, la nota roja anima las
cajas registradoras y las calamidades concitan la atención de propios y
extraños, más incluso cuando los extraños pueden dejar de serlo pronto. ¡Ah,
qué emoción: a nosotros también nos puede llevar el diablo! Y si los que
padecen el infortunio son famosos internacionales y aunque sea en el
sufrimiento la mayoría puede acercárseles, ¡mejor! ¡Porque ahora resulta que,
en un descuido, tan sólo rascándome la nariz o saludando de mano a un
contagiado, podría enfermarme de lo mismo que padece Tom Hanks y Sophie
Grégoire, la esposa de Justin Trudeau! Aunque la mayoría de los medios difundan
puro pánico chafa, no importa, mantienen vivo el miedo mientras nos llega el
fin del mundo.
De golpe, el pánico
pandémico al coronavirus vino a dar significancia a las tediosas vidas
cotidianas de la inmensa mayoría de la gente. Somos bichos
insaciables, y con la panza llena, es decir, cubiertas las
necesidades fisiológicas, y sin la preocupación constante de ser asesinado,
según Abraham H. Maslow, los seres humanos se permiten ya tratar de cubrir otras
necesidades superiores, ajenas a las corporales (Toward a Psychology of Being. Reinhold, 1962). De todos los
padecimientos anímicos o espirituales o psicológicos o como quiera usted
llamarlos, me parece que el más difundido en el mundo es hoy el aburrimiento,
el terrible tedio. El futuro, bien se sabe, ya no es lo que era antes: el
mañana ya no sorprende a nadie…, o más bien no sorprendía, porque de pronto,
resulta que un diminuto personaje, un virus, nos acecha a todos y su amenaza
nos hermana. ¡Ah, qué reconfortante: resulta que siempre sí, sí somos todos parte
de la Humanidad! Hasta andan diciendo que Bill Gates renunció a su negocio
nomás para poder aislarse y evitar ser contagiado, es decir, que dizque actuó
con el mismo pánico que cualquiera de nosotros puede estar experimentando. ¡El
Papa ya no va a oficiar las misas de Pascua y a todos los niños y niñas
mexicanas les adelantaron las vacaciones de Sema Santa! Los del Tec y los del
Poli se van igual a su casa: ¡la tabula rasa al fin!
Y el pánico pandémico
no es cosa que debamos únicamente agradecer a los medios, también el rebaño de
ovejas hemos balado de lo lindo:
— Oye, por WhatsApp me
llegó un mensaje que confirma que un grupo de expertos —que, según dicen, ha
querido censurar la 4T— vio un estudio fidedigno realizado por un despacho de
especialistas que afirma que un señor que vende tacos vio a un montón de
muertos por coronavirus apilados en un callejón.
— Pues yo como que
siento que son más los contagiados, ¿eh, Gregoria?
El viernes 13,
alrededor de las nueve de la noche en la sala 75 de la Terminal 2 del
Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, observo a una señora como de
unos 50 años, con dos hijos adolescentes: los tres con sendos cubrebocas, los
tres echándose gel en las manos a cada rato y frotándoselas como energúmenos. Anuncian
mi vuelo y los pierdo de vista, pero el destino nos trepa al mismo avión,
primero, y luego, ya en la ciudad de destino, al mismo taxi colectivo: la
señora y sus dos vástagos siguen con sus tapabocas y echándose gel. La señora
se comunica con alguien con su cel:
— Sí, ya llegamos… Sí,
andamos más o menos protegidos… ¿En el aeropuerto? No, no te preocupes, vimos muy
pocos contagiados.
¡Señora!, ¿¡"muy pocos
contagiados"!? Claro, no es difícil imaginar el siguiente capítulo:
— A mí personalmente
me contó la Beba Antunez que en el aeropuerto anda circulando como si nada
gente contagiada.
— ¡Ay, dios mío! Nos
va a llevar el diablo.
— ¿Y ya compraste
papel de baño?
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