De sí mismo extraño,
¿sabes lo que espera
el pájaro quieto
por la rama seca?
Luis Cernuda, Tarde seca.
La soberbia humana está
sufriendo una golpiza brutal. Un ente diminuto que ni a célula llega, un agente
infeccioso microscópico, ha venido a zurrar la altivez de los poderosos homo
sapiens, la especie apoltronada desde hace miles de años en la cúspide de la
cadena trófica. Todos los planes, todos los programas y calendarios, todas las
prospectivas y todos los escenarios se fueron al diablo. Las agendas exhibieron
su engreída ridiculez, y uno por uno o de un plumazo fuimos desdeñando todos
los compromisos importantes, las reuniones definitivas, los viajes, las
fiestas, el cierre de ventas durante tanto tiempo preparado… Ni quién recuerde hoy
las que hace una semana considerábamos urgencias impostergables. Millones de
personas se han resignado a dejar las cosas para después, a reprogramar hasta
nuevo aviso, a posponer indefinidamente… Con una facilidad insospechada,
abandonamos usanzas y prácticas que hasta ayer parecían inamovibles. Resulta
que la vida puede ser de otra manera. La maquinaria que creíamos imparable ha
comenzado a detenerse. La incertidumbre tomó el proscenio por asalto y una a
una las rutinas se desmontaron al paso veloz de unos cuantos días. De pronto,
como si fuera una terrible novedad, una coyuntura extraordinaria, millones de
conversaciones en el mundo entero terminan igual: Nadie sabe qué va a suceder. La ignorancia que compartimos se
evidenció y aceptarla humildemente se hizo ineludible. No, no sabemos qué nos
espera a la vuelta de
la esquina. Y no nos engañemos: el virus tomó por sorpresa al
ciudadano de la calle y a los encumbrados, a la masa de legos y a las huestes
de expertos en prever el futuro. ¡Se viralizó la incertidumbre!
El jueves de la semana
pasada The Atlantic publicó All the Coronavirus Statistics Are Flawed, un acertado y
preocupante artículo. “Todas las estadísticas sobre el coronavirus son
defectuosas”, y enseguida subtitula con una pregunta y la respuesta respectiva:
“¿Estamos ganando la guerra contra COVID-19? En medio de la niebla de la
pandemia, simplemente no lo sabemos”. Firma el texto Derek Thompson, autor
del libro Hit Makers: The Science of
Popularity in an Age of Distraction (Penguin Books, 2017) y conductor del
podcast Crazy/Genius. Como muchísimos
otros analistas, echa mano de la narrativa bélica: this is war. Y si esta que estamos enfrentando contra el nuevo
coronavirus que apareció en China a finales del año pasado es una guerra, ¿cómo
van las cosas? “Mucha gente querrá saber en las próximas semanas cómo va el
esfuerzo de guerra. ¿Siguen aumentando los contagios exponencialmente o estamos
aplanando la curva?” Aquí en México, quienes hemos estado atentos a la
información oficial podemos preguntamos con pertinencia qué pasará después del
19 de abril, si según las propias proyecciones de la Secretaría de Salud el
pico de la curva —si la estrategia funciona— se alcanzará hasta el lejanísimo
mes de agosto. ¿¡Cinco meses así!? ¿Y luego? ¿Y cuántos muertos dejará el
bicho? ¿Y de qué tamaño será el descalabro económico? “¿Se dirige la economía
hacia otra depresión o estamos preparados para un rápido repunte? En resumen:
¿estamos ganando la guerra?” El propio Derek Thompson contesta a renglón
seguido: “La respuesta frustrante es que no lo sabemos, y es posible que no lo
sepamos por un tiempo”. Frustrante, en efecto. Y la explicación es peor: “Muchos
de nosotros hemos oído hablar de ‘la niebla de la guerra’, un término acuñado
por el escritor militar prusiano del siglo XIX Carl von Clausewitz. Se refiere
a la idea de que la guerra a menudo se lleva a cabo en una nube de incertidumbre:
los militares no entienden completamente la amenaza de su enemigo o su propia
capacidad para combatirla”. Yo no, jamás había escuchado el término, pero igual
me sirve la metáfora: no sabemos bien a bien qué tan devastador pueda ser el coronavirus
causante de la enfermedad COVID-19, y no sabemos qué tan eficazmente armada
esté la humanidad para combatirlo. De hecho, sólo aceptando lo anterior alcanzo
a entender el gigantesco despliegue internacional ante la amenaza viral.
Estamos frente a la incertidumbre.
En estos últimos días
durante los cuales el coronavirus está en la cabeza de todos, seguramente al
igual que muchos de ustedes, en al menos seis grupos de WhatsApp he recibido la
conferencia de
Bill Gates en la que, en 2015, prevenía del posible brote viral
que, elevado a pandemia, podría ponernos en riesgo. No estamos preparados,
insistía el magnate hace cinco años, y urgía a ponernos de acuerdo. Los poderes
mundiales no hicieron caso, claro. Gates no fue el primero que lanzó aquella
advertencia. Recuerdo que hace muchos años, allá en la penúltima década del siglo
XX, el autor del imprescindible El mono
desnudo, el zoólogo inglés Desmond Morris (1928), dijo que él no veía el
mayor riesgo para la humanidad en una hambruna a raíz del exorbitante
crecimiento demográfico, tampoco en una posible hecatombe nuclear luego de una
guerra ni en el colapso ecológico del planeta, sino, precisamente, en una
pandemia originada por la mutación repentina de un virus. Tan cantado estaba lo
que podía ocurrir que varias producciones hollywoodenses ya no lo habían
contado. No podemos decir que no sabíamos que podía suceder lo que hoy está
pasando; en cambio, ahora sí tenemos que aceptar que no sabemos en qué vaya a
terminar la película.
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