Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 18 de abril de 2020

El final de la película


De sí mismo extraño,
¿sabes lo que espera
el pájaro quieto
por la rama seca?
Luis Cernuda, Tarde seca.


La soberbia humana está sufriendo una golpiza brutal. Un ente diminuto que ni a célula llega, un agente infeccioso microscópico, ha venido a zurrar la altivez de los poderosos homo sapiens, la especie apoltronada desde hace miles de años en la cúspide de la cadena trófica. Todos los planes, todos los programas y calendarios, todas las prospectivas y todos los escenarios se fueron al diablo. Las agendas exhibieron su engreída ridiculez, y uno por uno o de un plumazo fuimos desdeñando todos los compromisos importantes, las reuniones definitivas, los viajes, las fiestas, el cierre de ventas durante tanto tiempo preparado… Ni quién recuerde hoy las que hace una semana considerábamos urgencias impostergables. Millones de personas se han resignado a dejar las cosas para después, a reprogramar hasta nuevo aviso, a posponer indefinidamente… Con una facilidad insospechada, abandonamos usanzas y prácticas que hasta ayer parecían inamovibles. Resulta que la vida puede ser de otra manera. La maquinaria que creíamos imparable ha comenzado a detenerse. La incertidumbre tomó el proscenio por asalto y una a una las rutinas se desmontaron al paso veloz de unos cuantos días. De pronto, como si fuera una terrible novedad, una coyuntura extraordinaria, millones de conversaciones en el mundo entero terminan igual: Nadie sabe qué va a suceder. La ignorancia que compartimos se evidenció y aceptarla humildemente se hizo ineludible. No, no sabemos qué nos espera a la vuelta de la esquina. Y no nos engañemos: el virus tomó por sorpresa al ciudadano de la calle y a los encumbrados, a la masa de legos y a las huestes de expertos en prever el futuro. ¡Se viralizó la incertidumbre!

El jueves de la semana pasada The Atlantic publicó All the Coronavirus Statistics Are Flawed, un acertado y preocupante artículo. “Todas las estadísticas sobre el coronavirus son defectuosas”, y enseguida subtitula con una pregunta y la respuesta respectiva: “¿Estamos ganando la guerra contra COVID-19? En medio de la niebla de la pandemia, simplemente no lo sabemos”. Firma el texto Derek Thompson, autor del libro Hit Makers: The Science of Popularity in an Age of Distraction (Penguin Books, 2017) y conductor del podcast Crazy/Genius. Como muchísimos otros analistas, echa mano de la narrativa bélica: this is war. Y si esta que estamos enfrentando contra el nuevo coronavirus que apareció en China a finales del año pasado es una guerra, ¿cómo van las cosas? “Mucha gente querrá saber en las próximas semanas cómo va el esfuerzo de guerra. ¿Siguen aumentando los contagios exponencialmente o estamos aplanando la curva?” Aquí en México, quienes hemos estado atentos a la información oficial podemos preguntamos con pertinencia qué pasará después del 19 de abril, si según las propias proyecciones de la Secretaría de Salud el pico de la curva —si la estrategia funciona— se alcanzará hasta el lejanísimo mes de agosto. ¿¡Cinco meses así!? ¿Y luego? ¿Y cuántos muertos dejará el bicho? ¿Y de qué tamaño será el descalabro económico? “¿Se dirige la economía hacia otra depresión o estamos preparados para un rápido repunte? En resumen: ¿estamos ganando la guerra?” El propio Derek Thompson contesta a renglón seguido: “La respuesta frustrante es que no lo sabemos, y es posible que no lo sepamos por un tiempo”. Frustrante, en efecto. Y la explicación es peor: “Muchos de nosotros hemos oído hablar de ‘la niebla de la guerra’, un término acuñado por el escritor militar prusiano del siglo XIX Carl von Clausewitz. Se refiere a la idea de que la guerra a menudo se lleva a cabo en una nube de incertidumbre: los militares no entienden completamente la amenaza de su enemigo o su propia capacidad para combatirla”. Yo no, jamás había escuchado el término, pero igual me sirve la metáfora: no sabemos bien a bien qué tan devastador pueda ser el coronavirus causante de la enfermedad COVID-19, y no sabemos qué tan eficazmente armada esté la humanidad para combatirlo. De hecho, sólo aceptando lo anterior alcanzo a entender el gigantesco despliegue internacional ante la amenaza viral. Estamos frente a la incertidumbre.

En estos últimos días durante los cuales el coronavirus está en la cabeza de todos, seguramente al igual que muchos de ustedes, en al menos seis grupos de WhatsApp he recibido la conferencia de Bill Gates en la que, en 2015, prevenía del posible brote viral que, elevado a pandemia, podría ponernos en riesgo. No estamos preparados, insistía el magnate hace cinco años, y urgía a ponernos de acuerdo. Los poderes mundiales no hicieron caso, claro. Gates no fue el primero que lanzó aquella advertencia. Recuerdo que hace muchos años, allá en la penúltima década del siglo XX, el autor del imprescindible El mono desnudo, el zoólogo inglés Desmond Morris (1928), dijo que él no veía el mayor riesgo para la humanidad en una hambruna a raíz del exorbitante crecimiento demográfico, tampoco en una posible hecatombe nuclear luego de una guerra ni en el colapso ecológico del planeta, sino, precisamente, en una pandemia originada por la mutación repentina de un virus. Tan cantado estaba lo que podía ocurrir que varias producciones hollywoodenses ya no lo habían contado. No podemos decir que no sabíamos que podía suceder lo que hoy está pasando; en cambio, ahora sí tenemos que aceptar que no sabemos en qué vaya a terminar la película.
           

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