Unfortunately, the clock is
ticking,
the hours are going by.
The past increases, the future recedes.
Possibilities decreasing, regrets mounting.
Haruki Murakami, Dance Dance Dance.
Siendo apenas un
mozalbete —aún no había cumplido treinta años de edad—, un gran danés decimonónico
se dolía: “El vino ya no deleita mi corazón; un poco de vino me entristece,
mucho me apesadumbra”. Por supuesto, se trataba de un lamento figurativo. Enseguida,
el joven filósofo Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855) deja el vino en paz por un
rato y construye, con una sencillez envidiable, una analogía ecuestre
inmaculada. “Mi alma languidece y se debilita; en vano hinco las espuelas del
placer en sus costados: no puede más, ya no se pone en pie de un majestuoso
salto. He perdido por completo mi ilusión”. Unas líneas más abajo, impecable,
remata la idea: “De tener que pedir algo para mí, no pediría ni riquezas ni
poder, sino la pasión de la posibilidad, el ojo que aquí y allá…, eternamente
ardiente ve la posibilidad. El goce decepciona, la posibilidad no. ¡Y qué otro
vino es tan espumoso, tan oloroso, tan embriagador!” (O lo uno o lo otro. Editorial Trotta, 2006).
La pasión de la
posibilidad. Si está, si existe, la posibilidad tiene que presentarse aquí y ahora
mismo, viva, acechando el mañana. Así que, en la medida en la que el futuro se
perciba más incierto, las posibilidades se acrecientan. Por eso, la actualidad resulta
una extraordinaria temporada para la pasión de la posibilidad. Hoy por hoy, trepados
en la cresta de la ola pandémica, el futuro, incluso el futuro inmediato,
todavía se ve lejano, distante, desdibujado. Aunque nadie se atrevería a negar
la factibilidad de que el impasse pueda
concluir la próxima semana, sigue vislumbrándose alejado. Toda esta situación
resulta novedosa para nosotros, para los coetáneos quiero decir, tú y yo y los
demás que por aquí andamos, hartos de vivir varados en la aburrida certeza de
un monolítico presente continuo, acelerado sin duda, pero supuestamente
condenado a la soberbia de la mejora
continua, el crecimiento sostenido
y otras formas de tragarnos completita la noción del fin de la historia. Porque
no lo neguemos: hasta hace muy poco tiempo, la versión neoliberal era la
hegemónica manera de comprender el mundo y nuestro propio devenir. ¡Pero, ah, qué
trasnochada se escucha hoy la explicación del otrora venerado Francis Fukuyama
(1952)! ¿Recuerdan? El politólogo norteamericano explicaba que, al igual
que Kant, Hegel y Karl Marx, él entendía el “fin de la historia” no como “el
fin de la ocurrencia de eventos”, sino como “el fin de un proceso evolutivo
único, coherente, considerando la experiencia de todos los pueblos en todos los
tiempos” (The end of history and the last
man, 1992). Pero pues no, sucedió que no se detuvieron ni la ocurrencia de
los eventos ni mucho menos el proceso evolutivo de todos los pueblos; ya antes
enero de 2020 sobraba evidencia de que quedaba muchas páginas de la historia
por delante. Además la realidad vino a recordarnos que las fuerzas del cambio
no se limitan a lo que los seres humanos hacemos o dejamos de hacer, sino que además
otros agentes intervienen, agentes totalmente independientes de los procesos
históricos en que los sapiens nos hemos venido entreteniendo a lo largo de los
siglos. Pasa que, además de las ideas revolucionarias de los grandes pensadores,
además de las contradicciones en las fuerzas productivas, además de la voluntad
de los caudillos y los personajes ilustres, además de la tecnología y la
continuidad de las tendencias históricas, el azar juega, los terremotos juegan,
los bichos microscópicos juegan, el accidente y el desorden juegan…
Si durante buena parte
de los ayeres recientes parecía que el mañana en nada o en casi nada se iba ya
a diferenciar del presente, durante estos días hemos permanecido en una suerte
de Purgatorio, provisional por definición, en el que al parecer se está
decidiendo qué va a ocurrir con nosotros. ¿Qué va a pasar? ¿Qué mundo nos
espera después del paréntesis pandémico? Es más, ¿realmente se cerrará algún
día este paréntesis? ¿O esto no es en verdad un evento histórico de gran
calado, sino apenas un bache en la súper carretera del fin de la historia y en
unos meses lo habremos dejado atrás como si nada hubiera sucedido?
Yo me niego
rotundamente a entender el porvenir como un regreso. Tampoco creo que esté ya
definido lo qué vaya a acontecer. La pasión de la posibilidad y la creencia en
la fatalidad del destino se excluyen entre sí. Si bien abundan quienes han
querido dedicarse a leer inexistentes bolas de cristal, quienes apuestan a que
el guion ya está escrito y sólo se requiere saber leerlo, ya sea en las
estrellas o en los datos duros, hay otros que más bien se animan a proponer
cómo escribirlo. Apenas el sábado pasado, sin ir más lejos, el presidente de la
República se aventó a sugerir diez “acciones y actitudes” para “enfrentar la
nueva realidad”, ni más ni menos. La formulación misma es ya propositiva y hay
que subrayarla: “la nueva realidad”. López Obrador presentó un decálogo que mi
amigo Sergio Macías, a botepronto, sintetizó en quince palabras y tuiteó:
infórmate, anímate, solidarízate, aléjate del consumismo, cuídate, disfruta la
naturaleza, aliméntate bien, ejercítate, ama, sueña. Hasta hace muy poco, en
este país la realidad era una pesadilla; hoy conviene soñar despiertos. La
posibilidad no decepciona.
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