Últimamente he andado inclinado a pensar que las personas que han optado por minimizar la magnitud y trascendencia que provocará en el mediano y largo plazo la pandemia de COVID-19 en realidad solamente lo hacen por miedo. Una raquítica estrategia para paliar la incertidumbre. Yo creo que serán drásticos, de gran calado. Y eso me tiene encantado: no a todos los seres humanos les ha tocado vivir coyunturas de cambio histórico; en ese sentido, somos muy afortunados. Ahora, de qué tanto alcance podrán ser los susodichos cambios. En su ambicioso y bello libro apenas publicado este año (Transcendence: How Humans Evolved through Fire, Language, Beauty, and Time), Gaia Vince, en alusión a la pandemia de peste negra, ofrece un buen caso de comparación —procedo a traducir—:
Sin duda fue el fin de un orden mundial. La ruptura de una red, como una epidemia o una guerra, ayuda a salir a la gente de las formas ‘seguras’ de hacer las cosas y permite que se establezcan nuevas conexiones, entre diferentes personas, ideas y tecnologías para priorizar; y nuevas formas de interactuar. La reestructuración social que siguió a la Peste Negra facilitó el surgimiento del Imperio Otomano, haciendo de la Ruta de la Seda un paso caro y peligroso para los comerciantes europeos, lo que… impulsó el descubrimiento de América.
A partir de la anterior referencia, imagine usted lo que se puede venir…
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