All men are ordinary men; the extraordinary men are those who know it.
G.K. Chesterton, The Uses of Diversity.
Fantasear no cuesta nada. Imagine usted que organizamos una cena de manteles largos. Digamos que queremos celebrar el fin de la pandemia —porque, obvio, como todo, algún día terminará—. Al gran guateque vamos a convidar a 32 comensales, uno por cada una de las entidades federativas que integran la República Mexicana. La idea no es convocar a un grupo de notables, a sendos personajes extraordinarios; no, todo lo contrario, la idea es convocar a gente promedio: al habitante promedio de cada entidad federativa. Y no vamos a recurrir a nuestros prejuicios para definir a los convidados, sino a la estadística, específicamente a los resultados del Censo de Población y Vivienda 2020.
Comencemos por las invitaciones. ¿Sería adecuado enviarlas mediante correo electrónico? Únicamente a dos destinos: la Ciudad de México (CDMX) y Baja California (BC) —seguramente a destinatarios que los abrirían en Tijuana e Iztapalapa, los dos municipios, demarcación territorial en el segundo caso, más poblados de todo el país—, puesto que únicamente en dichas entidades federativas la mayoría de la población dispone de una computadora: 50.4% en BC y 59.9% en la CDMX. ¿Y qué tal una llamadita? Si es a un teléfono fijo nada más podríamos telefonear a la CDMX, Nuevo León (NL) y BC, en donde se tiene una disponibilidad de este servicio de 69%, 55.7% y 50.5%, respectivamente —en 17 estados, en el otro extremo, menos de una tercera parte de los hogares cuenta con línea telefónica—. Así que bien podemos quitarnos de líos y enviar a todos un mensaje vía WhatsApp, porque, en efecto, la mayoría de la gente en México tiene un teléfono celular: en los estados en donde menos proporción de su población cuenta con uno —Chiapas, Oaxaca y Guerrero—, siete de cada diez disponen de uno de esos aparatos. Podemos además tener la seguridad de que quienes reciban nuestro mensaje podrán leerlo: a nivel nacional, la tasa de alfabetización en personas de 25 años y más es de 94%, y en ningún estado de la República es menor a 82%.
Por supuesto, será una cena de muchachas: 29 féminas y solamente tres varones: los contertulios procedentes de Baja California Sur (BCS), BC y Quintana Roo (QR), únicas entidades del país en donde poquito más de la mitad de sus habitantes son hombres —50.8%, 50.4% y 50.4%, respectivamente—. Y por supuesto, será una reunión rebosante de mocedad: más la mitad de nuestras agasajadas y agasajados serán menores de 30 años —17 mujeres y dos varones—, mientras que la edad de los 13 restantes será de 30 ó más años —un hombre y una docena de damas—. Entre tanta juventud habrá sus diferencias: la persona más joven del convite será la chiapaneca, de apenas 24 años, y las dos más maduritas serán la veracruzana y la chilanga, de 31 y 35 años, respectivamente. Así que será una celebración de pura gente mayor de edad, todas y todos en edad productiva y reproductiva.
Si la contundente mayoría de nuestros invitados son mujeres, 91%, y en promedio tienen 29 años de edad, ¿cuál supone usted que sea la situación conyugal predominante en el grupo? Resulta que la gran mayoría tienen algún tipo de relación marital: de las 32 personas invitadas, solamente cuatro viven en soltería, en tanto que 28 o son casadas o mantienen un vínculo de unión libre. Los solteros son la joven chiapaneca, nuestras convidadas de Jalisco y Querétaro, y el amigo proveniente de BCS…, quien probablemente viva en La Paz. Entre las 17 casadas, todas mujeres, se halla nuestras amigas de Yucatán —en donde 51% de las mujeres de 30 a 34 años viven en matrimonio—, NL —allá 49% de las mujeres de 30 a 34 años son casadas— y Sinaloa —estado en el cual 45% de las jóvenes del mismo grupo de edad disfruta o sufre o disfruta y sufre las vicisitudes de la vida conyugal—. Las once personas restantes viven en unión libre: los comensales masculinos de BC y de QR, así como las femeninas de Puebla y Nayarit —entidades en donde 41% de las mujeres de 25 a 29 años viven en dicha situación conyugal—, Chihuahua, Durango, Tabasco, San Luis Potosí (SLP), Tlaxcala, Morelos e Hidalgo.
Descontando, claro a los tres hombres, 14 de las 29 mujeres no tienen prole, mientras que las otras 15 ha procreado cada una dos hijos —las invidadas de Colima, Guerrero, Guanajuato, Hidalgo, México, Morelos, NL, Nayarit, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán, Zacatecas y CDMX—.
Toda la gente que acudirá a nuestra cena al menos estudió hasta el nivel de escolaridad básica, y de las y los 32 convocados, 27, esto es, ocho de cada diez, hasta dicho grado escolar llegaron. Las cinco invitadas restantes, todas mujeres, en cambio, alcanzan un nivel de escolaridad superior; se trata de las mujeres originarios de la CDMX, Nayarit, Querétaro, Sinaloa y Sonora.
Lamentablemente, en nuestra cena, nadie hablará una lengua indígena: en Oaxaca, Chiapas y Yucatán, las entidades que reportan una mayor participación de hablantes de alguna lengua originaria, dicho grupo representa en todos los casos menos de un tercio de la población de 3 años y más: 32%, 28% y 24%, respectivamente—.
Finalmente, me parece que no conviene no detallar acerca de las características económicas de la gente promedio que invitaremos a cenar, al menos no con los resultados del Censo, que como bien recordará el lector, terminó de levantarse ya en plena pandemia. Por cierto, me imagino que esa noche ya nadie va a tener que traer puesto el cubrebocas.
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