A mí mismo
“Conócete a ti mismo”. Buen consejo…
Pero hoy no tengo ganas de andar haciendo
turismo por adentro mío.
Quino, Mafalda.
Haz: Apolo coló paz, ¡ah!
Se oye a menudo, aquí y allá, que Sócrates (470–399 a. C.) acuñó uno de los aforismos más célebres de la civilización occidental, Nosce te ipsum, conócete a ti mismo. No fue así, el precepto era parte de la sabiduría helena. La máxima podía leerse en el pronaos del oráculo de Delfos; Platón hace que el propio Sócrates lo refiera así en el Alcibíades: “… confía en mí y en la inscripción de Delfos, conócete a ti mismo” (124a.7–124b.3). De hecho, los griegos atribuían al mismísimo Apolo la poderosa idea. Según la tradición, la divinidad habría respondido con esas palabras cuando Quilón de Esparta (c. 600–520 a. C.), uno de los Siete Sabios de Grecia, preguntó al oráculo qué era lo mejor que podían aprender los hombres. De algo le habrá servido el Norte, porque, de acuerdo Diógenes Laercio, el éforo lacedemonio concluyó su estancia en este mundo de una manera envidiable: “murió del excesivo placer y debilidad de la vejez” (Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres).
Oí: negó gen, ego, genio…
Inolvidable aquella ocasión en que Mafalda, con un libro abierto en una mano y con el índice doctoral señalando al cielo en la otra, le pregunta al más dientón de sus amigos: —¿Qué te parece esta frase, Felipe? “Conócete a ti mismo”. En el siguiente panel, feliz, con una mirada esperanzada, el infante responde: — ¡Me parece excelente! ¡Es más: desde hoy en adelante comenzaré a ponerla en práctica! ¡Sí, señor! Mafalda sonríe, y en el penúltimo recuadro, aun más efusivo, Felipe, golpeándose el pecho, dice: — ¡No voy a parar hasta llegar a conocerme a mí mismo y saber cómo soy yo realmente! Quino entonces, en el último panel, le da un giro a su tira: el niño se deja caer abatido sobre Mafalda: —¡Dios mío!… ¿Y si no me gusto?
¡A narrar, rana!
Cervantes (1547-1616) cuenta que el Caballero de la Triste Figura aconseja a Sancho Panza, antes que el escudero se fuera a gobernar su ínsula. Primero le advierte que más le vale temer a Dios, claro, pero enseguida le indica: “… has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”. Continúa, retrotrayendo la célebre fábula de Esopo (c. s. VII a. C.): “Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra…” (Don Quijote de la Mancha, II-XLII).
Se ve, ¿ves?
Mafalda comparte su hallazgo con otro de sus amiguitos: — Este libro trae un buen consejo, Miguelito. “Conócete a ti mismo”. El pequeño se interesa: — ¿A ver? –toma el libro y se pone a hojearlo, lo voltea de cabeza y, ante la mirada atónita de Mafalda, lo sacude…: — Pero… ¿viene sin ningún espejito?
A interior oír, etnia
El autor del imprescindible De animales a dioses —también de Homo deus y 21 lecciones para el siglo XXI—, Yuval Noah Harari (Israel, 1976) afirma que “estamos acostumbrados a entender a los humanos de adentro hacia afuera, desde nuestra propia experiencia…” (entrevista con James Altucher). Más que acostumbrados, es que no tenemos de otra: uno sólo puede conocer desde uno mismo, a uno y a todo lo demás. Durante un curso sobre la ciencia y Galileo, José Ortega y Gasset (1883-1955) explicaba esto a sus discípulos en los siguientes términos: “… la vida de cada uno de ustedes no es lo que, sin más, veo yo de ellas mirándolas desde mi sitio, desde mí mismo. Al contrario, eso que yo, sin más, veo de ustedes no es la vida de ustedes, sino precisamente una porción de la mía, de mi vida… Pero claro es que la vida de cada uno de ustedes no es lo que cada uno de ustedes es para mí, lo que es hacia mí, por tanto hacia fuera de cada uno de ustedes —sino que es lo que cada uno de ustedes vive por sí, desde sí y hacia sí… La realidad de la vida consiste, pues, no en lo que es para quien desde fuera la ve, sino en lo que es para quien desde dentro de ella lo es, para el que la va viviendo mientras y en tanto la vive” (En torno a Galileo, 1933). De lo anterior se desprende que, si uno no se esfuerza por conocerse a sí mismo, pues andará por la vida tirando flechas, como Apolo…, pero sin saber en dónde está parado.
¿Soy as? ¡Nel! Ensayos
Así como don Miguel de Cervantes Saavedra inventó la novela moderna, Michel de Montaigne (1533-1592) hizo otro tanto con el ensayo moderno cuando, en 1580, publicó su obra epónima. El libro se integra por poco más de un centenar de textos reflexivos, en los cuales aborda asuntos como la tristeza, la ociosidad, los pronósticos, el miedo, la costumbre, el canibalismo, los olores, la edad, la libertad de conciencia, los cojos, el arrepentimiento… El abanico es amplísimo y, con todo, en su nota prologal al lector, Montaigne define qué se propone y cuál es el tema de sus Ensayos: “Este es un libro de buena fe, lector… Con él no persigo ningún fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio, ni con ella trabajo para mi gloria… Lo consagro a la comodidad particular de mis parientes y amigos para que, cuando yo muera…, puedan encontrar en él algunos rasgos de mi condición y humor… Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí…” ¡¿Cómo?! ¿Entonces Montaigne fue un señor afecto a comer carne humana o era un miedoso, cojo, alguien tiste, ocioso…? No es el caso: el pensador se esforzó en conocerse a sí mismo como un geodesta ubica un punto en la superficie de la Tierra, por triangulación. “Hace ya algunos años que no tengo sino a mí mismo por objeto de mis reflexiones, que no examino ni estudio otra cosa que mi propia persona, y si a veces mis pensamientos y miras se dirigen a otro lugar lo hago sólo por aplicarlo sobre mí o en mí, para provecho personal. Y no creo seguir un camino errado, si como se hace con las otras ciencias, sin ponderación menos útiles, comunico a los demás mis experiencias, aunque me encuentre muy poco satisfecho de mis progresos. Ninguna descripción comparable en dificultad ni en utilidad a la descripción de sí mismo…”
Ok, oyó Yoko
John Lennon (1940-1980) comenzó a escribir Look at me en el año axial de 1968, durante el viaje que realizaba el cuarteto de Liverpool a la India. La rola pudo haber formado parte del único self-titled double album de la banda, The Beatles, mejor conocido como el Álbum Blanco, pero no ocurrió así. No sería sino hasta 1970 que Lennon recuperó sus notas para incorporar la canción en su primer disco como solista, John Lennon/Plastic Ono Band. En la primera estrofa, el exbeatle se pregunta y se responde: Who am I? Nobody knows but me. En la última estrofa, supongo que ya con Yoko a un lado, cambia de parecer: Who am I? Nobody knows but me / Nobody knows but me / Who am I? / Nobody else can see / Just you and me / Who are we/ Oh My Love Oh My Love.
A la caja raja, cala
En efecto, los humanos experimentamos el mundo de dentro para fuera, y “el mundo” incluye a toda la demás gente. Desde esta perspectiva, la nuestra, la tuya, la de todos nosotros, los otros son una interminable cáfila de cajas negras —“método de análisis de un sistema en el que únicamente se considera la relación entre las entradas o excitaciones y las salidas o respuestas, prescindiendo de su estructura interna”, RAE dixit—. Más allá de mi epidermis, a ti, a ella y a todos los demás sólo puedo intentar conocerlos desde mí mismo, es decir, desde fuera de todos ustedes. ¿Y qué pasa con uno mismo? Yuval Noah Harari nos recuerda lo que asegura la chamba a hordas de psicólogos, terapeutas, coaches, psiquiatras, curas y cantineros: “Las personas saben muy poco acerca de sí mismas… Si practicas, por ejemplo, meditación…, al menos cuando yo comencé a practicarla, me impactó darme cuenta de lo poco que sabía, casi nada, acerca de mi propia mente.” Desde la Antigüedad se sabe que podemos pasar por la vida sin enterarnos ni siquiera de qué estamos pensando; no es casual por eso que el estoicismo tenga como una de sus principales directrices el afanarse en tener conciencia de lo que está ocurriendo en nuestra propia mente. Y si bien cada uno de nosotros vive condenado a interesarse más o menos por sí mismo, “por la sencilla razón de que cada cual es sujeto, protagonista de su propia e intransferible vida”, explica Ortega y Gasset, ello no implica por fuerza que lo hagamos conscientemente. En gran medida, también somos, para nosotros mismos, una inexpugnable caja negra.
IA, caí
Sin embargo, desde el punto de vista de los algoritmos, del bigdata, somos un enorme algoritmo bioquímico susceptible de ser descifrado, de ser jaqueado. Aunque esta situación sea quizá lo más importante que hay que saber sobre la vida en el siglo XXI, que ahora somos jaqueables, la mayoría de la gente se niega a aceptarlo, sencillamente porque hacerlo contradeciría frontalmente nuestra concepción del mundo. La cosmovisión occidental, con la cual usted y yo fuimos programados, establece que nadie más allá del individuo, de cada individuo, puede realmente conocer a una persona. Who am I? Nobody knows but me. Creemos que nadie, además de uno mismo, puede comprendernos a cabalidad. Deseos, elecciones, mi libre albedrío, sueños, mi espiritualidad conforma una realidad que, nos aferramos a creer, es algo que una computadora jamás podrá comprender… Pero, según el historiador israelí, esta creencia es errónea, porque “desde el punto de vista de los algoritmos, todo esto, el amor, el odio, la voluntad, no es más que un proceso bioquímico… Si una computadora puede diagnosticar cáncer, puede diagnosticar el amor…” Así que el antañón conócete a ti mismo hoy cobra urgencia. “A lo largo de la historia, este consejo siempre ha sido un muy buen consejo… Sócrates, Buda, Freud diciéndole a la gente ‘conócete a ti mismo’, pero si tú respondías ‘no, no voy a molestarme en hacerlo’, no tenías competencia, seguías siendo una caja negra para el resto de la humanidad… Pero más vale que te des cuenta de que ahora sí tienes competencia real… Si tú no llegas a conocerte mejor, hay alguien más, allá afuera, que ahora mismo está intentando jaquearte, y no sólo uno… Amazon está intentando jaquearte, Google está intentando jaquearte, Coca-cola está intentando jaquearte, y los rusos y los chinos y el gobierno de Estados Unidos…” Por descontado, saber es poder: “si llegas a conocer a una persona lo suficientemente bien, si llegas a conocerla mejor de lo que esa persona se conoce a sí misma, podrás controlarla”. No es paranoia, es un hecho: la legión de artefactos inteligentes por la cual estamos copados actualmente está diseñada para conocerte mejor que lo que jamás soñó Yoko Ono conocer a John Lennon. Nosce te ipsum.
@gcastroibarra