… las novelas no imponen al lector un dogma
que más tarde resulte ser inexacto, ni le enseñan lección alguna
que luego se deba desaprender. Repiten, reestructuran,
esclarecen las lecciones de la vida;
nos desvinculan de nosotros mismos
obligándonos a familiarizarnos con nuestro prójimo.
Robert Louis Stevenson, Libros que me han influido.
1
Cristóbal, antes de nacer —Cristóbal Nonato—, balconea a su padre, descubriendo sus dudas y autojustificaciones: “Esto no significaba que por estos mayos floridos, a medida que crecía la barriguita de mi mamá (y yo adentro de ella) a mi padre no lo asaltase la angustia de saber si se hacía viejo sin haber vivido la plenitud sexual, dejando pasar las oportunidades, aunque lo frenaba el sentido de la contradicción entre sus ideas y su práctica. Su sexualidad renaciente, era progresista o reaccionaria? Su actividad política, debía conducirlo a la monogamia o al harén? Al cabo pensó que ante un buen acostón se estrellan todas las ideologías.” Carlos Fuentes (1927-2012) hace que un personaje de novela, desde las profundidades de su progenitora, nos reporte los avatares interiores de su señor papá.
2
Después de lo que tal vez fue una desavenencia con su esposa —no estaba del todo claro—, y sufriendo el aburmador peso de un silencio ya prolongado en demasía, Egbert “empezó a considerar que estaba siendo tratado de un modo poco razonable; naturalmente, empezó a hacer concesiones.”
“— Me atrevo a decir que se me puede censurar. Estoy dispuesto, si con ello puedo restablecer las cosas en una situación más feliz, a intentar enmendarme.”
“Se preguntaba vagamente cómo sería posible tal cosa”, apostilla el autor de La reticencia de lady Anne, no el tal Egbert, el personaje, sino el escritor inglés-birmano Hector Hugh Munro, Saki (1870-1916). El cuento —“burscamente… atroz”, según Borges— avanzará desde la perspectiva interior del marido acongojado. Quien lo haya leído sabe que Lady Anne no estaba pensando absolutamente en nada.
3
Debemos a García Márquez (1927-2014) uno de los íncipits más despampanantes de la novelística contemporánea: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Y uno lo lee y de golpe tremenda imagen se construye en la cabeza y comienza la novela, el viaje profundo a otro mundo, en este caso, el fantásitco mundo de Macondo, y uno jamás se pregunta cómo pudo ser posible que el novelista colombiano haya conseguido averiguar qué fue lo que recordó el coronel Aureliano Buendía encontrándose frente al pelotón de fusilamiento.
4
“’No debo fracasar’, se dijo a sí mismo. ‘Una vez lanzado, debo seguir adelante.’ Aguzó el oído y escuchó. En algún lugar de las habitaciones inmediatas debían de estar durmiendo… No oyó el menor ruido. Se preguntó a sí mismo qué haría se se despertasen, pero no pudo encontrar respuesta”. Isaac Bashevis Singer (1903-1991) nos permite en El mago de Lublinseguir, desde el pensamiento de Yasha Mazur, el protagonista de la novela, su propia debacle. “‘Debo decidirlo todo hoy’, se dijo a sí mismo Yasha… ‘Hoy es el día del Juicio Final’. Cerró los ojos para dedicarse exclusivamente a sus pensamientos”.
5
Hace casi tres mil años, ya Esopo (c. s. VII a. C.) se metía en cabeza ajena y escudriñaba los pensamientos de los demás, incluso daba cuenta de las estratagemas con que uno mismo pretende tomarse el pelo solito: “Una zorra hambrienta, al ver unos racimos que colgaban de una parra, quiso apoderarse de ellos, y no pudo. Apartándose, se dijo a sí misma: ‘Están verdes’. Así también algunos hombres, cuando no pueden conseguir las cosas por incompetencia, culpan a las circunstancias.”
6
El periodista británico Peter Fallow acaba de salir de las oficinas de su trabajo, el periódico neoyorkino City Light. Cientos de personas pueden ver lo que Tom Wolfe narra (La hoguera de las vanidades): el hombre “miró los coches y taxis que subían veolzmente por Wall Street hacia la parte alta”. Pero nadie fuera de la novela puede saber lo que el personaje está pensando —nosotros, los lectores, nos adentramos en la novela—: “Por los clavos de Cristo, qué ganas tenía de meterse en un taxi y quedarse dormido hasta llegar al Leincaster’s.” Ni lo que está pensando ni mucho menos el agarrón que se está dando consigo mismo: “¡No! ¡Cómo se le ocurrría! Nada de Leincaster’s esta noche; ni una sola gota de alcohol. Esa noche iría directamente a casa…”
Coda
El fuero de la conciencia de todos los demás es para uno un arcano, una caja negra: podemos tener noticias, noticias limitadas, claro, de lo que los otros perciben, y también saber algo, siempre parcialmente, de lo que externan…, pero qué sucede dentro… ¡Misterio! Y la realidad la construimos a partir de todo lo que desde dentro de cada uno de nosotros percibimos. “La realidad de la vida consiste, pues, no en lo que es para quien desde fuera la ve, sino en lo que es para quien desde dentro de ella lo es, para el que la va viviendo mientras y en tanto la vive” (José Ortega y Gasset, En torno a Galileo). Por eso decía la semana pasada que los otros son una interminable cáfila de cajas negras, aunque también recordaba que con uno mismo la cosa no cambia mucho: la gente puede vivir en automático, incluso atiborrada de información y pensamientos, sin darse tiempo para enterarse qué acontece en su propia conciencia. Saber qué pensamos y cómo pensamos, ya no digamos controlar lo que pensamos, no es algo que ocurra sin voluntad, concentración y faena mediante. Sirvan pues los seis ejemplos anteriores para mostrar cómo la literatura, particularmente la narrativa, tiene utilidad de abrecajas, permite insmiscuirse en las cajas negras para tratar de ver la realidad desde la perspectiva de los demás.
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