¡Árboles!
¿Conocerán vuestras raíces toscas
mi corazón en tierra?
Federico García Lorca, Árboles.
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Este viernes la ONU advirtió que más del 40% de la superficie emergida del planeta está degradada por culpa nuestra. Esta situación perjudica a la biósfera, incluida nuestra especie; de hecho, amenaza directamente a la mitad de la humanidad, casi cuatro mil millones de personas, y pone en riesgo aproximadamente la mitad del PIB mundial (44 billones de dólares).
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Hace unos días, Max Roser, director fundador de Our World in Data, publicó un interesante estudio: Humans destroyed forests for thousands of years – we can become the first generation that achieves a world in which forests expand. Subrayo: al final de la última gran edad de hielo —que inició hace 110 mil años y terminó hace cerca de diez mil años—, 57% de la tierra habitable del mundo estaba cubierta de bosques. Desde entonces, una sola especie animal, nosotros, los sapiens, se ha encargado de quemar y talar bosques. Resultado: la superficie forestal se redujo de seis a cuatro millardos de hectáreas.
¿Por qué nuestros antepasados destruyeron una tercera parte de los antiguos bosques? ¿Para qué? Las razones por las que los humanos hemos destruido los bosques y continuamos haciéndolo son básicamente dos: madera y tierra.
La madera la necesitamos con muchos propósitos: como materia prima para construir armas o casas o barcos, para convertirla en papel y, lo que es más importante, como fuente de energía. La quema de madera sigue siendo una fuente importante de energía donde hay árboles, y no hay fuentes de energía modernas. Todavía hoy, alrededor de la mitad de la madera extraída a nivel mundial se usa como combustible, principalmente para cocinar y calentarse en hogares pobres que carecen de otras opciones.
Sin embargo, con mucho, el motor más importante de la destrucción de los bosques es la agricultura y la ganadería. Los sapiens talamos bosques principalmente para hacer espacio para los campos de cultivo y de pastizales para criar ganado. También talamos bosques y selvas para hacer espacio para asentamientos humanos o actividades mineras, pero estos son menores en comparación con la agricultura. Obviamente —aunque hoy en México un montón de gente no quiere entenderlo— la construcción de caminos, carreteras y vías férreas ha impactado marginalmente.
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Contundente, el reporte de la Convención de Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés) alerta que, si no cambiamos ya el sistema económico —para decirlo emplea un eufemismo: If business as usual continued…—, la demanda de alimentos, piensos, fibras y bioenergía seguirá en aumento, y las prácticas de manejo de la tierra y el cambio climático continuarán provocando la erosión generalizada del suelo, lo cual traerá consigo disminución de la fertilidad y los rendimientos, y una mayor pérdida de áreas naturales debido a la consecuente necesidad de extender las áreas agropecuarias. En suma, mantendremos las tendencias actuales de degradación de la tierra y de los recursos naturales. Sobre esa base, para el 2050, es decir, en menos de treinta años…
- 16 millones de kilómetros cuadrados adicionales presentarán una continua degradación de la tierra (un área del tamaño de América del Sur).
- Se observará una disminución persistente y a largo plazo de la productividad vegetativa de entre el 12 y el 14% en las tierras agrícolas, de pastoreo y en las áreas naturales.
- Debido al cambio de uso suelo y a la degradación de la tierra, entre 2015 y 2050 se habrán emitido 69 gigatoneladas de carbono adicionales. Este monto representa el 17% de las emisiones anuales actuales de gases de efecto invernadero.
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No es fácil ser optimista. Hoy día ya hemos rebasado cuatro de los límites planetarios utilizados para definir un “espacio operativo seguro para la humanidad”: cambio climático, pérdida de biodiversidad, cambio de uso de suelo y ciclos geoquímicos, todos ellos directamente vinculados con la desertificación inducida por el hombre, la degradación de la tierra y la sequía. Un par de indicadores evidencia la clave del peroblemón en el que nos metimos:
- Los agronegocios que controlan más del 70% de las tierras agrícolas del mundo representan el 1% del total.
- Las parcelas de menos de dos hectáreas, 80% del total, controlan apenas el 12% del total de tierras agrícolas.
He comentado aquí el magnífico libro The End of the Megamachine, en el cual su autor, Fabian Scheidler, además del componente ideológico de la Megamaquinaria, revisa sus sostenes político y económico, esto es, los estados nacionales, y el capitalismo, el catastrófico sistema de producción que, afianzado en la obsesión suicida del crecimiento sostenido y la religión del consumismo, ha devastado el orbe —“tiene más sentido nombrar esta nueva era Capitaloceno en lugar de Antropoceno…”—. La tesis de The End of the Megamachine es que este modelo civilizatorio ya dio de sí.
Durante los últimos quinientos años, además de acelerar la devastación del medio ambiente, los sapiens hemos desarrollado el conocimiento y las tecnologías que nos permitirían detener nuestra suicida estampida al abismo, y además intervenir en favor de un renacimiento, ya no cultural, sino natural. Considerando la dimensión y trascendencia del reto, las dificultades logísticas y costos para echar a andar programas como Sembrando vida a nivel global resultarían irrisorios. Aquí ya empezamos —casi medio millón de sembradores, con la meta de sembrar 1,100 millones de plantas en un millón 127 mil hectáreas—. No sólo, el presidente convenció al gobierno norteamericano de que invertiera para hacer lo mismo en Centroamérica. El optimismo, desde aquí, ahora, cabe.
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