The past isn't dead. It isn't even past.
William Faulkner, Requiem For A Nun.
Pasado y cambio
Quienes con toda contundencia afirman que determinada manera de hacer las cosas o de organizar la vida “siempre ha sido así” usualmente son personas con escasa perspectiva histórica.
— ¡Pero siempre han sido así las cosas! –cuando se esgrimen estas palabras como argumento en contra del cambio o incluso en contra de la sola posibilidad del cambio, simplemente se espeta una bobada, una ingenuidad pueril; cuando se usan a sabiendas de que es una tontería, no pasa de ser una falacia. Pero, cuidado, no por ser una mentecatería se queda en la inocuidad: habitualmente es fundamento de perniciosas argucias.
Alegar que siempre han sido así las cosas es una bobada o una falacia que suele proferirse por conservadores; no puede ser una consideración progresista, puesto que, por definición, sería una negación de principios. Así, resulta frecuente escuchar a un conservador sentenciar, como reacción a algo con lo que no está de acuerdo o de plano le disgusta, “así no es” o “así no son” —por ejemplo, “así no son los informes presidenciales” o “así no son los planes nacionales”, en fin—. En estricto sentido, el juicio no es más que una imposibilidad lógica: “así como es no es”. Para disfrazar tamaña barrabasada, entonces el dicho se arropa de precepto: “Así no deben ser las cosas”.
De lo anterior mi amiga Vero List [@verolist] desprende: “Los conservadores no deberían usar conceptos como ‘cambio’ o ‘nuevo’ en sus eslóganes, porque es justamente lo que son incapaces de hacer. No pueden aceptar las cosas hechas de modos diferentes. Y son hipócritas desde que incorporan esos términos.” Cierto, el conservador es un farsante misoneísta —Feliciano Ruenas [@feliciano1953] nos recuerda que existe un vocablo que expresa con precisión una de las afecciones que sufre todo conservador: misoneísmo, el cual se define sencillamente como “aversión a lo nuevo”—.
Pasado y culpa
Seguramente habrá usted percibido que el asesinato de un guía de turistas y dos jesuitas en Cerocahui, un poblado del municipio chihuahuense de Urique, desató una caudalosa andanada de reproches, no en contra del gobierno del estado —panista— ni en contra de la alcaldesa —panista—, sino en contra del gobierno federal, concretamente en contra del presidente. Como otras ocasiones, el rapapolvo propagado en medios y aceitado en redes sociales mostró la uniformidad suficiente para, por lo menos, sospechar que se orquestó desde algún lado. Sus componentes básicos fueron tres: 1) el país nunca había sufrido por tanta violencia, ni con Calderón; 2) la estrategia de abrazos y no balazos no funciona, y 3) no se vale culpar al pasado de lo que está ocurriendo en el presente. Los dos primeros juicios no dan para una discusión; con unas cuantas cifras se zanja el asunto:
En estricto sentido, todo delito es un acto de violencia. No es verdad que la violencia haya aumentado durante el sexenio de López Obrador; al contrario, ha descendido: a mayo de 2022, los delitos del fuero federal se redujeron 26.6% en comparación con los que se cometían al inicio de la administración.
Los homicidios dolosos ocurridos en 2021 fueron 4% menos que en 2019.
Según las estadísticas de mortalidad publicadas por el INEGI, las defunciones registradas por homicidio a nivel nacional en 2006 ascendieron a 10,452. Luego, Calderón declaró “la guerra contra el narcotráfico”, y seis años después, en 2012, se alcanzó la cifra de 25,967 homicidios. En corto, durante el calderonato los homicidios en México se multiplicaron 2.5 veces. Después llegó Peña y las cosas no mejoraron, la tendencia se mantuvo al alza: en 2018 cerró con 36,685 asesinatos. En cambio, al iniciar el presente sexenio, la tendencia se paró en seco: en 2019 se registraron 36,661 homicidios. Un año después, 2020, no se reportó aumento (36,773), y en 2021 se revertió la tendencia: con 33,308 homicidios dolosos.
El tercer ingrediente del torrente de reclamos a AMLO sí conviene comentarlo. Hace unos días, el escritor Héctor Zagal tuiteó: “Una tragedia desplaza a otra. El linchamiento de Daniel Picazo en Puebla. Los grupos de choque en San Cristóbal, Chiapas. El pollo en Chilpancingo. El asesinato de un guía de turistas y dos jesuitas en Chihuahua. La verdad nos hace libres. ¿Toda es culpa de pasado? ¿Neta?” Yo contesté el cuestionamiento con otro: “¿Será culpa del presente continuo? No es una pregunta retórica, Héctor.” Piénselo usted también.
La respuesta de Zagal fue muy amable y dispuesta al diálogo, pero planteó por otra ruta, el tema de la obligada crítica al poder: “Lo dices bien. La clave está en lo que tú dices, el ‘presente continuo’, por eso creo que la autocrítica libera y el triunfalismo enajena. Tú y yo de debemos criticar al poder. Esa es nuestra misión.” Ya habrá tiempo de ahondar por ahí; por ahora me quedo en la “culpa del pasado”.
No, el pasado no tiene la culpa…, ni de eso ni de nada. El pasado no puede tener la culpa de lo que ocurre en el presente; de hecho, no puede tener la culpa de nada puesto que el pasado no es un agente, mucho menos un agente consciente, responsable. Nada es culpa del pasado, pero todo es consecuencia del pasado. Todos estamos conformando ahora mismo un pasado que tendrá secuelas. En el pasado, eso sí, determinados agentes actuaron de cierta manera y de ello pueden ser responsables o incluso culpables. El desastre que se está desmontando hoy no comenzó ni ahora mismo ni ayer ni en diciembre de 2018, y entender el camino ayer andado es necesario para saber en dónde estamos parados, para corregir la ruta y, en dado caso, para determinar quién metió la pata.