Nos sorprende vivir y pronto nos sorprende soñar
para que pronto nos ocupe y preocupe querer saber
si vivir es soñar o soñar es vivir.
Ramón Xirau, Palabra y silencio.
Nadie tiene derecho
a esperar que la interpretación
de sus sueños le caiga del cielo.
Sigmund Freud, La interpretación de los sueños.
El mismo filósofo del Cogito ergo sum y la duda metódica, René Descartes (1596-1650), no dudó en equiparar los pensamientos de los locos con los pensamientos oníricos:
¿cómo podría acaso negar que estas manos y este cuerpo son míos?, a no ser que me compare con esos insensatos cuyo cerebro está de tal manera perturbado y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente que son reyes, siendo muy pobres; que están vestidos de oro y púrpura, estando por completo desnudos; o que se imaginan que son cántaros, o que tienen un cuerpo de vidrio. Pero no son más que locos, y yo no sería menos extravagante si me guiase por sus ejemplos. Sin embargo, tengo que considerar que… acostumbro a dormir y representarme en mis sueños las mismas cosas, y algunas veces hasta menos verosímiles, que esos insensatos cuando están despiertos…
Tomo el extracto anterior de su libro Meditaciones metafísicas, publicado en latín originalmente —Meditationes de prima philosophia, in qua Dei existentia et animæ immortalitas demonstrantur— en 1641.
Sigmund Freud por Andrés Casciani.
Dos siglos y medio después, Sigmund Freud (1856-1939) desarrolló la teoría del psicoanálisis, y en ella, como una de sus columnas axiomáticas, incorporó la noción de que los sueños se comportan como un síntoma neurótico. Junto con los llamados recuerdos encubridores, los olvidos, los actos fallidos, algunos chistes y juegos de palabras como los albures, los lapsus línguae, los delirios y las fobias, los sueños son según el neurólogo alemán formaciones psíquicas en las que el inconsciente se expresa.
Ambos también, Descartes y el doctor Freud, consideraron que los sueños tienen siempre un significado —sentido, en términos freudianos— y que son susceptibles de ser interpretados, esto es, que es factible explicar o declarar qué quieren decir —“explicar significa reducir a lo conocido”, escribe Freud—. De hecho, en el párrafo inicial de su libro La interpretación de los sueños (1900), Freud planteaba que con dicha con obra se proponía demostrar que había desarrollado “una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad anímica de la vida despierta”. Por su parte, René Descartes no sólo creía que los sueños podían ser interpretados, creía además que el propio soñador podía encargarse de ello y hacerlo incluso antes de despertar, durante el mismo sueño.
Durante la noche del 10 al 11 de noviembre de 1619, Descartes tuvo tres sueños que, según su propia exégesis, habían ocurrido por la visita de un espíritu, “el espíritu de la verdad”, quien le había revelado una nueva filosofía. Trecientos diez años después, el historiador y jurista Maxime Auguste Joseph Laurent Léon Leroy (1873-1957) publicó en su libro Descartes, Le philosophe au masque (1929) la carta en la que Sigmund Freud daba respuesta a su solicitud de que interpretara la terna de sueños del filósofo francés. ¿Qué respondió Freud? De entrada, advirtió que “… por regla general sólo se logra un pobre resultado trabajando con sueños, sin la posibilidad de obtener del propio soñante ciertas orientaciones que faciliten la vinculación mutua entre sus elementos o que los relacionen con el mundo exterior”. Y el reto era mayor. Imposible que Freud conociera exactamente lo que soñó el joven Descartes —contenido latente— e igualmente imposible que conociera puntualmente la forma en que el soñador lo recordó y narró —contenido manifiesto—. El primer testimonio de los sueños y de la interpretación que el mismo Descartes hizo de ellos quedaron consignados en un texto inédito suyo llamado Olympica, inédito y pedido. Adrien Baille (1649-1706), el primer biógrafo de Descartes, tuvo acceso al manuscrito, y recuperó el relato y el significado que el filósofo soñador dio a sus sueños, pero no literalmente sino parafraseándolo en su libro La vie de Monsieur Descartes (1691). ¿Esta es la versión que Freud leyó? De cierto no lo sabemos, pero quizá no, tal vez fue un texto escrito por el propio Leroy. Con todo, el psicoanalista se animó a ofrecer algunas explicaciones. Los famosos sueños de Descartes —que al haber transcurrido durante una misma noche y sido recordados en conjunto debían ser interpretados, según el psicoanálisis, como una unidad—, escribió Freud en su misiva a Leroy, “son los que se denomina ‘sueños de arriba’, es decir, formaciones de ideas que habrían podido crearse durante el estado de vigilia lo mismo que en el estado del dormir y que sólo en ciertas partes han tomado su sustancia de estados de alma harto profundos”, tal y como tres años atrás, en su pequeño ensayo Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños, había conceptualizado: “Los sueños de arriba son equiparables a pensamientos o propósitos diurnos qué durante la noche han conseguido allegarse un refuerzo a partir de lo reprimido segregado del yo”. De nuevo, en su carta a Leroy, Freud explica: “El análisis de esta clase de sueños nos lleva comúnmente a lo siguiente: no podemos comprender el sueño, pero el soñante sabe traducirlo de manera inmediata y sin dificultad”. Somnio, ergo interpretor.
Así que considérelo, cuando tenga un sueño de arriba, usted sabrá.
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