Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 22 de diciembre de 2024

La brújula y el enigma

  

 

todo poeta que se estime a sí mismo

debe tener su propio diccionario.

Nicanor Parra, Cambios de nombre.

 

Sobre los diccionarios, rotundo y certero, Borges sentenció: “Suele olvidarse que son repertorios artificiosos, muy posteriores a las lenguas que ordenan. La raíz del lenguaje es irracional y de carácter mágico.” Y enseguida de una curiosa verbigracia, genial, remataba: “La poesía quiere volver a esa antigua magia”. En efecto, un dictionarium es el resultado de los trajines de una pretensiosa y cándida red con la que se procura atrapar, para embolsar juntos —eso indica el sufijo -arium, lugar o conjunto relacionado con algo— los decires humanos —dictio, significa “palabra” o “expresión”—. Herramienta etérea, el habla, el decir, es la espiración con la que alquímicamente aspiramos expresar lo que se nos ocurre y ocurre en nuestra mente: la palabra expresión proviene del latín expressio, que a su vez deriva del verbo exprimere, compuesto por ex-, “fuera”, y premere, “apretar” o “presionar”, así que inicialmente exprimere significaba “sacar algo presionando”, o sea exprimir. El hálito vuelto verbo, el ansia del alma de comunicarse a través de su materia, el cuerpo. No es casualidad que alma nos haya llegado del latín anima, que significa “aliento” o “soplo vital”, que a su vez se enraíza en el griego ánemos: “viento” o “soplo”. Por antonomasia, la palabra es la parábola del alma: la palabra palabraproviene del latín parabola, “comparación”, “alegoría”. Este término deriva del griego parabol, “símil”, compuesto por para-, “junto a” o “al lado de”, y ballein, “lanzar” o “arrojar”.

 

Un diccionario es una quimera: un repositorio de aire. Un poema es un ventilador mágico.

 


 

Will you still need me, will you still feed me

When I'm sixty-four?

Lennon & McCartney

 

Hace cosa de nada, apenas sesenta años, Jorge Luis Borges publicó una compilación de poemas que tenemos que considerar destacada, al menos para él mismo: “De los muchos libros de versos que mi resignación, mi descuido y a veces mi pasión fueron borroneando, El otro, el mismo es el que prefiero”, dejó ver en su prólogo. Cuando la editorial argentina Emecé realizó el tiraje príncipe de aquel volumen, el literato tenía 64 años —Jorge Francisco Isidoro Luis Borges había nacido el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires—. Temáticamente, el libro alberga una verdadera miscelánea poética. Lo afirmo y enseguida me doy cuenta de que el aserto es por sí mismo ilusorio: ¿un poema puede ser definido, limitarse temáticamente? “Sé a ciencia cierta que sentimos la belleza de un poema antes incluso de empezar a pensar en el significado”, iterum Borges id dixit.

 

 

Detrás del nombre hay lo que no se nombra

Jorge Luis Borges, Una brújula.

 

En El otro, el mismo, más precisamente entre “Mateo XXV, 30” y “Una llave en Salónica”, en la página 33, Borges incluyó el poema “Una brújula”. No era un texto inédito: suelto, once años atrás había sido publicado primeramente en la revista Sur —número 251, marzo-abril de 1958—, y meses después, para las fiestas navideñas de ese mismo año, aparecería también en Límites, una plaquette editada por Frank M. Virasoro y Federico M. Vogelius, en la que el porteño reunió apenas seis poemas. Límites fue una edición privada de apenas 150 ejemplares —veinte numerados con romanos, impresos en papel fabriano, y el resto en papel Japón— de 29 páginas en folio menor, manufacturados en la imprenta de Francisco A. Colombo. En la veintena numerada, los textos fueron acompañados por seis aguafuertes originales y firmadas del artista plástico Leopoldo Presas.

 

Uno, tú, yo, cualquiera, puede escuchar hoy mismo a Borges echar a volar su soneto “Una brújula”: catorce versos en los que el hombre, bardo y brujo, arremete a las palabras, a la historia del mundo, a la identidad humana…

Todas las cosas son palabras del

Idioma en que Alguien o Algo, noche y día,

Escribe esa infinita algarabía

Que es la historia del mundo. En su tropel

Pasan Cartago y Roma, yo, tú, él.

Mi vida que no entiendo, esta agonía…



A Borges le fascinaba la palabra enigma, la enorme abstracción que encierra y, entre los muchos ejemplos, especialmente uno: aquel que la Esfinge le plantó al joven Edipo de Tebas. También en El otro, el mismo, más precisamente precediendo a Spinoza, el buen bonaerense puso su poema Edipo y el enigma

 

 

Yo que soy el que ahora está cantando

seré mañana el misterioso, el muerto

Jorge Luis Borges, Los enigmas.

 

A través del latín aenigma, la palabra enigma proviene del griego antiguo ainigma, que significa “acertijo” o “algo dicho de manera oscura”, que a su vez viene del verbo ainissesthai, “hablar en clave” o “decir indirectamente”. Decir sin decir: dar a entender. Borges entendió sobradamente que en sí mismo el lenguaje es enigmático y que todos somos Edipo. En su poema Un poeta del siglo XIII, que ustedes pueden hallar en El otro, el mismo, descubre un “arquetipo” revelado por Apolo, “un ávido cristal” capaz de apresar todo: “Dédalo, laberinto, enigma, Edipo?” Y claro, dédalo es a laberinto lo que enigma —que no esfinge— es a Edipo. Recuérdese que Dédalo fue el creador del laberinto de Creta, construido por orden del rey Minos para encerrar al Minotauro, y que, por alusión hoy dédalo significa eso, laberinto. En cuanto a Edipo de Tebas, Roberto Calasso (Las bodas de Cadmo y Harmonía) lo explica sin darle muchas vueltas al asunto: con el enigma, “la Esfinge aludía a la indescifrabilidad del hombre, ser huidizo y multiforme, cuya definición sólo puede ser huidiza y multiforme”. ¿Por qué? Porque la respuesta es, por supuesto, el hombre, y ‘¿quién es este ser incongruente que pasa de la animalidad del cuadrúpedo a la prótesis (el bastón del viejo), conservando siempre una sola voz?’ Así pues, la solución del enigma es un nuevo enigma, aún más difícil.” Tal cual como Borges nos dejó dicho en “La brújula”:

Mi vida que no entiendo, esta agonía

De ser enigma, azar, criptografía

Y toda la discordia de Babel.

 

@gcastroibarra

viernes, 20 de diciembre de 2024

Datamancia 2024

 

Voy a morir el 24 de julio de 2045. No tengo ningún detalle adicional. Desconozco si mi deceso ocurrirá después de una prolongada agonía o de golpe y porrazo, si sucederá por un estúpido accidente o si lo provocará un infarto fulminante o será la obligada consecuencia de un padecimiento pertinaz. No sé si para entonces daré a la muerte una agradecida bienvenida o si, aterrado, lucharé en su contra hasta el último suspiro. ¿Expiraré tranquilamente en mi cama, cantando bajo la ducha, en un quirófano? Misterio. Sólo sé que mi último día será el cuarto lunes del mes de julio de ese año: voy a fallecer a los 80.

 

El vaticinio no lo obtuve de una vieja quiromántica que se haya esforzado en leer las palmas de mis manos, tampoco de un cartomanciano ducho en la interpretación de los arcanos del tarot, no de un excéntrico giromántico ni de un nigromante que haya escudriñado los mensajes del porvenir en las vísceras de algún cadáver. Doy por descartada la ornitomancia porque todas las aves me parecen seres bobos y poco confiables. Nunca me he fiado de los espejos, así que jamás atendería los presagios conseguidos a través de la catoptromancia. Sé que hay quienes buscan las señas de su destino en las arrugas de su propia frente —metopomancia—, en la Luna —selenomancia—, en las progresiones del humo —capnomancia—, en las uñas —onicomancia—, en las entrañas de los peces —ictiomancia—, entre las piedras —litomancia—…: no comparto creencias con ninguno de ellos. Y si bien más de una noche me he descubierto a mí mismo fisgando en las llamas de una fogata en busca de algún augurio, en realidad no le concedo mayor crédito a la piromancia. ¿Entonces, de qué arte adivinatorio fue que saqué el pronóstico de la fecha precisa de mi óbito?

 

Hace algunos años escribí un texto en el que me burlaba del pensamiento mágico de la OCDE. En concreto, me refería a las predicciones que para México por entonces publicaba dicha organización —“las reformas explotarán todo su potencial”, ¡albricias, albricias!—, y para ponerle un nombre al supuesto sustento de sus buenas nuevas anticipadas acuñé un neologismo: datamancia, esto es, la adivinación a partir de datos, sobre todo de números y estadísticas.



Ahora, sé que me quedan 20.6 años de vida gracias a la datamancia, en concreto, gracias un artilugio premonitorio: population.io, un desarrollo web realizado por Wolfgang Fengler en colaboración con K.C. Samir y Benedikt Grob.

 

Únicamente es necesario que captures tres datos en el oráculo digital —fecha de nacimiento, nacionalidad y sexo— para que en un instante se descubra la fecha precisa en la que, según la datamancia, fenecerás. En mi caso, frente a mi atónita mirada no sólo se reveló que ya ha transcurrido poco más del 74% de mi vida, sino también el sitio en el que me hallo respecto a mis semejantes…

 

En todo el planeta —habitado hoy día por más de 8,152 millones de seres humanos— hay 6,949 millones hombres y mujeres más jóvenes que yo y 1,203 millones mayores, así que, de cada 100 personas, 85% son menores que yo y 15% más viejos. Según este artilugio datamanciano, soy más viejo que el 87% de la población de mi país. En efecto, en todo México pulula gente más joven que yo, 112.7 millones, mientras que, del otro lado, solamente quedan 16.6 millones más viejos.

 

¿Tienes una idea de cuánta gente cumple años el mismo día que tú? ¿Y de ese grupo, cuántos cumplen la misma edad? En mi caso, son 221,295 congéneres repartidos por los cinco continentes. Aproximadamente 9,220 hombres y mujeres nacieron no sólo el mismo día, también a la misma hora que yo. En México, fueron 3,271 los niños y niñas que se apersonaron aquí por vez primera el mismo día que yo. Pocos, si lo comparamos con el ejército de bebés que pegaron su primer berrido en China justo el 24 de diciembre de 1964: 601,692, mientras que en India fueron 36,863 y en Estados Unidos, 11,751. Cumplen años, los mismos que yo y justo el mismo día, 25 personas en Francia, y 635 en Chile.

 

Si en lugar de haber nacido y vivido en México, hubiera corrido con la pésima fortuna de haber sido ciudadano de la República Centroafricana, me quedarían apenas 14 años y medio de vida: expiraría el 2 de junio de 2039. Claro, está el otro extremo: si en lugar de haberlo hecho en la Ciudad de México hubiera caído al mundo en Tokio, Japón, me quedarían 26.1 años por delante, y entregaría el equipo hasta el 29 de enero de 2051. 

 

En fin, los dados están tirados desde hace mucho en la mesa y habrá que jugar con ánimo toda la partida. Me quedan poquito más de 7,500 días de vida…, un montonal de tiempo, buena parte del cual bien puede jugarse con el afán de alargar un poco más la partida.

 

 


domingo, 8 de diciembre de 2024

Por la cuarta

  

¿Que qué me ha dado el destino? Alcance…

 

Inaplazable, este es el hecho: en unas semanas dejaré de ser adulto menor. De un día para el otro voy a despertar apoltronado en el último tramo de la vida, de mi vida. ¿El último? Pues sí, el último, porque, aceptémoslo, ¿quién diablos ha oído hablar de una “cuarta edad”? La tercera es la vencida. En fin, por más que yo sienta que es demasiado temprano para llegar a la “madurez tardía”, la mutación abrupta es ineludible y está fatalmente programada: uno cumple sesenta años e ipso facto, esté como esté, ande como ande, ingresa a la vejez. El paso es inapelable, palmario, una deportación a la categoría de provecto.

 

El tercer cambio de página es algo muy distinto de lo que ocurre con los límites más bien porosos de los otros dos tramos de la existencia. Porque, a ver, ¿la primera edad comienza con el primer berrido, es decir, cuando uno es expulsado al mundo, o tenemos una especie de pretemporada, una etapa prologal, digamos, al menos hasta que el recién nacido consiga estructurar un incipiente Yo o quizá hasta que comience a gatear o pueda balbucear algunas palabras? Y después, ¿cuándo comienza la segunda edad? ¿Al principio de la ajetreada pubertad, alrededor de los doce, o a su término, por ahí de los quince o tres años después, a los dieciocho, cuando alcanzamos la ciudadanía? ¿O quizá hasta los treinta cuando ya es ridículo andar por la vida negando la condición de adulto? Eso sí, en términos jurídicos, usted puede exigir que lo consideren joven mientras ande entre los doce y los veintinueve años. Por mi parte, es indiscutible que vivo los últimos días de mi segunda edad: en este país, oficialmente, de acuerdo con la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores, la tercera edad comienza oficialmente a los sesenta años. Al día siguiente de mi próximo cumpleaños podré ir a tramitar mi credencial del INAPAM para poder acreditarme como viejito.




 

*

 

La costumbre de dividir la vida en tres tramos es antañona, por lo menos en la tradición occidental. Por ejemplo, podemos recordar una célebre adivinanza milenaria. Aunque por allá del siglo V antes de nuestra era ni en Edipo rey ni en Edipo en Colono Sófocles haya referido a detalle el enigma que la ambigua Esfinge planteó al trágico joven tebano, en su explicación argumental, siglo y medio más tarde, Aristófanes de Bizancio la recupera: 

Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, por el aire o en el mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad en sus miembros es mucho más débil.


Aristófanes da cuenta igual de la solución, que debió de ser la respuesta de Edipo. También la provee, pero más bonito y un montón de siglos después, un porteño, Borges:

Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día

y con tres pies errando por en vano

ámbito de la tarde, así veía

la eterna esfinge a su inconstante hermano.

Recordemos que, en su Ética a Nicómaco, Aristóteles seccionó la vida humana en tres: la infancia dependiente y formativa; la juventud, en la que se forja la autonomía, y la plenitud, en la que es exigible que uno alcance la sabiduría y la virtud. Hace poco menos de doscientos años, Augusto Comte adujo que la vida de las personas sucede en tres estadios: “cada uno de nosotros, al examinar su propia historia, ¿no recuerda haber sido sucesivamente, en lo que respecta a sus nociones más importantes, un teólogo en su infancia, un metafísico en su juventud y un físico en su madurez?” (Curso de filosofía positiva). De igual manera, Herr Doktor Freud, postuló que el desarrollo de nuestra sexualidad ocurre en tres trancos: pregenital, de latencia y genital. Y podría seguir ejemplificando…

 

Como sea, no tiene caso alegar que en la actualidad resulta más bien raro toparse con un sexagenario obligado a usar bastón o que es frecuente cruzarse con personas que, con la misma edad a cuestas, siguen pensando teológicamente o tengan cualquier característica menos la de ser sabios, como sea, con o sin báculo, pensando científicamente o no, chocheando o rockeando, llegando al sexto piso, todos y todas, sanos y decrépitos, animados y quebrados, somos confinados en bola en el copete de la pirámide. Y si uno es lo de menos, uno mismo, yo en esta ocasión, más; así que si traje a cuento mi caso es por significativo, y no por ejemplar, pero sí como ejemplo, ejemplo de un evento, importante desde un punto de vista generacional, que está a punto de suceder.

 

*

 

En el texto clásico sobre el tema, El problema de las generaciones (1928), el húngaro Karl Mannheim propone que una conexión generacional se establece gracias a un cierto parecido cultural que hay entre los individuos agregados a un determinado período histórico. Si bien conviene en que, efectivamente, el fenómeno sociológico de la conexión generacional se fundamenta en el hecho del ritmo biológico del nacimiento y la muerte de la gente, no lo determina, porque “estar fundamentado en algo no llega a significar ser deducible de eso o estar contenido en ese algo”. En cambio, piensa que “para estar incluido en una posición generacional, tiene uno que haber nacido no sólo el mismo año sino, en el mismo ámbito histórico-social —en la misma comunidad de vida histórica— y dentro del mismo período”. Y aquí está dicho, pues, lo que permite entender desde entonces que no necesariamente todas y cada una de las generaciones tienen que durar lo mismo: conforme se acelera el cambio histórico, las generaciones se acortan, y en contra parte, en períodos en los que la estabilidad se prolonga, las generaciones se ensanchan.

 

Desde una perspectiva sociológica, una generación es un grupo de hombres y mujeres que nacieron en un período histórico relativamente delimitado, y que por eso mismo más o menos comparten determinadas experiencias, eventos significativos, valores, en fin, ciertas características culturales. Dichas cohortes demográficas pretenden dar cuenta de las peculiaridades en cuanto a la visión del mundo, actitudes, comportamientos y formas de relacionarse, a partir del tiempo en el que a cada uno le tocó vivir. Desde esta postura conceptual, una de las cohortes generacionales más utilizadas en Occidente tiene su origen en la Sociología, pero sus usos más bien en la comunicación masiva y marcadamente en la mercadotecnia. Así, por ejemplo, se habla de los dichosos milenials, una generación que nació aún en el siglo XX, entre 1981 y 1996. Híbridos, muestran una mezcla de tradición y modernidad. Crecieron en los albores de la revolución digital, pero también vivieron las postrimerías de la época aquella en la que las computadoras eran cosa de películas de ciencia ficción. Previa a la de los milenias fue la llamada generación X, compuesta por quienes nacieron entre 1965 y 1980, por lo que crecieron en un contexto de cambios sociales y tecnológicos significativos, como el auge de la informática y el final de la Guerra Fría.  A los milenials le seguirían los centenials o generación Z, nacidos entre 1997 y 2012, y luego los más chavitos, la generación alfa, llegados al mundo de 2013 hasta hoy. Pero más que de las más recientes, considerando el evento histórico que está a punto de suceder y del cual fatalmente tomaré parte, me quiero referir a las generaciones más vetustas.

 

Comienzo por la generación perdida, individuos nacidos entre 1883 y 1900, alcanzaron la mayoría de edad durante la Primera Guerra Mundial. El origen del término se halla en el arte; fue un mote popularizado por Gertrude Stein y Ernest Hemingway para referirse al grupo de escritores y artistas expatriados que vivieron en París durante la década de 1920. Fue una generación caracterizada por la desilusión ante los horrores de la guerra, lo que los llevó a la bohemia, la vanguardia y a rechazar las normas y valores tradicionales de la sociedad burguesa. De esa generación no queda ya nadie vivo.



Luego llegó la generación grandiosa. Comprende a las personas nacidas entre 1901 y 1927, así que muchos de sus miembros alcanzaron la mayoría de edad durante la II Guerra Mundial. Esta generación es valorada por su sentido del deber, patriotismo y capacidad de trabajo y para superar desafíos significativos. Muy probablemente aún permanezcan entre nosotros, en todo el mundo, poco menos de un millón de miembros de esta generación. Después tenemos a la generación silenciosa, los nacidos entre 1928 y 1945. De actitud conservadora y una fuerte preferencia por la estabilidad social, prefirieron evitar el activismo político y las expresiones artísticas novedosas. Hoy los más jovencitos de ellos tienen 78 años.

 

Enseguida aparecieron los famosos baby boomers. Nacidos entre 1946 y 1964, fueron y son hombres y mujeres que crecieron durante un periodo de prosperidad económica y estabilidad, tras la Segunda Guerra Mundial. Esta cohorte fue la que protagonizó un aumento significativo en la natalidad, el baby boom, de ahí su nombre. La celebérrima explosión demográfica se refiere a ellos. En general, pudieron disfrutar de un entorno familiar seguro y acceso a educación, tecnología y servicios de salud.



Son, somos un montón… y en unos cuantos días, el primero de enero de 2025, no quedará ya ninguno de ellos, ninguna de ellas, ninguno de nosotros que no sea un venerable integrante de la tercera edad.

 

Sirva todo lo anterior para fundamentar una propuesta. Juzgo que, en este país, actualmente, buena parte de los sexagenarios, más menos unos diez millones de personas, modestia aparte, todavía aguantamos un piano, todavía tenemos y debemos aportar. Así que propongo que vayamos instaurando que después de la tercera edad hay al menos una cuarta, digamos que comienza, comenzará en mi caso, a los 85 años.

 

A seguir dándole que hay mucho qué hacer. Por lo demás, a mí se me hace que estas dos preguntas de Juan Gelman son afirmaciones y les sobran los signos de interrogación:

El temor a la vejez ¿envejece?

el temor a la muerte ¿enmuerta?

domingo, 1 de diciembre de 2024

Generaciones de perros y perrófilos

 

Una especie que viviera eternamente

tendría que aprender a olvidarse de sí misma,

y compensar la falta de nuevas generaciones.

Karl Mannheim, El problema de las generaciones.

 

 

Vengo del tianguis. Presté atención especial al tema y puedo reportar lo siguiente: vi más perros que niños. No exagero si digo que la proporción anda como de tres a uno. Claro, eso ocurre porque cada vez hay más gente que tiene canes en vez de prole. En inglés, comienzan a mentar el fenómeno como petparenting (paternidad de mascotas); el término refleja la tendencia de muchas personas a considerar a sus mascotas, especialmente perros, como parte de la familia, asumiendo roles de cuidado y crianza similares a los de los padres con sus hijos.



Sería un despropósito afirmar que, a diferencia de todas las anteriores, las nuevas generaciones de perros se sienten hijos de sus dueños. ¿Por qué? Porque si bien podemos hablar de generaciones de perros en términos biológicos —“El Borisjonson y la Ladydi son ya de la cuarta generación desde que nos regalaron a la primera pareja de mastines ingleses”—, desde finales del siglo XIX el término se refiere más bien a humanos. Por lo demás, los perros no presentan comportamientos culturales, en cualquier caso, se prestan a formar parte de ellos. Así, ¿lo correcto sería sostener que, a diferencia de todas las anteriores, las nuevas generaciones de humanos actúan como si sus perros fueran niños? Sin duda el fenómeno es novedoso, reciente, pero ¿será que se muestra entre las “nuevas generaciones”? Bueno, debo decir que la mayoría de las personas que uno ve en la calle exhibiendo los dotes parentales que le pueden dispensar a sus perros son gente que ya no se cuece al primer hervor. Muy probablemente el perfil demográfico más común sea mujer solitaria de más de cincuenta años, aunque también abundan canofílicos jóvenes, mujeres y hombres. ¿Quienes hoy tienen, digamos, cincuenta años, necesariamente pertenecen a una generación distinta a la de una pareja de treintañeros? Desde una perspectiva biológica, sin duda, pero no necesariamente en términos culturales.

 

Alfred Victor Espinas (1844-1922), un pensador francés discípulo de Augusto Comte, escribió en 1878 Des sociétés animales, un ensayo seminal en el campo de la sociología comparada y la psicología animal. Espinas aborda la cuestión de las estructuras sociales en los animales, en particular en aquellas especies que viven en grupos (abejas, hormigas, lobos, monos), y compara sus comportamientos y organización comunitaria con los de los seres humanos. Espinas pretende establecer paralelos entre la vida social humana y la animal. Una de las contribuciones más importantes de Espinas fue la distinción que hizo entre sociabilidad instintiva, propia de los animales, y la sociabilidad reflexiva, específicamente homínida. Subrayó también que, aunque las sociedades animales presentan ciertas analogías con las nuestras, las sociedades humanas son mucho más dinámicas y flexibles, ya que evolucionan culturalmente por medio del lenguaje y la reflexión individual, mientras que las animales permanecen prácticamente sin cambios mientras la evolución biológica no los requiera.

 

Por cierto, Comte (1798-1857) —quien para más de uno debemos considerar el primer sociológo de la historia— pensaba que el cambio generacional entre los seres humanos está directamente relacionado con la duración de la vida de las personas. Es decir, mantenía aún un criterio apegado a la Biología. Sostuvo que, si se alargara demasiado la duración de la vida de la gente, el tempo del progreso se ralentizaría; en tanto que, por el contrario, si nuestra vida tuviera menos duración, digamos la mitad o una cuarta parte del promedio actual, el tempo del progreso se aceleraría. ¿Por qué? Porque pensaba que la gente mayor es conservadora y los jóvenes revolucionarios, necesariamente, de tal suerte que, si perduraran más los primeros, el cambio se atascaría. Por supuesto, don Augusto se equivocó feo. Justo cuando la esperanza de vida ha aumentado como nunca —en 1800, a nivel mundial, difícilmente superaba los treinta años, mientras que, si bien con variaciones significativas según la región, actualmente la esperanza de vida global promedio ronda los 72-73 años—, la velocidad del progreso científico y tecnológico —justo como a él le parecía adecuado medirla— se ha vuelto vertiginosa.

 

Los primeros intentos de teorizar seriamente la cuestión de las generaciones fueron realizados en el marco del positivismo, sobre todo por franceses. “En el fondo de la cuestión estaba el afán por encontrar una ley general del ritmo de la historia, y de encontrarla a base de la ley biológica de la limitada duración de la vida del hombre y del hecho de la edad y sus etapas”, explica el húngaro Karl Mannheim (1893-1947) en el texto clásico de la Sociología en la materia, El problema de las generaciones (1928).

 

Otro francés, François Mentré (1877-1950), en su libro Les générations sociales, (1920), realizó la primera revisión histórica del concepto de generaciones, desde la perspectiva social. Hay que considerarlo el último positivista —su ensayo se apoya en el trabajo de Espinas— y el primero que logró salir de la visión biologista. Mentré desarrolla la tesis de que las generaciones humanas no sólo se definen por criterios biológicos o cronológicos, sino también por factores sociales y culturales que moldean su identidad colectiva. Mentré aventura por fin la idea de que cada generación está influida por el contexto histórico y las transformaciones sociales de su tiempo, lo que genera un conjunto de experiencias compartidas que configuran sus valores, actitudes y perspectivas. Para él, el concepto de generación es clave para entender la dinámica de cambio en las sociedades, ya que las tensiones y los contrastes entre generaciones impulsan la evolución social.

 

Será Karl Mannheim quien termine de redondear el concepto. En fin, sin adelantar la próxima entrega, adelanto que él comprendió que la juventud no es necesariamente innovadora y que la mera contemporaneidad biológica no basta para constituir una posición generacional afín, de modo tal que es perfectamente posible que sean hoy las personas más vetustas quienes sigan imponiendo patrones culturales a los más jóvenes. 

 

— Mi abuelo decía que su generación era más obediente –le comentó un padre a su hijo.

 

— Mi perro ahora dice lo mismo de mí —respondió el joven.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Dobles dobles

  


Símbolo del caos y del mal, la Hidra de Lerna era un monstruo acuático de múltiples cabezas y aliento venenoso. En su Teogonía, Hesíodo (c. 700 a. C.) cuenta que quien logró aniquilar “con su implacable bronce” a “la perversa Hidra” —hija de Tifón y Equidna, dos aberraciones primordiales— fue nada menos que el héroe más célebre de la mitología griega: “el hijo de Zeus…, el Anfitriónida Heracles” —Heracles para los griegos, Hercle para los etruscos, Hércules para los romanos—. Ahora, Hesíodo nomina a Heracles como “el Anfitriónida” para hacer referencia a Anfitrión, su padre adoptivo, terrenal y falso, puesto que quien verdaderamente lo engendró fue Zeus, el Mero Mero, el Supremo, el rey de los dioses y los mortales. De lo anterior se desprende que Heracles tuvo dos abuelos paternos: uno verdadero, el dios titán Cronos, y otro falso, Alceo, rey de Tirinto —por eso en algún momento Ovidio se permite llamar a Hércules “el Alcida”—.

 

En cuanto a la madre del héroe griego, la cuestión es menos complicada: fue la argólide Alcmena, hija de Electrión, rey de Micenas. En su Escudo, Hesíodo describe así a la dama: 

… superaba a toda la especie de femeninas mujeres en aspecto y estatura; y, aún más, en espíritu ninguna era su rival de cuantas parieron mortales acostadas con mortales. De su cabeza y negras pestañas se exhalaba tal fragancia cual de la muy dorada Afrodita; además, tan de corazón honraba a su marido como nunca jamás lo honró ninguna de las femeninas mujeres.

Contaba ya aquí que para saciar las ansias que despertaban en su divino ser las despampanantes gracias de doña Alcmena y poder entablar comercio carnal con ella, el mañoso Zeus adoptó por entero la apariencia del marido, Anfitrión, y aprovechó la ocasión cuando él se hallaba guerreando fuera de Tebas:

Zeus se presentó una noche y, haciéndola durar como tres, yació con Alcmena en figura de Anfitrión y le relató lo sucedido con los teléboas. Cuando llegó Anfitrión y vio que su mujer lo acogía sin entusiasmo, le preguntó el motivo, y al decirle Alcmena que a su regreso la noche anterior ya se había acostado con ella, Tiresias le aclaró que la unión amorosa había sido con Zeus.

Así lo narra Pseudo-Apolodoro en su Biblioteca mitológica (c. s. I d. C.). Imposible concluir que Alcmena traicionó a su esposo —¿con él mismo?—. En esta versión del suceso, Zeus convirtió tres noches en una. Hesíodo no detalla si la noche aquella del encuentro sexual duró más de una. Diodoro Sículo (s. I a. C.) en su Biblioteca histórica (t. IV) consigna la misma antinatural duración del encuentro que Pseudo-Apolodoro: “… cuando Zeus se unió a Alcmena, triplicó la duración de la noche y, por la magnitud del tiempo que se empleó en la procreación, presagió la fuerza extraordinaria del que iba a nacer”. Higino (64 a. C. – 17 d. C.), en su Fábula, dice que Zeus “… suprimió un día y unió dos noches”, mientras que Publio Ovidio Nasón (43 a. C. – 17 a. C.), en Las metamorfosis, señala que esa noche duró lo que dos. Luciano de Samósata (125-181), en su Diálogos de los dioses, informó que la noche de amoríos del padre de los dioses con la mujer se prolongó por lo que duran tres días completos. Independientemente de cuántas horas haya tomado aquello, el caso es que Zeus consiguió embarazar a Alcmena, y enseguida, porque regresó victorioso, Anfitrión procedió a lo propio, así que Alcmena concibió dos hijos: de Zeus, a Heracles, “mayor una noche que Ificles, habido de Anfitrión”.

 

Anfitrión conocerá la verdad de lo ocurrido y descargará de toda culpa a su mujer. En la versión de Molière (1622-1673) de la comedia Anfitrión, el propio Júpiter, que es decir Zeus, convencerá al marido de que más bien debería sentirse orgulloso por lo sucedido:

No veo que para tu amor haya ningún motivo de queja, que en esta aventura soy yo, por más dios que sea, quien debe ser el celoso. Alcmena es toda tuya, hiciera lo que hiciese, y debe resultar muy grato para tu amor ver que, para agradarla, no hay otra vía que parecer su esposo: que Júpiter, revestido de su gloria inmortal, no ha podido por sí mismo vencer su fidelidad, y lo que ha recibido de ella solo a ti ha sido entregado por su ardiente corazón.

Transcurridos ocho meses —fueron prematuros—, Ificles nació primero, seguido por su medio hermano mellizo, el semidios Heracles. Esta secuencia se debe a que, celosa y deseando perjudicar a Heracles, Hera hizo que el parto de Alcmena se retrasara. Esto se logró mediante un engaño: la diosa hizo que las Ilitias no acudieran a tiempo a ayudar a Alcmena. No tenemos descripciones de los recién nacidos, pero por muy parecidos que hayan sido entre sí, mellizos de la misma madre, muy pronto Anfitrión y Alcmena supieron cuál era cuál. De nuevo, la fúrica esposa de Zeus, Hera, deseosa de asesinar al vástago de su casquivano hermano-consorte, hizo aparecer dos enormes serpientes en la cama de los bebés…



Alcmena, en el momento de apuro, gritó pidiendo ayuda a Anfitrión, pero antes de que él pudiera hacer algo, el pequeño Heracles se incorporó y estranguló a las serpientes con sus propias manos. Así lo consigna Ovidio, aunque Ferécides de Leros (c. 450 - 400 a. C.) cuenta una historia algo distinta: que más bien fue Anfitrión quien decidió poner las serpientes en la cama para averiguar cuál de los dos niños era el hijo de Zeus y cuál el suyo. Suena lógico: seguramente al pobre lo desquiciaba la igualdad. Diferenciar, separar, escindir, es la operación más primitiva para combatir el caos, para aniquilar a la Hidra.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Sosias y mi prejuicio freudiano

   

El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente.

Jorge Luis Borges, El otro.

 

 

Me acabo de cachar a mí mismo cayendo en un prejuicio recién formado. Me ocurrió leyendo Más allá del principio del placer (1920), uno de los ensayos más importantes de Freud. Se trata de un prejuicio que se relaciona precisamente con el conspicuo neurólogo vienés —permítanme llamarlo así, pese a que don Sigismund Schlomo no nació en Viena, Austria, sino en Freiberg, hoy Příbor, una pequeña ciudad checa, y pese a que, aunque estudió Neurología, la mayor parte de su vida (1856-1939) más bien la dedicó al Psicoanálisis, la disciplina racional y humanista que él mismo fundó—. Acoto que el prejuicio al que aludo es de origen filológico.

 

En la sección segunda de su referido ensayo, Freud aborda el juego infantil, en particular, analiza el gusto que parecen mostrar todos los niños en la repetición, fenómeno que todos hemos observado más de una vez: “los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida…” Al respecto, se cuestiona qué placer le puede causar al infante repetir una y otra vez experiencias que en su momento les resultaron más bien displacenteras. He aquí parte de su respuesta:

En cuanto el niño trueca la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar, inflige a un compañero de juegos lo desagradable que a él mismo le ocurrió, y así se venga en la persona de este sosias.

Ahí está: sosias, este fue el pivote que activó mi prejuicio. 

 

Ahora, ¿qué es un sosias? Sosias no es un concepto especializado, ni psicoanalítico ni médico; la palabra se puede encontrar en un diccionario cualquiera, el de la RAE, por ejemplo, la define así: “Persona que tiene parecido con otra hasta el punto de poder ser confundida con ella.” Un sosias es un doble. Así que, con sosias Freud se refiere a una persona que actúa como una réplica, como un clon de otra, o que desempeña el papel de un “otro” en la situación específica, la del juego infantil en el caso de su ensayo. En la cita que hago de Más allá del principio del placer, el sosias es un compañero de juegos del niño, que sirve como una proyección o sustituto de sí mismo para realizar una especie de acto de venganza. No es necesario agregar nada más en cuanto al significado del vocablo…, lo interesante está en el origen de sosias.

 

Sabemos por Cicerón (106 – 43 a. C.) que Titus Maccius Plautus o, castellanizado, Tito Macio Plauto, nació alrededor del año 250 a. C., quizá en Sársina, en la Umbría septentrional, y murió 66 años después. Fuera de eso, el señor es casi un perfecto desconocido, y digo casi y no perfecto porque conocemos parte de su obra literaria. Según Aulo Gelio (s. II), Plauto escribió más de una centena de comedias, cosa que se discute; como sea, de todas las que haya escrito, conservamos sólo veintiuna, entre otras Asinaria (La comedia de los asnos), Bacchides (Las Báquidas), Trinummus (Las tres monedas) y la que viene a cuento aquí: Amphitruo (Anfitrión).

 

Anfitrión es un personaje de la mitología griega. De él proviene la palabra anfitrión, como se verá, asociada a la idea de alguien que presta su casa o invita a alguien a su hogar. Anfitrión es también una comedia con tema mitológico, asociada con el llamado ciclo tebano y en particular con las circunstancias que antecedieron al nacimiento de Hércules —Heracles para los griegos—. Siete son los personajes que intervienen en la pieza de Plauto, dos dioses y cinco mortales. Los dioses: Júpiter, que es decir Zeus, y Mercurio, o sea Hermes, el mensajero. Los mortales: Anfitrión, general de los tebanos; Alcmena, esposa de Anfitrión; Blefarón, piloto; y Bromia y Sosias, esclavos de Anfitrión. Plauto mezcla comedia, confusión de identidades, farsa y situaciones absurdas para crear una historia humorística.


Jupiter and Alcmene, Nicolas Tardieu, after Perino del Vaga, 1729-1749.

Anfitrión parte a la guerra contra los teléboas, dejando en casa a su esposa, la bella Alcmena. Durante su ausencia, Júpiter, enamorado de Alcmena, decide aprovechar la oportunidad para poseerla. Adopta la apariencia de Anfitrión y, ayudado por su hijo Mercurio, quien a su vez se disfraza de Sosia, el esclavo del general tebano, se presenta en la casa de Anfitrión. Júpiter, que para eso es el padre de los dioses, logra engañar a Alcmena y pasa la noche con ella —en realidad, más de una noche: “yació tan a gusto con ella que suprimió un día y unió dos noches” (Higinio, Fabula)—.  “O sea, mi padre está ahora ahí dentro, Júpiter, metamorfoseado en Anfitrión, y todos los que le ven, se creen que lo es —así cambia el pellejo cuando le da la gana—; y yo he tomado la figura del esclavo Sosias…”, informa Mercurio al público al comienzo de la comedia de Plauto. Al amanecer, cuando el verdadero Anfitrión regresa victorioso de la guerra, suceden una serie de enredos y malentendidos… Sosias se enfrenta a un doble de sí mismo, quien no es otro que Mercurio disfrazado. A lo largo de la obra, el verdadero Anfitrión intenta comprender lo ocurrido, mientras que Alcmena no entiende su comportamiento, creyendo que ha pasado la noche con él. Finalmente, Júpiter revela la verdad. Alcmena dará a luz a un hijo de Júpiter, el futuro héroe Hércules…

 

Las andanzas de Mercurio vuelto Sosias ha perdurado, pues, en nuestro léxico. Además, con esa palabra se designa al tópico literario del doble, el impostor, el Doppelgänger… Ejemplos hay muchos: Molière escribió su propia versión de AnfitriónEl vizconde demediado de Italo Calvino, El hombre duplicado de José Saramago, El doble de Dostoyevski, El otro de Borges…

 

Bueno, ¿pero en dónde está mi prejuicio freudiano? Ocurre que cuando leí la explicación de Freud inmediatamente pensé que su vasta cultura siempre le permitió ser muy acertado para echar mano de referentes de la mitología griega. Pero en este caso no se trataba de eso… Resulta que al revisar la traducción en inglés del psicoanalista londinense James Strachey(1887-1967) encuentro que la palabra que empleó en vez de sosias fue sustituto:

As the child passes over from the passivity of the experience to the activity of the game, he hands on the disagreeable experi ence to one of his playmates and in this way revenges himself on a substitute.

Así que dudé… ¿Entonces qué palabra alemana usó Sigmund Freud en el texto original? En Jenseits des Lustprinzips no escribió sosias: “…und rächt sich so an der Person dieses Stellvertreters”, y Stellvertreters, en este caso, deberíamos traducir simple y llanamente como suplente vicario. Así que, honor a quien honor merece: el acertado sosias fue puesto en la traducción al español realizada por el porteño José Luis Etcheverry (1942-2000), publicada por Amorrortu. Con todo, debo decir que la traducción primera a nuestro idioma, la de Luis López Ballesteros y de Torres (1896-1938) para la editorial española Biblioteca Nueva, me gusta más: no es ni un sosias ni un sustituto, es cualquiera:

Al pasar el niño de la pasividad del suceso a la actividad el juego hace sufrir a cualquiera de sus camaradas la sensación desagradable por él experimentada, vengándose así en aquél de la persona que se la infirió.

domingo, 3 de noviembre de 2024

De la Tiniebla a Edipo

  

Se dan dos regímenes de relaciones entre

los dioses y los hombres: el convite y el estupro.

El tercer régimen, el moderno, es la indiferencia,

pero supone que los dioses ya se han retirado.

Roberto Calasso, Las bodas de Cadmo y Harmonía.

 

 

 

La mitología griega da cuenta cabal de toda la genealogía de Edipo rey. Digo cabal y digo toda, y no exagero: la pista filogenética del personaje trágico puede hilvanarse hasta algo previo al Principio, algo anterior a todo.


 

La historia familiar de Edipo de Tebas comienza desde el vacío primordial, el Caos. O si damos por buena la versión de Gaius Julius Hyginus (c. 64 a. C. – 17), la saga se remontaría al Calígine: en su Fabulae, el latino, quizá nativo de Hispania, menciona a Caligio, Tiniebla, como la entidad primaria, que existió incluso previamente que el Caos. En fin, después de la oscura nada, después de la total masa desordenada e informe… Pero qué tanto después. Imposible decirlo: el Caos no pudo durar mucho ni poco ni nada, puesto que no había tiempo.

Antes del mar y de las tierras y de lo que todo lo cubre, el cielo, era único el aspecto de la naturaleza en el orbe entero, al que llamaron Caos, masa informe y enmarañada y no otra cosa que una mole estéril…

Ovidio, Metamorfosis.

En fin, inmediatamente después o al cabo de universales eternidades, el Cosmos comenzó a conformarse cuando en medio del Caos surgieron “Gea, la de amplio pecho”, el tenebroso Tártaro y Eros, ellos tres, los primeros dioses, los inaugurales cósmicos.

 

Dueña ya de su propia existencia, ella, Gea, “alumbró al estrellado Urano”. Luego parió monstruos. Aún había muy poco, casi nada, menos tabúes: Gea se convierte en la consorte de su hijo celeste y juntos habrán de procrear a la primera camada de Cíclopes —los salvajes y violentos Brontes, Estéropes y Arges—, y también a los Hecatónquiros —Cottus, Briareos y Giges, temibles gigantes de cien manos y cincuenta cabezas—, pero además de todos esos monstruos, Gea y Urano incorporaron al mundo a los Titanes: doce, según Hesíodo, o trece, si contamos también a Dione.



Cuantos haya sido, entre ellos estaban Cronos, el tiempo, y dos ancestros de Edipo: “acostada con Urano, Gea dio a luz a Océano, de profundas corrientes” y a “la amable Tetis” (Hesíodo, Teogonía), el par, deidades del agua: ella personifica la fertilidad del mar; él, las aguas exteriores del mundo.



Los hermanos Océano y Tetis se desposaron y tuvieron muchísimos hijos e hijas, más de tres mil, los Oceánidas, dioses de los ríos, y las Oceánides, ninfas de estanques, lagos, lagunas, arroyos… Una de ellas, Melia, se unió con su hermano Ínaco, y fruto de este nuevo incesto nacieron Foroneo, Egialeo, Micene.

 

Foroneo sería un destacado héroe civilizatorio de la Argólida. Plinio el Viejo (23 – 79) se refirió a él como “el primer rey de Grecia”. Higino informa que más bien se decía que Foroneo había sido “el primer rey de los mortales” y “el primero que construyó un templo en Argos”. Pausanias (c. 110-180) en su Descripción de Grecia afirma que “Foroneo… reunió por primera vez en una comunidad a los habitantes, que hasta entonces vivían diseminados y cada uno por su lado”, y que en la ciudad de Argos se hallaba una estatua de Bitón en la que se mantenía encendido…

… un fuego que llaman de Foroneo, pues no están de acuerdo en que Prometeo dio el fuego a los hombres, sino que quieren transferir el invento del fuego a Foroneo.



En fin, este hombre se desposó con una ninfa, Tédice, con quien tuvo descendencia, el Bitón de la estatua aludida y la bella Níobe —no confundirla con la otra Níobe, la hija de Tántalo—, “la primera mortal a la que Júpiter forzó”, cuenta Higino, y donde él dice Júpiter, porque es romano, debemos entender Zeus.


 

Dado que aquí se entromete en el árbol genealógico de Edipo, conviene recordar que Zeus, igual que Melia y su hermano Ínaco, es también producto del incesto divino, hijo de dos Titanes. “Rea, entregada a Cronos, tuvo famosos hijos…”: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Ennosigeo (Poseidón) y “el prudente Zeus, padre de dioses y hombres” (Hesíodo). Y conviene también recordar que “el prudente Zeus” tenía la arraigada maña de seducir, engañar o de plano violar diosas, ninfas y mujeres de carne y hueso. “Si damos crédito a las confidencias de Hera, su esposa-hermana, Zeus ‘siempre se empeñó en dormir ya sea con inmortales, ya sea con mortales’” (Roberto Calasso, Las bodas de Cadmo y Harmonía). No tenemos detalles, pero haya sido a la buena o la mala, Zeus se amancebó con Níobe, y engendró a Argos.

 

Argos le cambió el topónimo a la ciudad en la que su padre Zeus lo trajo al mundo: dejó de llamarse Foronea para llevar su propio nombre, y se desposó con Evadne, hija del dios pluvial Estrimón. De la prole de esta pareja debemos destacar a Ío, quien sería víctima de las urgencias eróticas que su belleza despertó en Zeus —su abuelo paterno—. Para ocultar su relación y proteger a Ío de la celosa Hera, Zeus transformó a Ío en una ternera. Ya hace unos días conté aquí que Ío sería restaurada a su forma humana para dar a luz a un hijo llamado Épafo, quien se convirtió en rey de Egipto, y también en bisabuelo de Cadmo, el tatarabuelo de Edipo.