Mañana abarrotada de chamba. Cinco horas leyendo y contestando correos, siguiéndole la pista a asuntos pendientes, revisando un par de documentos, hablando por teléfono… Te levantas. Te estiras.
— Ahora vuelvo…
Sales de la oficina. Necesitas aflojar un poco las piernas. Aprovecharás para pasar por un café. Llevas contigo el libro que estás leyendo… Freud reflexiona en torno a un supuesto recuerdo de Leonardo da Vinci: “… me acude, como un tempranísimo recuerdo, que estando yo todavía en la cuna un buitre descendió sobre mí, me abrió la boca con su cola y golpeó muchas veces con esa cola suya contra mis labios”. Con toda razón, el neurólogo vienés dictamina que se trata de un recuerdo “extrañísimo”. Caminas, leyendo, diez cuadras hacia el poniente, sobre la acera en la que el Sol está pegando. De entrada, Freud piensa que el episodio no es realmente un recuerdo, sino “una fantasía que él [Leonardo] formó más tarde y trasladó a su infancia”. Llegas a Alaska, das la vuelta y desandas tus propios pasos. En Pitágoras te detienes, esperas el cambio del semáforo y cruzas la calle. En la otra acera, muy cerca de la esquina, está el pequeño negocio en el que te aprovisionas.
— Hola. Buenas tardes. Me das por favor un café con doble carga.
— Tostado francés, ¿verdad?
— Sí, por favor.
Hace meses que eres cliente de ese negocio, y sin embargo hasta entonces te das cuenta de algo de lo que no te habías percatado antes: entre los varios cuadros que tienen colocados en la pared del fondo, hay una reproducción de la Gioconda. Te entregan tu café, pagas, agradeces, sales del local y te encaminas de nuevo a tu trabajo.
Pasando Anaxágoras piensas en el número 64… ¿64? ¿Lo viste en algún lado? ¿O lo leíste? ¿64 qué? Regresas a tu oficina y te embutes de nuevo en el ajetreo.
Muchas horas después, ya en la noche, en tu casa, antes de dormir, en la cama retomas la lectura de Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. ¿En dónde te quedaste? Ya, en la página 64.
No hay comentarios:
Publicar un comentario